Los muertos que vos matáis...
Los servicios sanitarios responden a una demanda general (todos somos potenciales demandantes de estos servicios) e infinitamente elástica en el sentido de que repugna que cualquier innovación tecnológica no sea inmediatamente universalizada.La sanidad pública es la responsable a la vez de la igualdad ante la enfermedad y de la eficacia del sistema sanitario. Ello la sitúa en el centro de un debate del que difícilmente puede salir bien parada, a no ser que las componentes irracionales y demagógicas en que se encuentra desaparezcan del mismo.
La eficacia de un sistema sanitario se mide, en primer lugar, por su reverso: la mortalidad. Si una comunidad humana soporta una baja mortalidad, simplemente no podrá decirse con rigor que tiene un sistema sanitario ineficaz. Tal es el caso de España. En segundo lugar, a un sistema sanitario se le exige:
1. Seguridad, es decir, que ante un trastorno físico la persona pueda ser atendida convenientemente y con rapidez.
2. Que el trato que recibe el paciente (palabra que toma aquí todo su sentido) sea cuidadoso y humano.
La seguridad tiene que ver con la rapidez del sistema y la profesionalidad técnica de los sanitarios; el trato se relaciona primordialmente con el saber hacer en el campo humano, que no técnico, de los sanitarios.
Un modelo privado de sanidad puede resolver los dos aspectos, seguridad y trato, con un pequeño inconveniente: sólo lo resuelve para quienes tienen suficiente dinero.
A cualquier sensibilidad solidaria le repugna un trato discriminatorio en función de la riqueza frente a la enfermedad y la muerte. De ahí debiera deducirse que este debate actual sobre la sanidad es pertinente en el campo de las ideas y en el de la política. No es un debate neutral. No es un debate contra este o aquel Gobierno. Es un debate sobre la habitabilidad del país. Los futuros inversores en sanidad privada y los intereses de algunos profesionales de elite eventuales beneficiarios de esas inversiones están detrás del mismo. Que nadie se llame a engaño.
Puede mostrarse y debiera demostrarse en la práctica que un sistema ágil de urgencias (vale decir de creciente seguridad) es posible. En plena era de la información, esta aseveración sólo puede negarse desde ópticas burocráticas. Un trato más humano y rápido cuesta dinero, pero no está escrito en las estrellas que la sanidad pública no pueda conseguirlo manteniendo el principio de igualdad de todos ante la enfermedad.
Para demostrar que el debate está cargado de una irracionalidad, que excita el lógico miedo y la inseguridad que la enfermedad provoca en las personas, basta con analizar la evolución reciente de la mortalidad.
Los datos definitivos de defunciones se conocen en España con excesivo retraso (se han publicado recientemente los de 1985); sin embargo, puede calcularse un índice de mortalidad (REM) que registra la siguiente evolución: entre 1980-1981 y 1987 la mortalidad ha caído en España un 8,5%, es decir, el 1,3% anual. La disminución ha sido mayor en las mujeres (10,7%) que en los varones (6,9%).
Durante el siglo XX la esperanza de vida al nacer ha pasado en España de 35 años en 1900 a 75,6 años en 1980. En 1984 dicha esperanza de vida era de 76,6 años. Puede razonablemente asegurarse que actualmente la esperanza de vida al nacer de las mujeres españolas es superior a 80 años y la de la población total está en torno a los 77 años.
Pese a que la mortalidad infantil (muertes en el primer año) era muy reducida en 1980, ha seguido disminuyendo hasta alcanzar el 8,9 por 1.000 en 1985. La tasa de mortalidad materna (provocada por el embarazo y el parto) es de las más bajas del mundo, habiéndose reducido en más de la mitad entre 1980 y 1984.
La esperanza de vida española ocupa el tercer lugar en Europa. En el caso de las mujeres sólo Holanda y Francia se colocan por encima. La mortalidad infantil española es la más baja de la Europa meridional. En sólo cinco años (1980-1985) ha pasado del octavo al quinto lugar en el conjunto de Europa.
Razonablemente, una discusión sobre la sanidad futura no puede partir de la ineficacia del sistema actual. Tal aseveración es falsa en términos de mortalidad. Para discutir el futuro modelo de sanidad convendría que las ideologías y los intereses subyacentes se explicitaran. De no ser así, seguirá reinando una vez más la confusión.
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