Jurar y prometer
Me sorprende la importancia que se le quiere dar a la fórmula de acatamiento de la Constitución, cuando, hasta ahora, al igual que ocurre en otros países de tradición democrática, no era éste un aspecto excesivamente reglamentado, lo que favorecía tina cierta flexibilidad, en un país; en el que la existencia de un nacionalismo de carácter españolista hace olvidar que se puede ser español sin tener que hablar y pensar en castellano.Pasa a la página siguiente
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En este sentido, habría que recordar que esta Constitución, aunque refrendada por los votos de una mayoría de españoles, fue también rechazada por una minoría importante de ciudadanos.
Entiendo que la Constitución no es un decálogo de obligado cumplimiento y que se puede ser un buen ciudadano sin jurar ni prometer nunca su acatamiento. Para mí, la Constitución establece un código consensuado de derechos, deberes y garantías de los ciudadanos frente a los órganos de Gobierno. Tiene, por tanto, el carácter de una norma cuyo fin es favorecer la convivencia entre los diferentes pueblos que forman la España actual. No debe sorprender, ni ser reprochable, solicitar su cambio o modificación si no favorece la convivencia en su día pactada.
En este caso, es preferible que los políticos discutan estos problemas en el Parlamento, aunque sea ruidosa o acaloradamente, que impedir por medio de trabas legales la expresión oral de un malestar, reflejo del descontento de unos ciudadanos, a través de unos representantes elegidos democráticamente, ya que esto favorece que determinados grupos políticos se radicalicen hasta extremos violentos. Comprendo que esta postura, que implica unas grandes dotes de generosidad por parte de la mayoría, sea difícil de adoptar, pero es, en mi opinión, la más civilizada.-
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