El viejo conocido alemán de Praga
Una huelga de hambre y cientos de indignadas cartas acompañaron el viaje del presidente de Checoslovaquia, Vaclav Havel, a Múnich a finales del año pasado y su afirmación de que Praga debería pedir perdón por la expulsión de la minoría alemana después de la II Guerra Mundial a fin de restaurar la atmósfera de confianza entre dos países vecinos.Las afirmaciones de Havel han provocado, por un lado, una gran satisfacción no sólo la República Federal de Alemania (RFA), sino también entre muchos ciudadanos checoslovacos que ya durante los últimos 20 años habían hecho un seguimiento de la delicada cuestión a través de publicaciones clandestinas. Pero, por otro lado, produjo una avalancha de reacciones emotivas, originadas en parte por la incomprensión, pero también porque para muchos sigue presente como algo vivo el martirio sufrido en la II Guerra Mundial. Hay una cosa clara: la mayoría de las reacciones de rechazó nacieron de la falta de información, del silencio, las mentiras y la tergiversación de la verdad después de 1945.
El problema de la convivencia con los alemanes, tanto dentro como fuera de sus fronteras, ha desempeñado siempre un papel decisivo en la historia de Checoslovaquia. La ocupación de Checoslovaquia durante la II Guerra Mundial pertenece a los peores momentos. Por los acuerdos de las cuatro grandes potencias vencedoras, la aplastante mayoría de los alemanes de Checoslovaquia, unos tres millones, tuvo que abandonar después de 1945 sus, hogares por la fuerza y no siempre en condiciones humanas.
El partido comunista, que se preparaba para tomar el poder contemplaba con satisfacción la radicalización de algunos sectores del país contra los alemanes para, a continuación, beneficiar a sus fieles con los bienes confiscados a los expulsados. El mismo partido había hecho suya la agitación nacionalista, contra los alemanes para aprovecharla como arma electoral.
El retorno a Europa
Checoslovaquia aspira a volver al sistema europeo occidental apoyándose en sus tradiciones humanísticas y cristianas. A los razonamientos de algunos de que Hitler tenía preparados planes mucho peores para checos y eslovacos, en Praga replican que Checoslovaquia luchó contra el fascismo alemán y sus métodos.
En este sentido, el presidente Havel recurrió a lo que fuera consigna del primer presidente checoslovaco, el filósofo T. G. Masaryk: "Jesús y no César". Esto es, rechazó el principio inadmisible de la culpa colectiva: Checoslovaquia quiere liberarse de 40 años de apatía para no hundirse hasta los comienzos de nuestra era.
El presidente de la República Federal de Alemania, Richard von Weizsácker, subrayó en una entrevista al periódico checo Lidové Noviny que "la disposición de ambas partes de llamar a las cosas por su nombre, de no permitir que se repitan las viejas injusticias y hacer frente a las tareas del futuro con tolerancia, significa una gran ayuda y fuerza para todos".
"La Checoslovaquia democrática y la Alemania democrática, como vecinos en el corazón de Europa, son factores fundamentales para la estabilidad europea", subrayó el presidente alemán occidental. En Múnich se decidió en septiembre de 1938 el destino no sólo de Checoslovaquia, sino de toda la Europa que fue arrastrada a la II Guerra Mundial. A Múnich fue Havel en su primer viaje al exterior consciente de la importancia que revisten para su país unas buenas relaciones con la nación vecina.
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