Toreo de buena escuela
Los tres espadas principiantes que salieron ayer al histórico coso de la calle Xàtiva son valencianos y son de escuela. Como valencianos mejoran la raza, porque llegan a la fiesta con una concepción del toreo superior a la de sus paisanos antecesores, y en ello mucho ha de tener que ver la propia escuela, pues la vocación torera quizá sea innata pero la técnica de torear no, y esa la tenían bien aprendida, según se pudo apreciar.Los tres espadas principiantes, Ángel de la Rosa, César Puerta y Francisco Perpiñán, se manifestaron pundonorosos, valientes y toreros; ahí es nada. No era fácil hacer demostración de esas virtudes, porque la novillada salió con casta, dura en su segunda mitad, necesitada de picadores que ahormaran sus engalladuras calmasen sus intemperancias. Y como no había picadores, los tres toreros hubieron de hacer, primero, de tripas corazón, segundo de su muleta la herramienta apropiada para castigar a sus fieros enemigos.
Puerto / Rosa, Puerta, Perpiñán
Novillos (sin caballos) de Puerto de San Lorenzo, bien presentados, con casta y los tres últimos con dificultades. Angel de la Rosa: pinchazo y estocada corta (oreja); dos pinchazos bajísimos y estocada saliendo trompicado (petición y dos vueltas). César Puerta: pinchazo, otro perdiendo la muleta, estocada atravesada que asoma, otra contraria descordando y dos descabellos; la presidencia la perdonó un aviso (vuelta); pinchazo, espadazo enhebrado saliendo volteado, pinchazo y estocada corta a paso banderillas perdiendo la muleta; la presidencia le perdonó un aviso (aplausos y saludos). Francisco Perpiñán: pinchazo hondo y rueda de peones (oreja); estocada (oreja). Plaza de Valencia, 12 de marzo. Tercera corrida fallera.
El enemigo cuarto, con sólo ser un poco más grandecito que los anteriores, convirtió el tercio de banderillas en refriega, hizo romper filas a la legión de coletudos, puso en desbandada a unos cuantos, revolcó a Cansalá y dos más, y en el tercio siguiente también volteó al matador, Ángel de la Rosa, aprovechando que le pilló en un descuido. Fue la única, sin embargo. Porque el matador Ángel de la Rosa estaba hecho un león desmelenado, retó al enemigo cuarto demostrándole que no le causaban pavor sus semblantes esquivos y le obligó a tornar la muleta en derechura. Hubo una tanda de redondos empalmada con otra por naturales de enorme emoción y belleza, pues el novillo entraba a todo tren y Ángel de la Rosa le vaciaba las embestidas con mando, limpieza y hasta un cierto agitanado empaque, que era para nota.
Los paisanos de Ángel de la Rosa, llegados de Alfafar con pancarta en la que exponían al público conocimiento los principios ideológicos de la causa -decía: "contarnos contigo"- le aclamaban "¡torero!" y la afición toda se lo aclamaba también, de viva voz o con aceleradas palpitaciones de corazón, que es donde se abrigan los más profundos sentimientos.
El quinto novillo, bronco e incierto, revolcó tres veces a César Puerta, que no se amilanó por eso y continuó peleando bravamente por dominarlo, y al sexto lo sometió Francisco Perpiñán sin sufrir percances, aún no se sabe cómo. A pesar de que el novillo, duro y fuerte, entraba a la muleta tirando tornillazos y garabateando cornadas, Perpiñán aguantó firme las tarascadas, cuajó los pases con el mismo temple e igual ligazón que si aquel violento animalote fuera boyante. Finalmente lo tumbó patas arribas de una gran estocada.
En los otros novillos, más templados y nobles, los tres espadas principiantes desarrollaron con desahogo y gustosa recreación el bien aprendido repertorio de su buena escuela, y seguramente habría sido suficiente para definirles, si bien la prueba de fuego vino después y esa la superaron con todos los pronunciamientos favorables.
Babelia
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