Hierro fundido
MARGARET THATCHER está en dificultades. Su política económica inflexible y su actividad exterior poco hábil (ha reincidido en sus discrepancias con la CE al levantar unilateralmente las sanciones contra Suráfrica) han arrastrado su popularidad a los abismos. Puede que nada ilustre mejor sus padecimientos como el problema del nuevo impuesto municipal que debe entrar en vigor el próximo 1 de abril en el Reino Unido.La tasa, en efecto, altera de raíz la tradicional contribución urbana: si antes el cabeza de familia la pagaba en función del valor del inmueble y del barrio en que se encontrara, ahora el impuesto municipal será igual para todos. Según el Gobierno conservador, se distribuye así más justamente la carga de los presupuestos municipales y regionales. Para los laboristas, por el contrario, millones de personas de renta baja se verán. ahora obligadas, por primera vez, a pagar el mismo impuesto que los ricos.
La cosa no pasaría de ser un clásico desacuerdo entre los dos extremos del espectro político si no fuera porque parte importante de la parroquia que contribuyó en las dos elecciones pasadas a renovar el mandato de Thatcher -cuando se le auguraban descalabros de mayor o menor cuantía- salió precisamente de la capa económicamente más débil de la población. Una porción importante de los asalariados, cuya ideología era tradicionalmente laborista, apoyó al Gobierno conservador en dos elecciones generales. Premiaba asi upa política económica que la había enriquecido, permitiéndole acceder a la propiedad de sus casas y al accionariado de las empresas públicas privatizadas, y que había contribuido a doblegar a unos sindicatos excesivamente radicalizados. Éste es el sector de votantes que se ha rebelado en contra del impuesto comunitario: el 76% de los británicos (entre otros, la mitad de los conservadores) se opone a su entrada en vigor.
¿Se está quebrando el dominio de la dama de hierro? Por primera vez en la historia política británica, las intenciones de voto dan al Partido Laborista una estrepitosa ventaja de 21 puntos sobre el Conservador. ¿Ha llegado el momento de la rebelión en la derecha? No ha nacido probablemente quien se atreva a pronunciar esa palabra. Aún lamen sus heridas 32 ministros dimisionarios o destituidos por estar en desacuerdo con la primera ministra o por haber incurrido en su ira a lo largo de 11 años de mandato.
Pero es posible que haya pasado el momento de la revolución thatcheriana, tras una década de liberalismo económico y de romper hábitos de paternalismei estatal. Si ello debe traducirse en una humillante derrota, como parecen predecir los sondeos para los próximos comicios, acaso haya llegado el momento de que Thatcher pase el testigo a un conservador con mayor preocupación por invertir en el futuro del país en vez de disciplinarlo. Tal vez ese hombre se llame Michael Heseltine, presidente del Partido Conservador. La derrota frente a los laboristas parece inevitable, pero con él sería, probablemente, menos amarga.
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