García Damborenea
TIENE RAZÓN Ricardo García Damborenea, el dirigente de la corriente crítica del PSOF Democracia Socialista, al considerar que su suspensión de militancia por dos años, decidida por unanimidad por la ejecutiva de ese partido, equivale a su expulsión, por lo que ha decidido marcharse. Seguramente lo mismo harán los demás miembros de esa corriente, para alivio de apparátchiki y otros oficinistas. S as declaraciones a la prensa y demás tribunas durante los últimos años se han considerado constitutivas de falta grave, y se le han aplicado las sanciones previstas en los estatutos. La afiliación a un partido es un acto libre que implica aceptación de sus reglas de juego, y en particular de sus estatutos. Desde ese punto de vista, nada habría que objetar a la decisión de los sancionaores. Ciertamente, algunas de las declaraciones del antiguo secretario general del PSOE de Vizcaya contra la dirección de su partido, incluidas absurdas comparaciones con el franquismo, eran difícilmente compatibles con la militancia libremente consentida en una formación política.Pero la cuestión es cómo y por qué se ha llegado al aparente absurdo de que alguien como García Damborenea disparate de esa manera. Alguien como García Damborenea, probablemente la personalidad más brillante del socialismo vasco de los últimos años, heredero de la tradición representada por Indalecio Prieto, fastigador del terrorismo etarra, agudo crítico de los aspectos intolerantes del nacionalismo vasco y principal inspirador intelectual de la línea que a la larga han aplicado en Euskadi sus rivales dentro del PSE-PSOE. Que García Damborenea no pueda militar en un partido que cuenta entre sus actuales dirigentes con ilustres burócratas a quienes nadie escuchó jamás una idea original debería resultar desalentador para sus miembros. Es cierto que los métodos aplicados por García Damborenea mientras fue dirigente máximo del socialismo vizcaíno en nada tienen que envidiar a los que contra él se han puesto en práctica desde que perdió el puesto. Pero la incapacidad del aparato del que fue excluido para reintegrarle a los órganos de dirección cuando sólo se habían cubierto los primeros tramos de su progresiva disidencia y la cerrada oposición más tarde a dar cauce racional a sus discrepancias simbolizan el sectarismo y la incompetencia de quienes ahora celebran como una victoria la resolución de los órganos competentes.
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