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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Damasquinado

LA VISITA a Damasco de Hosni Mubarak, presidente de Egipto, tiene más peso que el ya considerable de su rehabilitación completa ante sus hermanos árabes. Expulsado Egipto de la Liga Árabe después de que Anuar el Sadat firmara los acuerdos de Camp David que sellaron la paz entre El Cairo y Tel Aviv, al Gobierno egipcio le ha costado 12 años volver a ocupar el lugar preeminente que le corresponde en dicha área. Parte importante del retorno se debe a un ataque de sensatez política que padecieron hace un año los regímenes que lo expulsaron. En mayo pasado, Egipto fue asociado a la colectividad magrebí (de la que es el poder hegemónico). Poco después, fue readmitido en la Liga Árabe. Ahora, en Damasco, ha sido nuevamente aceptado, esta vez por los más radicales de aquellos países. Consagra así su influencia conservadora y apaciguadora en el mundo árabe.El viaje de Mubarak cierra, en realidad, una cadena de complicadas gestiones que deberían desactivar muchas de las tensiones de la zona: mientras EE UU presiona para que Egipto recupere su influencia y pueda controlar uno de los lados de la mesa de negociación en el conflicto palestino-israelí, Mubarak acude a Siria, su tradicional aliado y amigo, para tratar de conseguir la reconciliación del presidente Asad con el iraquí Sadam Husein, enemistados desde poco antes del comienzo de la guerra ¡rano-iraquí.

Damasco, por su parte, recupera frente a Washington algo de su respetabilidad perdida al negociar la liberación de los rehenes norteamericanos retenidos en Líbano, su zona de influencia; como los secuestradores son milicias shiíes, siempre fieles a los dictados de Teherán, la puesta en libertad de los rehenes permitirá que se relaje el embargo que EE UU tiene impuesto sobre los fondos iranies depositados allí. Si consiguen recuperar su dinero, es evidente que su intransigencia religiosa bajará de tono, lo que a su vez conviene a Egipto porque reducirá la presión fundamentalista en el país. El líder iraquí, por su parte,, podrá bajar la guardia defensiva y, por consiguiente, disminuirá su peligrosidad. Un ambiente político más relajado facilitará que el presidente Mubarak pueda atraer a la Organización para la Liberación de Palestina a una actitud más conciliadora hacia las negociaciones con Israel.

Se diría que estamos en ell mejor de los mundos. Sólo falta en este complejo encaje de bolillos la buena voluntad de Tel Aviv. Lamentablemente, debe decirse que la continuidad de Shamir al frente del Gobierno israelí y su radical negativa a aceptar el plan Baker de paz, que él mismo propuso tiempo atrás, ennegrece las perspectivas de paz para la región.

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