Con permiso divino
Sólo una persona bebió alcohol legalmente ayer en Roma. El Papa. Claro que tenía una buena razón: la misa solemne que, en la plaza de San Juan de Letrán, celebró para los fieles con motivo del Corpus Christi, adelantándola una hora para que ni el oficio ni la procesión impidieran a los católicos ver el partido Italia-Estados Unidos, bien en el campo o delante del televisor.Un buen detalle para este jueves que relució más que el sol, como reza el refrán, pero que por mor del fútbol estuvo sometido a la estricta observancia antialcohólica reglamentaria. Lo cual, unido al hecho de que, a mediodía; muchos de los restaurantes romanos hicieron huelga para protestar por la ley seca, dio como resultado más bien una cuaresma que un Corpus glorioso. Dada la sosería reinante en el terreno de juego, beber o no beber sigue siendo el gran tema que tiene a los italianos comulgando en una misma y santa indignación.
"Es que no puedo beber ni en mi propia casa", se quejaba un conductor de autobús poco previsor que, por la mañana, intentó hacerse con una botella de Chianti en un supermercado. ¿Se da cuenta? Quería invitar a unos amigos para ver el partido mientras cenábamos, pero al final he decidido aplazarlo. Una cena sin vinetto es como una pasta sin parmesano". Este hombre, de nombre Beppe, observaba con deleite, desde su puesto en la esquina de Via Eminanuele Filiberto con Piazza Giovanni, cómo Su Santidad alzaba solemnemente el cáliz.
Basílica
La plaza, donde se levanta la majestuosa basílica que le da su nombre, la más antigua de Roma, sirve tradicionalmente para los mítines del partido comunista y de los sindicatos, pero en la tarde de ayer se llenó de fieles seguidores de la Iglesia y de su seleccionador visible.
Polacos llegados en destartalados pullman de los que en Italia se usaban en los años cuarenta, y que no quieren ni oír hablar del Mundial porque para ellos quien mejor juega es el papa Wojtyla; juventudes cristianas libanesas desorientadas; indios pero no hindúes; africanos, asiáticos; irlandeses vestidos con la camiseta de su club; enjambres de monjas de Teresa de Calcuta y monjas de todas las órdenes, así como curas preconciliares de airosas sotanas, seminaristas con acné y sacerdotes modernos con alzacuellos y en mangas de camisa. Y, desde luego, tifosi para el Italia.
"Mire, yo soy católico y no voy a pedirle a Dios que gane Italia el Mundial, porque me parece injusto. Dios tiene que darle a cada equipo según sus mereciinientos", razonaba el señor Giaccomo, de Messina, que está en Roma acompañando a su mujer a una visita médica, "aunque no de gravedad". "Diga además", tercia Benedetto, romano, que no me siento solidario más que con Camerún, que es un país pobre, que son jugadores con corazón, no como los nuestros, que sólo le dan al balón por dinero".
A la improvisada tertulia se añaden Miguel y Clementa, un matrimonio mayor, de Jaén, que están en Roma con una expedición turística de 50 jubilados. "El Mundial sólo lo seguimos de oídas. Y hoy, mejor la devoción que la afición. Aunque, eso si, queremos ir a Udine para ver el España-Corea".
Desde el altar instalado al aire libre, la voz del Papa llegaba nítida y profunda como la de un buen barítono. La Via Merulena se aprestaba a recibir la procesión. En los balcones, con estampas de María y del Sagrado Corazón, banderas de Italia le daban a la ciudad un toque irremediablemente forofo.
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