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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tallarines y filosofía

Tampopo

Director y guionista: Juzo Itami. Intérpretes: Nobuko Miyamoto, Tsutomu Yamazaki, Ken Watanabe, Rikiya Yasuoka, Koji Yakusho. Fotografía: Yukio Inoue. Música: Kuhinlko Murai. Consejero culinario: Isumi Ishimori. Japonesa, 1986. Estreno en Madrid en el cine Lumiere (V. O).

Segunda entrega de una trilogía, Tampopo tiene como eje temático la comida. Antes, en Funerales, Juzo Itami habló de forma muy directa de la obsesión japonesa por la muerte, de sus maneras de afrontarla, de los ritos y supersticiones que la acompañan, del enorme negocio que hay montado a su alrededor. Luego, en Marusa no 0nna, el dinero ocupó el lugar de la muerte o la comida.Pero esta sucesión ordenada de temas sólo lo es en teoría; la práctica lleva a entremezclar los tres pilares sobre los cuales, según Itami, se sostiene la actual civilización japonesa. La muerte va acompañada de banquetes funerarios; los banquetes los pueden preparar los propios moribundos como último gesto de sumisión a la estructura familiar, y el dinero con el que se juega es el de la seguridad social de ancianos que mueren sin testar.

En las tres cintas, el sexo tiene también un papel estelar, e Itami nos permite asistir tanto a sesiones necrófilas como a la visita de un "hotel consagrado al amor", sin menospreciar efusiones amorosas convenientemente regadas con sake y alimentadas a base de gushi. En todos sus filmes, Itami recurre a lo grotesco, a un tipo de grotesco nacido del contraste o de la literalidad, que parece muy propio del cine nipón.

Así, en Tampopo, la chica que quiere aprender a hacer los mejores tallarines escucha cómo una receta culinaria se transforma en una clase de filosofía zen. Toda la solemnidad y trascendencia que pueden acompañar la ceremonia del té derivan en irrisión si ésta es puesta en escena por Itami, que practica un sano gusto por la vulgaridad y un provocador elogio de lo fisiológico.

La película aparece muy desestructurada. Los gags se suceden y no siempre tienen la misma calidad, pero el ritmo es rápido; Itami va directo al grano y no pierde el tiempo en detalles. La suya es una escritura de trazo grueso. El resultado es algo así como la versión oriental del último Greenaway. El británico juega con la ironía, trata de forma solemne y sublime la comida y el sexo para mejor ridiculizar su entronización; Itami, ya lo hemos dicho, prefiere condimentar su guiso con especias más picantes que la ironía. Y el plato, aunque no logra disimular los tropezones que incluye, es sabroso.

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