La transnacional con más éxito
Para América Latina, la crisis de la deuda es el síntoma hegemónico del mal. Como tal, está inserto en un síndrome que caracteriza una situación regional desgarrada entre su potencialidad modernizante y el lastre que dificulta o impide el simple mantenimiento de los niveles conquistados. La región, sobre esta base, resulta demasiado débil para negociar con los países desarrollados una mejor inserción en la economía mundial. De otro lado, resulta demasiado fuerte para recibir la ayuda, trato preferencial o cooperación al desarrollo que dichos países conceden a los menos adelantados. De algún modo, esto confirma un viejo dicho de Felipe Herrera -primer presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)- según el cual América Latina es "la clase media de las naciones". Como tal, hoy parece debatirse entre la inestabilidad democrática por falta del desarrollo económico que demanda y el darwinismo social, a través de los ajustes que deben efectuar sus países para mantenerse en la órbita de la economía mundial.El grado de elasticidad de esta situación no debe ser sobreestimado. Ni subestimados los riesgos que su mantenimiento implica para toda la sociedad.
A este último respecto, y sobre un punto muy neurálgico, resulta estremecedora la reflexión del conocido intelectual español Antonio Gala: "Al pueblo que malvive de la coca no tiene por qué importarle más que los ricos se droguen, de lo que les importa a los ricos que él no coma".
Es que, a semejanza del horror al vacío, las economías rechazan la marginación y buscan formas distintas -algunas brutales- de inserción o de reinserción en la economía global. El caso del narcotráfico constituye un ejemplo de lo expresado.
El narcotráfico no es un simple y focalizado problema de delito y adicción, encuadrable en el solo ámbito del Código Penal y de la salud pública. Baste recordar que ha sido definido por el Gobierno de Estados Unidos como una amenaza a su propia seguridad nacional. Una amenaza a la seguridad de una de las mayores potencias del planeta.
Los estragos de la droga
Según algunos cálculos, en Estados Unidos se consume el 60% de la producción mundial de drogas y en Europa estaría aumentando el consumo anualmente en un 20%. El estrago que las drogas producen no se limita sólo al ser humano, pues se extiende además al medio ambiente por múltiples conductos. Para procesar la hoja de coca, por ejemplo, se necesitan millones de toneladas de cal, ácido sulfúrico y tolueno -precursores de la droga propiamente dicha-, que contaminan tierras y ríos, produciendo daños irreversibles.
Lo notable es que un pensamiento más bien maniqueo suele dividir al mundo, respecto al narcotráfico, entre países culpables y países víctimas. Países culpables serían, por cierto, las naciones pobres productoras de la materia prima; en el caso de América Latina, los que producen la hoja de coca. Países víctimas serían, a su vez, aquéllos donde está el gran mercado de los consumidores, inextricablemente vinculado a un sistema financiero que sirve de trampolín o de lavadero para blanquear los ingresos del narcotráfico.
De acuerdo con este pensamiento, tan categórico, el problema del narcotráfico se soluciona con medidas policiales y erradicando los cultivos por la fuerza. Atacando la producción de la materia prima. Tan simple como
Sin duda, tanta simplicidad es más que engañosa: es insostenible. Recuerda poderosamente el caso del señor del viejo chiste que sorprende a su señora divirtiéndose con un amigo en el sofá de la sala y que, para evitar que el hecho se repita, decide vender el sofá.
El sofá, acá, son las soluciones estrictamente policiales, las soluciones unidimensionales, de ineficacia comprobada. La realidad indica que, frente a la persecución simplemente policial, también simplemente se desplazan las áreas de cultivo. Y es fácil hacerlo en los amplios espacios andmos donde se cultiva la hoja de coca. Además, las soluciones simples han servido para que aumente la peligrosidad de la delincuencia dedicada al narcotráfico: en Colombia se habla abiertamente de una guerra. Paralelamente, la corrupción llega a los más altos niveles imaginables y a las estructuras sociales más disciplinadas y jerarquizadas. En efecto, en algunas fuerzas armadas de la región se han detectado casos espectaculares en los más altos niveles.
Relaciones complejas
De otro lado, en países como Colombia y Perú se ha desarrollado una compleja relación de provecho mutuo entre terroristas, guerrilleros y narcotraficantes, cuyo análisis actualizado -táctico y estratégico- es realizado por las fuerzas encargadas de combatirlos. La enmarañada dimensión del problema ha llevado a decir al ex presidente de Bolivia Víctor Paz Estensoro que, si no se encara el problema "de un modo decisivo", los n arcotrafic antes podrían acabar rigiendo el destino del país, "incluso por medios democráticos" (Newsweek del 14 de julio de 1986).
Por lo visto, dicho "modo decisivo" supone, en primer lugar, abandonar simplezas y simplismos. Entre ellos, la pretensión de reducirlo todo a la contradicción de países culpables y países víctimas. Porque, si se pretende conceptualizar genéricamente el problema, habría que decir que la dimensión actual del narcotráfico latinoamericano -y también global- es uno de los efectos del crecimiento de la brecha entre los países desarrollados y los países subdesarrollados. En otras palabras, es uno de los costes globales de un orden económico internacional que favorece la marginación, y se expresa muy bien en la figura de los campesinos modestos que cultivan la hoja de coca en pequeñas extensiones. Éstos prefieren tal cultivo, entre otras razones, porque los precios de los cultivos alternativos descendieron drásticamente en los mercados mundiales y/o porque la falta de infraestructura adecuada en sus países -caminos, puentes, transportes- facilita la rápida, clandestina e informal comercializ ación, efectuada a través de las avionetas de los narcotraficantes. Como puede observarse, son leyes elementales del mercado las que actúan en el fondo.
La Declaración de Cartagena, el 15 de febrero de 1990, de los presidentes de Bolivia, Colombia, Estados Unidos y Perú (la cumbre antidrogas) significó un paso adelante en la comprensión de la complejidad del problema. Ya en el primer párrafo, ella plantea que una estrategia eficaz debe tener en cuenta "la reducción de la demanda, el consumo y la oferta, y comprender entendimientos acerca de la cooperación económica, el desarrollo alternativo, el estímulo del comercio y la inversión".
Es en este marco en el cual debemos apreciar las expresiones de los más altos dirigentes de los países andinos cuando reconocen la importancia de los ingresos de la coca para sus economías nacionales. El presidente peruano, Alan García, ha llegado a sostener, con bastante humor negro, que la suma de los carteles que introducen la droga en los países ricos es la única empresa transnacional exitosa de la América Latina". Según sus cálculos, en tres países andinos que producen y transforman la hoja de coca en distintos niveles -Bolivia, Colombia y Perú- ingresan en sus economías un total de 2.200 millones de dólares por ese comercio (revista Caretas del 12 de febrero de 1990). Cifra sin duda importante en relación con su comercio legal de exportación, pero todavía ínfima en comparación con las ganancias del mismo narcotráfico que quedan en los países desarrollados, donde están los grandes mercados.
Para asomarse a las dimensiones globales de ese comercio debe recordarse que el secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, en la cumbre ministerial mundial de Londres sobre drogas, de abril de 1990, dijo que el tráfico mundial de drogas alcanzaría los 500.000 millones de dólares anuales. Esta cifra sólo cede ante la del tráfico mundial de armas y es estructurada sobre la base de más de 40 millones de consumidores. Respaldado por estas cifras, la máxima autoridad de la ONU sostuvo entonces que el nefasto fenómeno requería una respuesta global y que no se puede hablar de países "culpables" o "víctimas", sino de "responsabilidad compartida", prestando igual atención tanto a la cuestión de la oferta como a la de la demanda.
Bloqueo de recursos
Por no entenderse esto con la rapidez debida, hoy existe, sólo en Perú, una extensión de 200.000 hectáreas dedicadas al cultivo de la hoja de coca. Mayor espacio geográfico del que ocupan varios países del planeta. Tal vez sólo faltaría establecer por qué vías y hasta qué métodos los ingresos del narcotráfico podrían servir para pagar parte de la deuda de los países que están en medio del proceso. Esa deuda que bloquea la llegada de recursos financieros limpios y las inversiones, por ejemplo, en cultivos alternativos a la coca.
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