Celebridades al hoyo
La representación había empezado con más de tres cuartos de hora de retraso "por problemas técnicos", pero la gente se había entretenido viendo entrar a las celebridades: José Barrionuevo, Ana Tutor, María Jesús Llorent y, sobre todo, Montserrat Caballé y José Carreras, a lo que se recibió con un caluroso aplauso, aún fresco su éxito en la Herodiade de Massenet.Viendo las apreturas de improvisado "patio de sillas" que se había montado en la explanada central, muchos espectadores debieron preguntarse "¿y dónde irán a meter Montserrat?". Pues la colocaron en una especie de palco en la primerísima fila de la explanada, justo, justo en el borde del terraplén que separaba la explanada del escenario. Hubo dos descansos y el millar largo de gente que estaba detrás, al salir y entrar -no había espacio ni para un alfiler- iba imperceptiblemente empujando hacia adelante la sillas. Hasta que al levantarse todos a aplaudir, cundió el pánico: la gente de las filas detrás del palco de honor, que vio desaparecer a los divos y su familias (el marido de Montserrat Caballé tuvo que ser evacuado en camilla, aunque ella, milagrosamente, consiguió incorporarse en el hoyo y salió, ayudada por una docena de personas, pero por su propio pie) creyendo que se trataba de un derrumbamiento del terreno, empezó a correr despavorida hacia atrás, empujando las sillas y saltando por encima de ellas. Lo que estábamos 10 o 12 filas más atrás, que no habíamos ni oído (con el ruido de los aplausos) ni visto nada, pensamos que los de delante huían de algo -quizá de un atentado- y que nos iban aplastar.
Pero todo se calmó enseguida y la plácida sonrisa de Rostropovich y los músicos y bailarines, que no dejaban de saludar y responder a los aplausos, nos hizo creer por un momento que no había pasado nada. Y en verdad, el comportamiento del público que evacuó el recinto lenta pero ordenadamente fue ejemplar.
Después pudimos ver la barandilla del palco de honor vencida, los equipos de la Cruz Roja tratando de levantar la enorme humanidad de Caballé -la caída había sido de unos dos metros- y medio centenar de afectados que se sentaban donde podían pálidos y doloridos, alguno de ellos presas de ataque de nervios, mientras a otros se Ie iban llevando en camilla. Un señor increpaba y trataba de pegar a Manuel Canseco, director del festival; las señoras buscaban sus bolsos y zapatos entre el amasijo de sillas. Y todos comprendíamos que se había abusado de un espacio que materialmente no podía acoger aquel gentío (a12.000 pesetas la silla) y jugando, un poco frívolamente, con la vida de las personas que estuvimos como sardinas en lata durante las tres horas de la representación.
Babelia
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