Calidad y una cierta frialdad
Como era previsible -después de los éxitos logrados en la Opera de París y en el circuito de grandes festivales europeos-, Cristina Hoyos obtuvo una excelente acogida en la presentación desu compañía en Madrid. Presentación por todo lo alto, en el Teatro Nacional de la Zarzuela, que no suele mostrarse generoso a la hora de acoger compañías de danza, aparte los ballets nacionales, y menos españolas, y menos aún privadas.El triunfo es merecido, y él espectáculo, Suelos flamencos -concebido como una suite de bailes presentados sin interrupción, de la solemne siguiriya a las alegres bulerías-, está logrado, en la línea de sobriedad y sencillez que Antonio Gades, maestro de Hoyos, supo imponer al flamenco teatral de calidad desde que, hace más de un cuarto de siglo, se impuso como el renovador más importante del género. Tres guitarristas, tres cantaores y ocho bailaores y bailaoras acompañan a la Hoyos: un buen grupo de cámara, que permite -con la ayuda de una iluminación (no atribuida) efectiva y de una sonorización discreta- reconstruir en varios momentos el ambiente intimista en el que puede florecer el baile flamenco.
Ballet Cristina Hoyos
Sueños flamencos. Coreografía: Cristina Hoyos y Manolo Marín. Música: Arriaga, Freire y Hoyos. Dirección: Cristina Hoyos. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 8 de septiembre.
Las apariciones de Cristina Hoyos fueron ganando en intensidad y capacidad de comunicación conforme avanzaba la noche y se calentaban los ritmos: su magnetismo es elaborado, y el enfoque cerebral que preside su baile no hace concesiones a la facilidad. En la Soleá por bulerías, sin embargo, se entregó y levantó al público, con la urgencia y la fuerza interior que hicieron su Carmen memorable.
La coreografía del espectáculo (aparte los solos), de la propia Cristina Hoyos y Manolo Marín, está bien adaptada a la concepción global de seriedad y contención que domina la obra. Támbién acusa los peligros más frecuentes que acechan a esta escuela contemporánea de estilización: una tendencia a la geometrización del diseño -según patrones del ballet clásico a los que se suman algunas líneas modernas-; a la simplificación de los ritmos; a la búsqueda de una expresión desde fuera, que tienden, alimentándose mutuamente, a teñir el conjunto de una cierta frialdad -especialmente acusada en los bailes de hombres-, que no se rompió, ni con las bulerías, hasta los bises finales. La excepción fueron,quizá las bamberas de las bailaoras, que supieron crear un ambiente y sugerir sensaciones complejas a través de un baile más individualizado.
Babelia
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