El imperialismo de la libertad
"Hay un fantasma que está conquistando Europa: es el fantasma del liberalismo". Parafraseando libremente la primera frase del famoso Manifiesto comunista de Marx y Engels -cambiando comunismo por liberalismo-, nos resulta una adecuada descripción de la situación actual, que si acaso se queda corta, dado que el ámbito geográfico a aplicar es bastante más amplio que Europa, aunque no sea aún mundial.La libertad es un valor que está arrasando y aún debe continuar su avance. Queda el gran reto de la aplicación de la libertad y la democracia a buena parte del Tercer Mundo y a los regímenes comunistas por diversas razones no afectados por la epidemia: China, Cuba, etcétera.
La libertad está en la cresta de la ola. No sólo la libertad política, sino también dosis cada vez más importantes de libertad económicá. La revolución de la libertad se une al concepto de eficacia, al mercado, a la competitividad, a una sociedad en la que ganar es lo fundamental como resultado de una libre competencia, etcétera. Y es un valor sin piedad, que arrasa a otros más típicos de los años sesenta, cuando se consideraba quizá más importante un mix de libertad e igualdad en Occidente, aunque, sin duda, la libertad no tenía la fuerza de destruir muros de Berlín.
El autor de este artículo áefiende intensamente el valor de la libertad desde su época de oposición al régimen político anterior. Pero, quizá, cuando se está en el punto casi más alto de la ola, y aun a riesgo de ser arrollado por ella, hay que empezar a preguntarse por la siguiente síntesis. Si la mix libertad-igualdad de los años sesenta fue la tesis, y la antítesis es la revolución de la libertad: ¿hacia dónde puede o sería conveniente que fuera la próxima síntesis?
Aunque no tenga excesivo hechizo, el valor que irá creciendo y suavizando la libertad será posiblemente la seguridad (sería más atractivo que la orientación fuera a través de los principios de igualdad o solidaridad, pero este artículo no quiere caer en el wishful thinking, es decir, confundir los deseos con la reflexión).
La seguridad es un valor menos romántico, pero muy sentido. Recordemos, por ejemplo, la polémica sobre la flexibilidad del mercado del trabajo. Sin duda, hemos pasado por años en los que se ha preferido mayores grados de libertad a la seguridad heredada por el trabajador. Pero la fuerza sindical para dar la vuelta a la tendencia es cada vez mayor. El primer gran argumento a favor de la flexibilidad es que incrementaba el nuevo empleo (el segundo argumento -a mucha distancia en peso sociopolítico- es el aumento de la eficiencia del sistema). A medida que disminuyen las cifras de paro, la nueva tendencia fortalecerá la lucha por más seguridad en el empleo.
El sistema de pensiones se basaba en otro valor: la solidaridad. En este caso, la solidaridad era entre generaciones, dado que cada generación pagaba con sus cuotas las pensiones de la anterior. En la actualidad, se está pasando de la solidaridad a la libertad. Cada uno, a través de fondos o planes de pensiones, decide fijar libremente su ahorro actual y su situación al jubilarse. Desde el principio, se ha dicho que existiría un mínimo asegurado. Este principio se basa en la seguridad -de obtener al menos ese mínimo-, de forma que una combinación de los principios de seguridad y libertad sustituye al de solidaridad.
La seguridad irá creciendo en importancia porque, en la economía libre, duramente competitiva, existen ganadores y perdedores. Estos últimos pedirán redes de salvaguardia para que su pérdida no sea total.
La corriente liberal seguirá saltándose barreras de seguridad, sobre todo las más caras en términos de eficiencia -el ataque a la esclerosis económica en ciertas sociedades iba en esa dirección, aunque su fuerza ha disminuido-, pero la seguridad reaparecerá con otras fórmulas menos costosas.
Tres matizaciones
Esta idea requiere muchas matizaciones. Entre ellas, por falta de espacio, en este artículo se expondrán únicamente las tres siguientes:
1. En la discusión económica sobre la seguridad, por ejemplo en el mercado de trabajo, ambas partes se autocalifican a sí mismas de progresistas (los sindicalistas que piden menos precariedad y los liberales que exigen más flexibilidad). Sin embargo, hay otros campos en los que es claro que los defensores de la seguridad frente a la libertad actúan como conservadores. Por ejemplo, en el terreno de la ley y el orden. En otras palabras, el valor seguridad ha sido tradicionalmente conservador. Hoy lo sigue siendo en algunas facetas. En otras no es tan claro. Y es muy posible que, ante el exceso de riesgo de la competencia pura y dura, la seguridad re.surgirá como parte de un nuevo concepto de bienestar y, en definitiva, de progreso.
2. En la aldea global -el mundo- es diricil tener valores diferentes al más competitivo, porque éste gana. Ahora bien, la sociedad japonesa es muy compleja, y no ha apostado dogmáticamente por el único valor de la libertad económica, la competitividad, la eficiencia, etcétera. Su sistema empresarial ofrece cuotas altas de seguridad en el empleo a los trabajadores. Su proteccionismo interno implica también seguridad al empresariado para una parte del mercado. Libertad y seguridad se combinan de una forma distinta a la occidental, aunque otros valores, como el ocio, la reivindicación social frente al empresario, etcétera, se desarrollen menos. Por ello, un interesante estudio del empresariado norteamericano muestra que una de las mejores formas de combatir la invasión económica japonesa es... exportar sindicatos y dosis de socialdemocracia a esa sociedad.
3. Hasta recientemente, se podía decir que, en el mundo occidental democrático, la derecha prestaba más atención a la libertad, y la izquierda, a la igualdad. (El autor de este artículo escribió el programa ideológico de Unión de Centro Democrático (UCD) aprobado por unanimidad en su Primer Congreso Constituyente. Su base estaba en que el centrismo ideológico era el encuentro de ambos principios). Hoy día, el irriperialismo de la libertad ha llevado a modificar el mapa de las posiciones relativas, y la izquierda democrática acepta mucha más dosis de liberalismo económi*co que hace un par de décadas.
De otra parte, a la derecha de la derecha democrática está el autoritarismo de derechas, que niega simultáneamente la libertad y la igualdad basado en otros valores: orden, patria, raza, etcétera. A la izquierda de la izquierda democrática, está el totalitarismo comunista, que buscó -sin éxito- la igualdad a costa de la libertad. (La frase "libertad, ¿para qué?" de Lenin es paradigmática de este enfoque). Éste es el modelo que está derrumbándose en la actualidad por el empuje del vendaval del imperialismo de la libertad.
En conclusión, el imperialismo de la libertad es un imperialismo atractivo y positivo para la aldea global -para el mundo- y para sus individuos. Hace falta profundizar más en el valor libertad, y se hará. Aún no hemos llegado al punto máximo de la ola. No sólo en la libertad política, sino también en la libertad personal, hay mucho que hacer.
Sin embargo, es útil que empiecen a presentarse algunas ideas, más que contra la ola, a favor de la siguiente síntesis. En ella es posible que el principio de seguridad cobre fuerza, y sería deseable que el de solidaridadtambién lo hiciera: la solidaridad es más cálida, más humana, pero, sin duda, menos igualitaria que la igualdad.
La igualdad también reaparecerá, porque es un valor demasiado fuerte para estar relegado demasiado tiempo, aunque quizá sus formas de expresión sean diferentes. Las vías serán muchas, y algunas, inesperadas.
En resumen, los principios de la socialdemocracia de los felices 60 están, quizá, en parte en crisis, pero aparecerán nuevas mezclas de valores. Se insiste: si la mezcla de libertad e igualdad de los años sesenta es la tesis, y el imperialismo de la libertad, la antítesis, en la síntesis futura es posible que la seguridad y ciertas dosis de solidaridad desempeñarán un papel importante.
Luis Gámir es presidente del Club Siglo XXI y catedrático de Pobtica Económica de la Universidad Complutense.
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