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Sobre el modelo de ejército

Plantea al articulista una serie de dudas razonadas sobre la conveniencia o no de adoptar una decisión tajante en torno al modelo de ejército que conviene a las exigencias de la defensa nacional en el actual contexto internacional.

El problema del modelo de nuestra organización militar es, desde luego, un problema abierto. Está en el aire desde hace algún tiempo, pero lo cierto es que nadie ha entrado de verdad en él porque una cosa son las consignas electorales o los panfletos propagandísticos y otra las incógnitas que se abren. Y aunque ahora ha adquirido un tono más perentorio con1a crisis del Golfo y la decisión del Gobierno español de enviar a la zona crítica tres unidades navales, lo cierto es que para cerrarlo se requiere una discusión serena que tenga en cuenta todas sus dimensiones.Puestos a reflexionar, creo que nadie puede olvidar que el servicio militar obligatorio tiene un componente político que quizá ya no posee la misma fuerza que antes pero que tampoco se puede echar por la borda así como así. En definitiva, el servicio militar obligatorio fue una de las grandes conquistas del liberalismo democrático frente al feudalismo y al absolutismo porque representaba el ideal de una sociedad nacional en armas frente a los ejércitos privados y mercenarios de los señores feudales, primero, y de los monarcas absolutos, después. Y también hay que recordar que en nuestro país el servicio militar obligatorio ha sido un ideal de las fuerzas progresistas y, democráticas, porque, al igual que ocurrió con el sufragio universal, primero proclamado y después limitado por intereses de clase, también el principio del servicio militar obligatorio fue pervertido. Como es bien sabido, durante mucho tiempo los llamados a filas pudieron evitar el cumplimiento del servicio pagando una determinada cantidad. Por eso los hijos de las familias pudientes evitaban el servicio militar y sólo lo cumplían los hijos de las familias pobres.

Las cosas han cambiado, pero podemos perder de vista la historia si queremos saber de verdad hacia dónde nos encaminamos. Así, por ejemplo, es indudable que un ejército profesional puede producir efectos parecidos a los que antes se denunciaban, pues, como ocurre en los países que hoy tienen ejércitos profesionales -EE UU y el Reino Unido, por ejemplo-, éstos se forman con jóvenes procedentes de los sectores más desfavorecidos, más afectados por el paro y la miseria. Además, estos dos países han desempeñado hasta ahora un papel de intervención mundial y quieren ejércitos que se puedan enviar rápidamente a cualquier parte del mundo sin suscitar problemas de consenso político en sus propios países. Lo cierto es que hoy, a diferencia de lo que ocurrió con la guerra de Vietnam, cuando los gobernantes de EE UU mandan sus tropas a Granada, a Panamá o a Oriente Próximo nadie protesta ni se preocupa, porque para eso cobran los soldados mercenarios, y la muerte es uno de sus riesgos profesionales. Pero, en fin, es posible que nuestra sociedad esté hoy en condiciones de aceptar esto; es decir, que esté dispuesta a pagar impuestos para que los jóvenes no tengan que hacer el servicio y unos miles de parados se conviertan en soldados profesionales. Es un problema de moral colectiva que ninguna fuerza política -especialmente si se considera de izquierda- puede dejar de lado.

Tampoco podemos dejar de abordar el problema económico, que hasta ahora se ha tratado en términos muy genéricos. Es necesario saber con exactitud si un ejército profesional exige o no un mayor gasto público, sobre todo cuando se está pidiendo que el Estado gaste menos y cuando se protesta contra la excesiva presión fiscal.

Pero a mi entender, estos problemas, con ser muy importantes, no son los decisivos. Lo realmente decisivo es que hoy no se puede discutir seriamente sobre la introducción en nuestro país de un modelo militar basado en el ejército profesional sin tener en cuenta los cambios que se están produciendo en la política y en la estrategia militar mundiales. Esto es precisamente lo que está en juego en el conflicto actual del Golfo.

Estrategia mundial

Hay que insistir una y otra vez que el conflicto del Golfo es la primera demostración de que lo que hasta ahora se denominaba "conflicto regional" puede llegar a tener efectos mundiales en un momento en que ha desaparecido la lógica de los bloques Este-Oeste. Hasta ahora esta lógica dominaba la estrategia mundial y en Europa estábamos habituados a un equilibrio que aseguraba la paz mediante el terror nuclear y que reducía el papel de países como el nuestro a servir de apoyo a la estrategia de las potencias que'realmente decidían. En ese contexto, los "conflictos regionales" se multiplicaron fuera de Europa, pero o bien se acabaron reconduciendo a la lógica de la bipolaridad Este-Oeste o se dejaron pudrir por el desgaste de los protagonistas.

Cuando esta bipolaridad se ha roto en Europa y ha estallado un conflicto como el del Golfo, lo primero que se ha constatado es que las organizaciones basadas en la situación anterior no servían y que esto hacía posible que un país concreto, en este caso Irak, pudiese utilizar la incertidumbre para crear una situación de hecho que podía desencadenar un proceso en cadena incontrolable. Por eso la ONU reaccionó inmediatamente y de manera prácticamente unánime para intentar frenar este proceso. Pero la ONU carece, de fuerzas propias, y no había literalmente tiempo de que pudiese formar unas fuerzas suficientemente disuasorias con la urgencia requerida. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Estados Unidos se apresuró a tomar la iniciativa de enviar sus tropas, seguido por el Reino Unido, para demostrar que eran los únicos que lo podían hacer y que si alguien está en condiciones de ejercer de gendarme mundial en estos momentos de cambio son precisamente ellos. Algunos países árabes, tras constatarse la, imposibilidad de una solución interárabe, que habría sido la solución ideal, se sumaron a dicha iniciativa para evitar la transformación del conflicto en un enfrentamiento Norte-Sur. Y los países de la Comunidad Europea, que hasta entonces apenas habían tenido nada que hacer ni que decir en conflictos parecidos, con excepción de Francia, potencia nuclear, decidieron por primera vez. tomar una auciativa conjunta en el seno de la UEO, para contribuir a que la exigencia de la ONU -el embargo- fuese realmente efectiva, como única forma de presión capaz de solventar el problema sin tener que recurrir a la guerra abierta.

En estos momentos es imposible predecir lo que va a ocurrir en el Golfo. Pero una cosa sí es segura: que la nueva estrategia militar internacional está por definir, que es difícil que ésta se pueda basar en el predominio de una sola gran potencia -pues no hay que olvidar que EE UU padece una seria crisis financiera y no pueden correr solos con los gastos- y que la perspectiva de un orden internacional basado en el acuerdo de los componentes de la ONU y en unas posibles fuer.zas multinacionales bajo la égida de esta organización es una perspectiva idónea pero lejana.

En este contexto, nuestro país no puede ni podrá desinteresarse de las iniciativas que se vayan tomando ni puede dejar que éstas se tomen sin su concurso. Tendremos que desempeñar un papel activo en la configuración de un nuevo esquema de defensa en Europa, y, muy concretamente en el Mediterráneo, una de las zonas con más problemas del futuro inmediato. Y nuestra organización militar tendrá que adaptarse a estas nuevas tareas y a estos nuevos compromisos, que no serán ya nunca más los del pasado.

Yo no sé si con esta problemática por delante nuestra organización militar deberá basarse o no en un ejército profesional, porque no sé qué tipo de tareas defensivas nos tocará desempeñar en el nuevo marco europeo. Es posible incluso que tengamos que recurrir a fórmulas intermedias, con una profe sionaliz ación casi total de las Fuerzas Aéreas y de la Armada y una semiprofesionalización del Ejército de Tierra. Es posible que se pueda combinar todo esto con un servicio militar limitado y reducido en el tiempo. Pero creo que con los datos que hoy manejamos y con las incógnitas existentes a nivel nacional e internacional hoy no es posible tomar seriamente una decisión tajante al respecto. Lo único sensato es discutir, también sensata y seriamente, sin ceder a las fintas tácticas, a los oportunismos o a las estrategias de salón. Quizá así consigamos avanzar.

es diputado socialista.

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