Manuel Ibáñez Escofet
El periodismo que se ha hecho en Cataluña en los últimos 40 años no podría ser comprendido sin Manuel Ibáñez Escofet. Su figura menuda y su inteligencia cálida y penetrante han acompañado la larga y a veces dolorosa evolución desde una prensa pobre: y subdesarrollada, propia de un país derrotado y sin libertades, hasta unos periódicos modernos y cultos, dignos de un país europeo y evolucionado. lbáñez estuvo siempre en cabeza de estos cambios.Convirtió El Correo Catalán, añejo diario carlista, en un periódico moderno, ágil, de firmes convicciones democráticas. El vespertino Tele / expres que él dirigió fue el periódico de la izquierda entonces clandestina. y de la gauche divine. Su llegada a La Vanguardia como director adjunto supuso un retorno (del veterano periódico al catalanismo, insólito desde los tiempos de Agustí Calvet Gaziel. En todos los periódicos donde estuvo se distinguió por su capacidad de crear equipos humanos. Buena parte de los periodistas y de los articulistas que cuentan en la prensa barcelonesa de las últimas décadas son fruto de su imaginación y de su creatividad.
Todo ello tiene explicación. Ibañez fue el gran puente tendido entre el periodismo y la cultura de la Cataluña y de la España republicanas y las nuevas generaciones que empezaron a moverse en los años sesenta, más estimuladas por la rabia contra la dictadura que por el conocimiento de la realidad y de la historia. Este gran periodista y escritor que ahora nos ha dejado hallaba una referencia histórica o una experiencia extranjera ante cada necesidad, cada vacío que se le presentaba. Así, su tarea no era de orden nostálgico o historicista. Era un hombre plenamente de su tiempo que, a diferencia de muchos de su propia generación y por supuesto de casi todos los más jóvenes, conocía. perfectamente la historia y la realidad de su país. Dos ejemplos bastarían: quienes trabajamos con Ibáñez supirnos con mayor presteza y facilidad que nadie quién era Josep Tarradellas, cuando era presidente de la Generalitat en el exiliio, o qué significaba el Barça, "sológicamente", como se decía entonces. Y faltaba todavía bastante para que Hegara la democracia. Lo mismo sucedía con los escritores, intelectuales o industriales, a los que no tenían, acceso los periodistas. Ibáñez sabía de todos ellos, quiénes eran y qué hacían. Y no se lo guardaba sino que lo utilizaba y lo contaba a los otros.
Este papel de puente no se entendería también sin otra explicación: Ibáñez fue el paradigma del periodista culto. Lo demostraba en sus breves billetes diarios, que titulaba A punta seca y firmaba con dos asteriscos, al estilo de Josep Carner en La Veu de Catalunya y de Sirius en Le Monde. Eran unas columnas punzantes y líricas, donde con centraba toda su capacidad de ironía y de humor, que era mucha y que podía dirigir incluso contra sí mismo. Lo acaba de demostrar en sus memorias (La memòria és un gran cementeri), extraordinarias por la gran cantidad de testimonios y anécdotas de toda una época, pero también por su escritura, trabajada y bella, de adjetivación ampurdanesa, llena de mordacidad y de lirismo, como corresponde a quien fue el primer admirador y amigo de Josep Pla, y también su defensor apasionado.
Así, en tiempos de sandez y de incultura, fue un periodista culto, demócrata y catalanista. Y lo fue con un aplomo y una rotundidad nada usuales en su generación, y con un gran sentido práctico y moderación, nada usuales tampoco en generaciones posteriores. Ahora, yace en el cementerio de una memoria que será obligadamente densa y larga, porque rica y nutrida fue su vida y la experiencia y el afecto que transmitió a muchos de sus amigos y compañeros de oficio.
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