_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Irak por quinta vez

Vendrán más años malos / y nos harán más ciegos. / Vendrán más años ciegos / y nos harán más malos. / Vendrán más años tristes / y nos harán más fríos / Y, nos harán más, secos / y nos harán más torvos (R. S. F., 1983).Alif.El uso del automóvil o la motocicleta no sólo ha llegado a exceder hoy con mucho la función de medio de transporte, sino que hasta tal punto contradice, atasca y embotella esa presunta utilidad que no puede entenderse más que como un, fenómeno cultural y, por cierto, tan detestable, destructivo y corruptor como las malas pasiones del deporte de estadio y de la música de rock, el vicio de las máquinas tragaperras o la buena aceptación de la publicidad.. Aún más, por su carácter y su volumen máximamente imponente, prepotente, omnipresenté y ostentóreo, el multimillonarlo y fervoroso culto del motor de gasolina viene a erigirse en símbolo supremo de la cultura consumista.

Ba. La sociedad de consumo y su cultura se asientan sobre la economía de mercado. Ésta, a su vez, por su creciente y desaforado internacionalismo, que campea en medio de la perversa y contradictoria combinación de soberanía, derecho internacional, principio de no injerencia e interdependencia económica, amén de otros factores que omito mencionar, con sus correspondientes impulsos pasionales o pragmáticos, con su mejunje de principios morales, furor del lucro, hileros orgullos, prejuicios, ambiciones, o, en fin, fantasmas emocionales de todos los colores y de la más variada y contradictoria condición, tiene por última ratio, por límite necesario y permanente, el de la guerra. Para, ilustrarlo basta considerar la sola asimetría de la 'Interdependencia económica internacional. No me refiero aquí ni a la asimetría entre países ricos y pobres (acreedora de los más farisaicos aspavientos de escándalo, pero poco relevante en este punto), ni a la asimetría de régimen político, sino a la simetría entre naciones industriales y naciones proveedoras (le materias primas.

Ta. Si no es un error debido a mi ignorancia, a mi suspicacia o a mi personalíslina aversión por la llamada sociedad de consumo y su cultura (¡50.000 actos culturales se programan para la Exposición de 1992!) sino realmente una condición congénita del liberalismo económico internacionalizado -en que esa sociedad y esa cultura se sustentan-, el susodicho tener la guerra o la coacción armada por horizonte fijo y necesario, tal vez 100 veces soslayable, pero nunca del todo eliminable, siquiera en lo que atañe a la citada asimetría entre países proveedores de materias primas y países industriales, que es justamente el caso que concierne de modo especialísimo al gigantesco tráfico mundial de ese no ya oro, sino auténtico veneno negro que llamamos petróleo (y veneno no sólo corporal -en tanto que emponzoña aires y aguas, gargantas y pulmones-,sino también anímico y social -en tanto que transforma en una auténtica bestia al automovilista o motorista, convierte la vía pública en un campo de batalla de todos contra todos, peatones incluidos, destruye las ciudades y los campos y, finalmente, hechiza como el más poderoso Filtro afrodisíaco el alma del consumidor, polarizando toda su lujuria hacia el vehículo privado como único y supremo objeto del deseo-); si ello es, efectivamente, así, decía, no hay quien pueda decirse no implicado o complicado en la amenaza de conflicto que actualmente se cierne sobre quienes, volentes o nolentes, nos vemos sumergidos en esa sociedad y esa cultura.

Tha. Pues, de manera especial en el campo del petróleo cualquier alteración o sobresalto que pueda producirse en la economía de mercado no sólo afecta, por desgracia, a quienes más a gusto están con ella, esto es, a los capitalistas, que tan incondicionalmente la propugnan (entre los que, por lo demás, no hay que olvidar, por cierto, a aquellos pocos que ante el fatídico telegrama del pasado 2 de agosto, lejos de irse a la cama consternados y apesadumbrados, llegaron a agotar -al decir de los periódicos-, y en una auténtica explosión de júbilo y de triunfo, todas las existencias de champaña almacenadas hasta en las más recónditas tiendas y bodegas de la ciudad de Houston), no sólo afecta, decía, a los capitalistas -y de entre ellos, como se ha visto, en un sentido tan insultantemente inverso a los magnates tejanos del petróleo-, sino también a las clases más desfavorecidas, y aun a éstas no sólo por el costado de la producción -en cuanto todo descenso en la venta de automóviles, capítulo importantísimo en la industria de toda economía consumista, amenaza miles de puestos de trabajo-, sino también por el costado del consumo, en la medida en que la creciente insuficiencia de los transportes públicos -por no hablar de la positiva y sistemática reducción de la red ferroviaria- los condena en mayor o menor grado a los vehículos privados. De manera que si la querella es realmente por causa del petróleo, pocos serán los que puedan ya decir con fundamento: "¿Y qué se me ha perdido a mí en Kuwait?". (Cosa distinta es que, como yo creo y como va pareciendo cada vez más claro, con el petróleo venga envuelto algo bastante peor y más siniestro.)

Jim. Pero, en cuanto a los machitos de la menospreciable y mentecata muchachada de la mortífera y mortal motocicleta, sería, en principio, verdaderamente obsceno oír en sus bocas la pregunta: "¿,Qué se nos ha perdido a nosotros en Kuwait?". Si estiman bueno y, hermoso y justo el estilo de vida en el que se complacen v se sienten realizados y autoafirmados. creyéndose con derecho soberano a disfrutarlo y conservarlo, no pueden pensar que sea menos buena y justa la causa de salir a defenderlo con las armas contra el infame tirano babilonio que los quiere privar de él o ponérselo más caro. Del mismo modo, quienes aceptan, sin que les suene a miserable ideología, el consabido eslogan de tributo que hay que pagar por el progreso con que la demenciada contabilidad de la racionalidad consumista cuadra y salda sus cuentas de conciencia con los 6.000 muertos anuales (peatones incluidos) de] automovilismo, difícilmente pueden objetar la posibilidad de inscribir en esa misma miserable contabilidad ideológica los peligros o muertes a que puedan verse expuestos los marineros enviados, igualmente en aras del progreso representado por el automovilismo, al bloqueo de Irak. Pero parece inherente a la llamada sociedad de consumo incrementar la privatización y, con ella, la miopía de la conciencia y la conducta de los particulares hasta el extremo de Ignorar hasta qué punto la economía de mercado en que tal sociedad -con los dudosos bienes de la cultura del motor- se asienta está congénitamente abocada a la última ratio de las armas.

Ha. Por eso, por mi parte, estimo desde el principio erra-

Pasa a la página siguiente

Rafael Sánchez Ferlosio es escritor.

Irak por quinta vez

Viene de la página anteriorda, incongruente e incompetente no sólo la actitud lastrada por la beata cegatería de semejante mirada privatista y consumista, que sólo sabe clamar contra la fiebre sin ver la enfermedad, sino también el punto de vista exclusivamente nacional que, como la sombra al cuerpo, parece acompañarla. Al margen de que, por lo demás, también cabría tomar en consideración el hecho de que no es a los marineros españoles a quienes, con mayor probabilidad, amenaza lo peor. Así que en tal rechazo del obtuso punto de vista nacional y en la opción decidida por el internacional tampoco puede verse acatamiento alguno del llamado orden político mundial, sino el criterio de que no es en las decisiones de los propios Gobiernos singulares, sino en las resoluciones de la ONU, donde el asunto ha de ser perseguido y contestado.

Ja. A tenor de lo cual, mientras la cosa se contuvo en términos de embargo y de bloqueo, tal vez podría admitirse, por lo que a los españoles se refiere, que todo venía incoado por la inercia de compromisos sin duda discutibles, pero contra los cuales acaso no cabía revolverse de improviso sin malas consecuencias. La decisión era, por otra parte, congruente al menos para quienes, como el Gobierno y una gran parte de la oposición, lejos de rechazar las servidumbres del sistema, se complacen en verse cada vez más inmersos en su abismo. Pero ¿podrían no haberse enviado los barcos sin grave detrimento? No cabe duda, y tanto más teniendo en cuenta que el país podía darse por cumplido con el apoyo logístico territorial prestado por las bases aéreas y marítimas; tan sólo quiero decir que todo ello -incluida la alternativa de barcos sí o barcos no- era materia al menos opinable mientras no se pasó el Rubicón de la fatídica resolución 678 de la ONU, que comportaba un cambio capital. Ahora, por supuesto, 180 grados a estribor y todo avante, rumbo a Cartagena, tal como fue anunciado; el ultimátum no estaba en el programa.

Dal. Pues, en efecto, mientras el embargo y hasta el propio bloqueo, aun comportando sin duda una tensión coactiva, retenían, con todo, la querella en una situación relativamente estática y, por tanto, todavía controlable, maniobrable, recíprocamente abierta a concesiones, sobre todo -y esto es lo decisivo- porque ninguna de las partes se había cerrado a sí misma ni le había cerrado a la otra cualquier salida que le permitiese poner a salvo siquiera las -dicho sea de paso, tan necias como imperiosas- apariencias del orgullo y el prestigio; por el contrario, el ultimátum o amenaza a término fechado de la resolución 678 de la ONU vino a inclinar en un solo sentido irreversible la balanza, cargando con todo el peso de la soberbia humana -exponencialmente agigantada donde, como aquí, concierne al anónimo monstruo de lo colectivo el platillo de la alianza antiiraquí. ¿Qué escalada o qué encadenamiento de inconscientes, imprudentes e irresponsables compromisos sucesivos ha podido ir llevando a los miembros del Consejo de Seguridad al lanzamiento de tan ominoso artefacto de fatalidad no por artificial menos irreconducible? Si por lo que atañe a los miembros del Consejo me inclino a sospechar un súbito síndrome conjunto de desconcierto, de irreflexividad y de aturrullamiento, en cambio, el espectáculo simultáneamente dado por los poderes internos de EE UU lo mismo podía deber su semejanza con el de la ONU a un estado de análoga zozobra e incertidumbre que responder, como por múltiples indicios me inclino a sospechar, más bien al tira y afloja de tanteos y forcejeos tendentes a propiciar la aceptación general de decisiones ya previamente adoptadas por los mandos supremos del Estado.

Dzal. Oídos más atentos o sensibles al singular fenómeno de ese ir recargando más y más el énfasis en la incondicionalidad de las condiciones impuestas a Husein habrían tenido tal vez la premonición del desenlace, visto que ahora, retrospectivamente, bien que se reconoce en ese énfasis el gélido susurro del numen justiciero. Mientras el justo busca positivamente la justicia y aun procura imponerla, si es preciso, por medios coercitivos, deteniéndose, sin embargo, y aun a costa de permitir la impunidad, allí donde los medios pueden comportar daños mayores que el agravio mismo que se pretende prevenir, remediar o castigar, por el contrario, el justiciero concibe la justicia bajo el solo aspecto de combate a ultranza contra la impunidad; cegado en su furor de no dejar huir impune el abigeo, no vacila en dar muerte a la caballería robada ni repara en que muera el secuestrado, antes que consentir la impunidad para el secuestrador. Epónimo y patriarca del linaje de los justicieros fue Herodes el Grande, que, sabedor de la impostura de un falso mesías fraguada en torno a un niño ocultamente nacido en los aledaños de Belén, queriendo asegurarse de que el reo de tan gravísima impiedad en modo alguno lograse escapar impune a su justicia, mandó, como es sabido, degollar a todos los niños menores de dos años nacidos en Belén y en su comarca. (Y, por cierto, que un caso de justiciero mucho menos drástico, pero más próximo a nosotros, podría ser el del actual ministro del Interior, señor Corcuera, que, en su ferviente y acendrado celo contra la impunidad, ha tratado, precisamente en estos días, de dar forma de ley a una amplia reducción o relajamiento del control judicial sobre los límites de actuación discrecional de los cuerpos policíacos.) El ejemplo moderno de fervoroso escrúpulo justiciero más semejante al del bíblico Herodes en Belén lo hemos tenido recientemente en Panamá, donde, habiendo sido localizado el dictador Noriega -tal vez mediante detectores de alta tecnología especialmente sensibles a la impunidad- en el populoso barrio del Chorrillo, al punto fue ordenado el bombardeo a fábula rasa del recinto entero, si bien, probablemente por un fallo humano en la lectura de los monitores, el dictador, para mayor semejanza con el caso del niño de Belén, logró escapar impune de entre una cifra de muertos estimada en una horquilla de 800 a 2.000. Mucho me temo que los tejados de Bagdad y de Basora estén ya oliendo a tejado del barrio del Chorrillo de la hoy ya felizmente destotalitarizada y destiranizada ciudad de Panamá.

Ra. Y lo digo porque no puede haber señal más agorera que la de que se empiece a hablar en términos de ética universalista, que en tocante a la guerra vale tanto como escatología. Infatuada escatología cuya éschate heméra (cuyo día postrimero) ha sido deliberadamente fechada, por soberano arbitrio de la ONU, a 15 de enero de 1991. Omnipotente señor de la díes irae y juez supremo de los absolutos, el presidente Bush acaba de decir que no cabe vacilación ni compromiso, puesto que está bien claro que el conflicto es entre el bien y el mal. El mal es un absoluto y quien lo encarna deja de ser hombre; pero ésta es la cruz de una moneda cuya cara es que quien identifica a otro con el mal se predispone a perpetrar contra él toda inhumanidad.

Bien sabe el presidente hasta qué punto al anticuado orgullo nacional norteamericano (soberbia de la patria, hoy casi extinta entre los europeos) basta saber imbuirle la autoconvicción de sentirse cargado de razón para darle una vuelta de campana al temor inicial y a la impopularidad de cualquier guerra, hasta lograr que nada llegue a serle tan gratificante como la catársis moral del sufrimiento, del peligro, de la sangre, ni que haya nada que no esté dispuesto a sacrificar a cambio del orgasmo final de la victoria, y, a ser posible, que llegue a hacerse tan total, tan demoledora, tan cruenta y humillante para el enemigo que Inevitablemente acaba por rebasar con mucho todo posible límite mínimamente acorde con cualquier fin político inicial, o con las conveniencias diplomáticas o aun con el propio interés Interno del Estado y hasta de la nación.

Zay. El bloqueo -más humano, más racional y más político- ha sido deliberadamente saboteado y desechado por intolerable para el orgullo nacional norteamericano. Aprovechándose de que en punto de soberbia no hay débiles ni fuertes, sino que las soberbias siempre se confrontan de poder a poder, Husein ha ido siendo diabólicamente exasperado hasta su propio extremo de arrogancia, para justificar poder caer impunemente sobre él y su país con todo el hierro y el fuego de este mundo, cargados de razón. Jamás ha habido, al menos por lo que atañe a Norteamérica, ni tan siquiera asomos de buena voluntad de paz que no hayan sido puro disimulo, sino tan sólo siempre toda la posible mala voluntad de guerra. Vengan después a hablarme de la construcción de un "nuevo orden político mundial" sobre la base del tan admirable como inesperado renacimiento de la ONU. ¡Antes renazcas tú de tus cenizas, oh santo, venerable y milenario Marduk de Babilonia!

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_