Ética de la guerra
Antes de que estallara la guerra la pregunta ritual era: ¿Se puede hacer esta guerra?, y poder no significaba ser posible, sino ser lícito. Espero que se me consienta, ahora que la guerra se acerca a su conclusión, hacer otra pregunta aunque pueda parecer intempestiva: Esta guerra, admitiendo que se pudiera hacer, ¿se debía hacer? La conexión entre ambas preguntas deriva del hecho que, si es cierto que una acción debida debe ser también lícita, no es igualmente verdad que una acción sea debida por el mero hecho de ser lícita. Esta segunda pregunta, más aún que la primera, evoca la ética de la responsabilidad, es decir la ética que juzga las acciones, no en base a lo que las precede -o sea los principios, las normas, las máximas acerca de lo que se debe hacer o no hacer- sino en base a las consecuencias.En el caso de un acontecimiento como la guerra, que se hace cada vez más terrible -y por ello mismo debe considerarse excepcional-, la ética de la responsbailidad exíje que antes de ponerla en marcha se valoren, con la máxima seriedad, todas las posibles consecuencias.
Se me ha hecho observar, justamente, que la ética de la responsabilidad se funda sobre la mayor o menor posibilidad de prever las consecuencias de nuestras acciones. No existe responsabilidad sin capacidad de prever. Generalmente está considerado más o menos irresponsable quien es incapaz de preveer las consecuencias de la propia acción, o quien, aun poseyendo dicha capacidad, actúa en una situación en la que interviene un hecho imprevisto e imprevisible.
Una vez planteado el problema de la relacióp entre la guerra y la capacidad de prever sus efectos, las respuestas son por lo menos tres. En primer lugar, ante la cantidad de las fuerzas antagonistas en campo, el número cada vez mayor de medios empleados y la influencia que pueden tener sobre su desarrollo estados de ánimo imponderables de sus combatientes, de sus jefes, de los no combatientes, el hecho de la guerra se ha hecho tal que nos lleva a afirmar que su resultado es imprevisible.
La guerra se ha convertido, usando una expresión del Papa que ha tenido enorme resonancia mundial, en una aventura, precisamente en el sentido de que una aventura es una empresa a la vez enormemente arriesgada y de resultado incierto. Para quien juzga la guerra como un acontecimiento cuyas consecuencias son imprevisibles, la respuesta a la pregunta de si se debía hacer la guerra no puede ser que negativa.
En segundo lugar, las consecuencias que podían haber aconsejado hacer la guerra eran previsibles, pero no han sido previstas, por error, por ligereza o por falta de buena voluntad por razones más o menos nobles, más o menos excusables. En este caso la guerra se hace, pero los efectos pueden ser tales que se estime, cuando ya no se puede volver atrás, que no debía haber empezado. Pero, reconocido el error de previsión, puede ser suspendida. Se trata de un caso ejemplar en el que la acción se corríje sobre la marcha, y se constata cual es la diferencia entre la ética de los principios y la de los resultados, la primera más rigida, la segunda más flexible.
En tercer lugar, las consecueacias habían sido previstas, pero se decidió no tenerlas en cuenta por razones de Estado. En este caso, sobre el juicio de si una acción determinada se debe o no llevar a cabo, la ética de la responsabilidad no tiene nada que decir. El juicio sobre la posibilidad y el deber de la accioó se dan en base a un principio completamente distinto: El fin justifica los medios.
Pero, llegados a este punto, las preguntas fundamentales son otras: ¿qué medios, qué fines, o mejor qué medios para qué fines? ¿Era posible obtener lo mismo con medios distintos, menos cruentos, menos destructivos, menos inhumanos, menos generadores de consecuencias siempre menos previsibles, y por tanto, a diferencia del caso precedente, ya no corregibles?
Debemos decirnos con franqueza la verdad. Desde hace más de un mes, cada día, y con especial dramatismo desde el inicio de la gran batalla terrestre, nos preguntamos con inquietud cada vez mayor: ¿Pero esta guerra se debía haber hecho? Y si se debía hacer, ¿a qué condiciones y dentro de qué límites? Y si existian condiciones de posibilidad, ¿han sido respetadas? ¿Pero podían ser respetadas?.
Respuesta tardía
Desgraciadamente la respuesta llega demasiado tarde para cambiar el curso de los acontecimientos. No solo es inadmisible, sino que puede incluso aparecer ingenua, porque nadie es capaz de decir qué habría sucedido si, para conseguir lo que se pretendía, se hubiesen seguido otros caminos. Pero de cualquier modo nuestra conciencia se siente turbada. Lo noto en el hecho de que se están multiplicando los discursos sobre la próxima paz. Cuanto más dura es la guerra más planes de paz se inventan. Y naturalmente de una paz tanto más luminosa cuanto más tenebroso nos ha parecido su contrario. ¿Pero tendrán las previsiones sobre la paz la misma credibilidad de las previsiones sobre la guerra? ¿Debemos fiarnos?"
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