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La situación insostenible de Brabender

Luis Gómez

Wayne Brabender vendió su comparecencia en el banquillo del Real Madrid como la necesidad de implantar trabajo y mano firme a una plantilla de holgazanes y caprichosos. No se dio cuenta, sin embargo, de que el problema de los jugadores madridistas no era otro que el de una desesperación desmedida ante unos éxitos que se les han resistido desde hace algún tiempo. Los jugadores del Madrid querían a un entrenador que les enseñara el camino de la victoria, y no a alguien con el que repasar lecciones que aprendieron hace muchos años.Los primeros partidos evidenciaron que Brabender era un mal director de juego, un defecto por otra parte muy extendido en los diferentes banquillos del baloncesto español. Pero tácticamente, Brabender era también un técnico muy discreto y muy inexperto. Hasta tal punto llegó la desconfianza entre unos y otros que los jugadores terminaron Improvisando soluciones tácticas que aprendieron la pasada temporada con George Karl a la vista de que estaban convencidos de que las soluciones que aportaba Brabender no funcionaban.

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La capacidad de Brabender para aplicar disciplina, algo que parecía no discutirse, es igualmente criticable a la vista de los hechos, porque nunca gozó del respeto de sus hombres ni supo imponer un clima de autorídad. No debe confundirse autoridad con tristeza, tensión con rostros de aburrimiento. En ese sentido, Brabender cometió muchos errores de principiante y algunos de ellos todavía pone los pelos de punta a quien lo escucha: apostarse 25.000 pesetas a que su solución a una jugada era mejor que la que aportaba un determinado jugador. Ni qué decir tiene que el jugador aplicó su propia receta en un partido y ganó la apuesta.

Nada más conocer la plantilla la noticia de la destitución de Brabender, los jugadores han vivido escenas de entusiasmo en el vestuario. Nunca una decisión de este tipo ha tenído una contestación tan evidente. Y ése es un detalle que debe mover a la reflexión. Independientemente del juicio que merezca el nombre de Pinedo, es evidente la incompatibilidad entre Brabender y su plantilla: sobraba uno o sobraban ocho. Que el club se haya inclinado por un hombre veterano y prácticamente jubilado parece más una decisión mimética. El síndrome Molowny ha operado sin duda alguna y habrá que ver si se ha dado en el clavo. Pero mantener a Wayne Brabender al frente del equipo habría sido suicida.

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