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Eslavonia, la región más violenta de Europa

Serbios y croatas coinciden en reconocer que están en guerra

El Mazda 626 negro, alquilado, sin placas de matrícula, avanzaba a mediana velocidad por un camino de Eslavonia entre trigales y bosques. Milan, como decía llamarse uno de los dos serbios que, armados con kaláshnikov y granadas de mano, ocupaban el asiento trasero, ordenó reducir la velocidad al periodista que conducía. Junto a un cruce de senderos, una placa al lado de un haya solitaria recuerda a 38 serbios que fueron ahorcados en sus ramas por soldados alemanes y croatas. "Fue en 1943, mi padre aún recuerda bien aquel día", dijo Milan.

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De nuevo se hizo el silencio. El camino es peligroso, pero el único posible entre las aldeas de Markusica y Sobolovci, ambas controladas por estos rebeldes serbios en la región de Eslavonia que se niegan a aceptar la independencia de Croacia. Hoy es ya la región más violenta del continente, donde la muerte, el dolor y el odio son la única normalidad. Más de 90 personas han muerto en tres meses, centenares han sido heridas; el bienestar de que gozó con su rica agricultura se desmorona bajo los tiros y las bombas.Los serbios de Markusica están bien armados. Tienen munición y granadas del Ejército federal, aunque aseguran haberlas comprado en el mercado negro. Eso sí, dicen que el Ejército federal, dirigido en su mayoría por serbios como ellos, "es bueno". Las marcas de los carros de combate sobre el asfalto del pueblo arrancan un curioso silbido a los neumáticos. "Esta noche estuvieron aquí, para protegernos de los ustachas".

Dentro del pueblo se sienten seguros. Desde hace semanas, ningún croata se atreve a utilizar la carretera de Osijek a Vinkovci, que pasa por esta aldea serbia. En las entradas al pueblo, en las cunetas y bosques cercanos, grupos de hombres con armas largas y cortas, modernas y de la II Guerra Mundial, vigilan sin descanso los campos del alrededor.

Esta vez habían recibido con simpatía al periodista. Hace 15 días lo detuvieron a punta de pistola e interrogaron. Las sospechas de que fuera un "espía ustacha " se habían diluido ya entonces. "Ahora somos más serbios en Markusica, se han refugiado aquí todas las mujeres y niños de Solodovci después del asalto del domingo por los ustachas

Contra la policía croata

Se referían a la policía croata, a la que acusan de ser "fascistas croatas" como aquellos que en alianza con la Alemania nazi en 1941 asesinaron a decenas de miles de serbios. El domingo 7 de julio unos 150 policías croatas intentaron a las 7.30 tomar el pueblo para acabar con los grupos cetniks que, según las autoridades croatas, se habían refugiado en este pueblo serbio.

Los cetniks, que luchan por la anexión de esta región a Serbia y reciben apoyo en armas, dinero y logística de Belgrado y del Ejército federal, dicen defender a la población serbia contra "el terror fáscista" del Gobierno de Zagreb que, aseguran ellos, "quiere liquidar a los serbios" en estas tierras donde conviven con los croatas desde el siglo XVI.

Los cetniks han logrado en los últimos dos meses, apoyados por gran parte de la población serbia local, extender su dominio en la región, bloquear las comunicaciones y crear un estado permanente de excepción que ya es de guerra abierta. Con emboscadas a la policía croata y ataques cotidianos a la población civil croata, mantienen cercados los núcleos de población croata. La vida económica en la región ha quedado totalmente colapsada.

"Más deprisa ahora, porque en ese bosque puede haber francotiradores", dice Milan al conductor. El Mazda y el pequeño Yugo que le sigue con otros cuatro hombres fuertemente armados aceleran la marcha. Apenas siete kilómetros separan Markusica y Solodovci, pero los serbios de las dos aldeas no pueden controlar todo el trayecto y los campos que cruzan son fácilmente penetrables por la policía croata.

En Solodovci

Llegados a Solodovci sin incidentes, cuatro campesinos más viejos aún que sus ametralladoras de tambor recibieron detrás de una barricada de troncos al convoy de Markusica. Tras un breve saludo marcharon hacia el centro del pueblo. Junto a lo que fue una tienda cuando aún llegaban alimentos del exterior, se hallaban reunidos al menos 60 hombres armados, algunos con kaláshnikov arrebatados a los policías heridos o muertos.

Más de cinco horas de tiroteos durante la mañana del domingo dejaron la calle principal y los patios de las casas cubiertos de casquillos. Magníficos pavos y rebaños de ocas picoteaban ahora con interés estos desechos de la pasada batalla. La policía había llegado por la carretera de Djakovo, una ciudad cercana donde Josip Juraj Strossmajr, un cardenal croata de origen alemán, con mejores intenciones que visión de futuro, hizo construir a principios de siglo una iglesia consagrada a la "fraternidad de los pueblos yugoslavos en Cristo".

En Solodovci, una de las casas más dañadas es la de la familia de Marjiana, una guapa estudiante de Filología de 22 años. "Fue horrible. No les habíamos hecho nada. Dispararon sin cesar". Los tractores y coches destrozados a tiros, la vaca y la ternera muertas en el establo del vecino y los interiores de las casas acribillados atestiguan su versión.

Ella no pudo presentarse a los exámenes en Osijek y ha perdido el curso. "Quise llamar a mis amigas croatas para explicarles que todo no sucedió como dico la televisión croata", que presentó la acción como una lucha con peligrosos ustachas venidos de Serbia. Pero el teléfono no funciona. Marjiana quería aprovechar la presencia de extranjeros para ir con ellos a Osijek a visitar a los heridos, entre ellos un primo y amigos de los que el pueblo no tiene noticia alguna. Cuando se había preparado, su madre se opuso. "Dice que me pueden hacer algo". De repente salió gritando de la casa un hombre, su padre, convencido de que el periodista es un agente provocador. Milan y sus camaradas tuvieron que sujetarle y calmarle.

"Todos estamos muy nerviosos, casi no dormimos desde hace meses. La tensión nos va'a volver locos", dijo Slobo, que ha dejado su trabajo en Alemania para "defender a la familia". Todos negaban que haya cetniks en el pueblo, si bien no ocultaban sus simpatías por ellos. "Seselj es un gran hombre", dijo Milan en referencia al fascista serbio Vojislav Seselj, nuevo parlamentario en Belgrado que preconiza la guerra para la resurrección de la gran Serbia, que, según los mitos de este pueblo, se hundió con la invasión turca en el siglo XIV, pero resurgirá como Estado redentor de la nación.

Ante la pregunta sobre el paradero de los hombres que con ademanes de guerreros daban órdenes y dirigían el interrogatorio al periodista dos semanas atrás, no hubo respuesta. Resurgió, aunque brevemente, la desconfianza.

Nadie tiene empleo en Markusica y Solodovci. Viven desde hace meses exclusivamente de lo que les dan las huertas y los animales de establo. El trigo, ya maduro, no podrá ser cosechado. "No hay gasóleo para las cosechadoras y, aunque lo hubiera, es demasiado peligroso salir del pueblo".

Por la mañana, un carro tirado por un tractor lleva a las mujeres desde Markusica a Solodovci para alimentar al ganado. Las caras de las mujerucas que asoman de los pañuelos negros rezuman miedo. A media tarde, todas vuelven a pasar la noche hacinadas con sus hijos en diminutas habitaciones. Los hombres patrullan. Día y noche.

"No nos quieren dejar en paz", decía Marjiana, "no es el pueblo croata, son los políticos". Horas antes, en Osijek, en una ronda de cervezas con un grupo de jóvenes miembros de la Guardía Nacional croata que acababan de enterrar a un amigo muerto por los cetniks, Iva, una joven croata de la misma edad que Marjiana, decía con más ira que tristeza: "No nos dejarán nunca en paz, no son todos los serbios, sino los políticos que nos quieren quitar esta tierra croata". Marjiana e Iva coinciden en algo: "Estamos en guerra".

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