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La lluvia deslució el concierto de Pavarotti

Los invitados de honor plegaron los paraguas a instancia del cantante

Enric González

Hubo magia, pero la lluvia londinense no permitió alcanzar los 250.000 asistentes previstos al concierto que Luciano Pavarotti dio ayer en el Hyde Park, en conmemoración de sus 30 años de carrera. El tenor italiano ofreció durante dos horas un programa en el que alternaron arias y cancionespopulares a unas 149.000 espectadores. Los invitados de honor pagaron cerca de 90.000 pesetas por estar junto al escenario: en esas sillas al aire libre se sentaron y se mojaron el príncipe Carlos, Lady Di y el, primer ministro, John Major, porque Pavarotti pidió que plegaran los paraguas para facilitar la visibilidad.

Al comenzar el concierto, bajo una fuerte lluvia que no cesó durante las dos horas, Pavarotti pidió a los invitados de honor, situados en una tarima entre el escenario y la gran masa de público, que plegaran los paraguas en atención a los espectadores que habían aguardado un día entero para presenciar el recital: así terminó con las protestas del pueblo llano, tapado por los paraguas de los privilegiados. Los príncipes de Gales fueron precariamente protegidos por una especie de toldo improvisada con las gabardinas de los escoltas. John Major, bajo una toalla, acabó el concierto empapado.Algunos asistentes habían pasado la noche anterior durmiendo sobre la hierba para obtener un buen sitio, inmediatamente detrás del recinto destinado a los invitados de honor y a los 4.000 afortunados que se habían hecho con una entrada especial, previo pago de entre 200 y 500 libras (entre 30.000 y 90.000 pesetas, aproximadamente). La mayor parte del público afluyó, sin embargo, a partir del mediodía.

Las estaciones de metro más cercanas al parque rozaban el colapso hacia las cinco de la tarde, a pesar de los convoyes adicionales y de las líneas de autobuses que funcionaban especialmente para la ocasión.

El escenario preparado para la magna velada era un gran cubo de color rosado, dotado de un breve frontispicio y de unas columnas laterales idóneas para aportar el toque kitsch que requiere la imagen convencional de la ópera.

Tras Pavarotti formaban la Orquesta Filarmónica londinense y un coro compuesto por 90 estudiantes de canto, dirigidos por Leon Magiera. La megafonía central -hacían falta micrófonos, lógicamente- se concentraba en un poderoso equipo suspendido en el aire, a casi 50 metros de altura.

Tres pantallas gigantes, dotadas de su propia megafonía, permitían a la multitud seguir el concierto a centenares de metros de distancia del escenario.

El ambiente era el propio de un gran concierto pop. Cientos de miles de personas, cientos de miles de hamburguesas y cientos de miles de cervezas. El propio Pavarotti, a quien llaman Ya pópera star, admitió por la mañana que "si eso significa reunir a multitudes para escuchar arias como se reúnen para el rock, la comparación me parece buena". Luciano Pavarotti cumplió perfectamente con su papel de estrella. "Mi voz no está, ha desaparecido", declaró por la mañana, para añadir, como había hecho ya el día anterior, que es "algo psicológico: antes, de un gran concierto, estoy convencido de que no podré cantar". Sí pudo.

En el parque se habían distribuido folletos con algunas instrucciones elementales para el público, que incluían desde la ubicación de los urinarios y de la Cruz Roja hasta orientaciones como la siguiente (extraída del Evening Star): "Un concierto de ópera es como uno de los Rolling Stones: no se entiende la letra de las canciones, dura un montón de horas y hay que tragarse un montón de música antes de que suene el par de éxitos que usted conoce y le gustan".

Fue difícil escuchar el arranque del concierto, cuando coro y orquesta atacaron los coros de Nabuco, sin reprimir un estremecimiento. La lluvia arreció, pero hubo magia.

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