La izquierda y la guerra
Dos artículos recientes, de Giorgio Napolitano y Jean-Pierre Cot, se hacen eco de una opinión extendida: la guerra del Golfo ha tenido dos grandes ausentes, Europa y la izquierda. Afirmación con base real: sólo hay que recordar las dudas y vacilaciones del Parlamento Europeo, que necesitó tres días para acabar aprobando una resolución ambigua e imprecisa. O las diferentes posiciones de los partidos de la izquierda europea. O, en algunos casos, las divisiones dentro de los propios partidos socialistas.Pero no deben extraerse conclusiones negativas cuando las cartas están aún encima de la mesa. No estamos en un final de partida, sino ante un nuevo comienzo. El futuro está abierto a distintas alternativas, que pueden depender de la voluntad y de la inteligencia de la propia izquierda europea.
Esta izquierda, que no tiene por qué abandonar ninguno de sus principios ni de sus ideales, sí debe abandonar los sueños de la razón que, en el grabado de Goya como en la vida, producen monstruos. Esta izquierda, con modesta sobriedad y con ambiciosa decisión, debe mirar la realidad. Giorgio Napolitano aporta a este intento algunas preguntas incómodas. En síntesis, las siguientes:
1. ¿Es posible el objetivo de dar una mayor voz en la escena internacional a las instituciones europeas, cuando tan precaria ha sido su acción en este ámbito, o hay que dejar implícitamente en manos de Francia y el Reino Unido la iniciativa europea en política exterior?
2. ¿Cómo hacer compatible una voluntad de paz y desarme con la exigencia cada vez más evidente de que no habrá una efectiva presencia exterior de Europa sin una política de seguridad propia y potente?
3. ¿El antiamericanismo primario de una parte de la izquierda no constituye, de hecho, una visión limitativa y reduccionista de la realidad, que hace difícil enfocar adecuadamente unas relaciones con Estados Unidos que no estén presididas por una concepción monopolar?
4. ¿Podernos confiar en que Alemania continuará desempeñando un papel central en la construcción europea, o hay que temer que, prisionera de las dificultades que comporta la unificación, por un lado, y por otro, de la tentación siempre presente de recuperar el papel de potencia central europea, con un pie en el Oeste y otro en el Este, irá alejándose cada vez más de los otros socios comunitarios?
Estas preguntas, concretas y pertinentes, se vinculan en última instancia a los dos grandes retos que hoy se plantean a la izquierda europea. El primero hace referencia a Europa hacia adentro. Es el de la construcción política de Europa. No se trata sólo de un problema de indefinición del proyecto institucional (aunque también se trate de ello). No es sólo saber si Europa será federal o confederal, si su Parlamento será más o menos protagonista dentro del juego de equilibrios de las instituciones, si podrá elegirse e investirse un Gobierno europeo, o si las regiones podrán hallar su ubicación política adecuada. Se trata de un problema de voluntad política, de modelo político y social, de orientación de progreso. Hoy la dimensión política europea es fundamental para que la Europa del mercado único pueda preservar las conquistas progresistas de los Estados miembros, conseguidas a lo largo de décadas de lucha social y política, realizadas gracias a la aplicación de las políticas socialdemócratas del Estado de bienestar. Sin el contrapeso político de unos poderes públicos europeos, muchos de estos avances serán neutralizados por los efectos de un mercado único que desbordará los límites de los actuales Estados.
Ahora bien: el proceso se halla hoy en un punto crucial, en el que dos cuestiones aparecen como especialmente preocupantes: los problemas de la unión monetaria y el debilitamiento del eje Francia-Alemania. Por un lado, la aceleración del ritmo de la unión monetaria sólo podrá hacerse con graves inconvenientes para los países con más dificultades para converger en términos de situación económica (como España y el Reino Unido, entre los de más peso), o bien instaurando un sistema de dos velocidades, posibilidad de la que se habla cada vez con más frecuencia, pero cuya materialización resultaría preocupante. Permitiría, es cierto, sentar las bases reales de una zona económicamente cohesionada, pero al elevado precio de debilitarla políticamente. De ahí que todos los factores apunten a un cierto retraso en este proceso. Por otro lado, el eje Francia-Alemania, que resulta aún decisivo para impulsar el proceso de unidad europea, pasa por un momento de una cierta frialdad. Los recelos miciales ante el proceso de unificación alemana están en el origen de este hecho. Pero hay más, porque en la nueva situación aparece simultáneamente debilitada (por los costes, superiores a los inicialmente proclamados, de la integración de la antigua RDA) y fortalecida (por su nuevo papel de interlocución e influencia hacia el Este).
El segundo reto hace referencia a Europa hacia afuera. Tiene dos grandes ejes de proyección, de primera magnitud, que también afectan al papel de la izquierda. En primer lugar, la contradicción entre la tradición desarmamentista (y en parte aislacionista) y la necesidad de desempeñar un papel activo en la escena internacional (lo que exige desarrollar una política consecuente de seguridad y defensa), si no se quiere dejar a Estados Unidos la misión de único protagonista y árbitro exclusivo. Es evidente que ésta es una cuestión incómoda para la izquierda europea. Pero es preciso plantearla, y no sólo por un prurito de autoafirmación europea, sino porque tenemos la convicción de que Europa es necesaria en la escena mundial. Que puede y debe desempeñar un papel de puente. Que puede y debe ejercer una influencia pacificadora y civil ante muchos conflictos contemporáneos, frente a los cuales el papel de Estados Unidos ha chocado y chocará con contradicciones y limitaciones insalvables.
El segundo gran eje de proyección afecta, precisamente, a las relaciones con Estados Unidos. Una cierta izquierda europea parece alimentarse ya en exclusiva de un antiamericanismo visceral. Se trata de una ac-
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La izquierda y la guerra
Viene de la página anteriortitud estéril. La izquierda europea debe enfocar con realismo las nuevas relaciones internacionales que se abren paso en la actualidad. Y ello exige evitar enérgicamente una aceptación resignada de un mundo monopolar liderado por Estados Unidos (una nueva, innecesaria y contraproducente versión de la resolute acceptance of American leadership de la socialdemocracia europea del inicio de la guerra fría). Pero exige librarse también de la obsesión antiamericana.
No estamos ante limitaciones insalvables, ni en una fase de agotamiento. Más bien todo lo contrario, si la izquierda europea se plantea con decisión, como en otras ocasiones, un nuevo inicio. Pero éste sólo podrá producirse con una precisa y decidida voluntad política de la izquierda europea. Esta voluntad debe expresarse ya, y de distintas maneras, y en distintos ámbitos. No sólo en las instituciones, no sólo en las relaciones partidarias. Todo nuevo inicio debe tener algo de superación del pasado. Y esto vale tanto en el campo de la construcción de Europa, donde este punto de ruptura que en alguna ocasión ha evocado M. Duverger será tal vez en su momento inevitable, como también en el de la nueva eclosión de la fuerza política transnacional del socialismo europeo, que pueda anteponer los intereses del conjunto a los intereses particularistas de las partes. Nueva eclosión o inicio que sólo podrá producirse superando el internacionalismo formal en el que demasiado a menudo la retórica de la solidaridad formal encubre la cicatería de la solidaridad efectiva y el mantenimiento de los recelos y, egoísmos partidistas y nacional-estatales.
Este es el reto actual de la izquierda de Europa, en el que están en juego, indisociablemente unidos, su propio futuro y el futuro de la construcción política de Europa. Poresto nos hallamos ante la hora. de la verdad para la izquierda europea: ante la imperiosa necesidad de impulsar una nueva, fase de redes de relación, de debate y de iniciativa transnacionales, desarrollando y completando las estructuras de coordinación existentes. Y, también por eso, más allá de las dificultades y lentitudes de un proceso técnicamente complejo, estamos ante la hora de la politica, ante el desafío de la gran política.
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