Kaifu, en Pekín
LA VISITA a China del primer ministro japonés, Toshiki Kaifu, ha sido la primera señal de que las potencias mundiales han decidido olvidar la matanza de la plaza de Tiananmen y poner fin a la corta etapa en que Pekín ha estado sometido a cierto aislamiento. En los próximos meses, los jefes de Gobierno de Italia y del Reino Unido son esperados en Pekín. Es significativo que Kaifu haya sido el primer mandatario de ese rango en dar el paso: ello confirma la mayor audacia de la política japonesa en el campo internacional, sobre todo en Asia y en el Pacífico. A la vez refleja una tendencia interesante en la política interior nipona: Kaifu, tratado por los grandes barones del Partido Liberal como figura de segundo rango -al que se recurrió para capear el temporal de los escándalos Financieros-, consolida su papel y eleva su prestigio gracias a una intensa actividades internacional.La principal concesión que el primer ministro chino, Li Peng, ha hecho en el curso del viaje a las demandas de Japón ha sido el anuncio de la firma del Tratado de No Proliferación nuclear (TNP). Es un tema al que la opinión pública japonesa es muy sensible, como a todo lo referente a las armas atómicas. Kaifu calificó de histórica la decisión china. Quizá no le falte razón: 23 años han transcurrido desde que el TNP fue aprobado por la Asamblea de las Naciones Unidas: durante este periodo, China no sólo había venido negándose sistemáticamente a firmarlo, sino que ha sido una de las principales detractoras del tratado, considerando que sólo servía para consolidar la dominación de las dos mayores potencias, EE UU y la URSS. E incluso hay constancia, de la colaboración directa de China, facilitando tecnología, en la fabricación de bombas atómicas por parte de otros países contrarios al oligopolio existente en la materia; es decir, precisamente aquello que trataba de evitar el tratado que China ha acabado firmando.
¿A qué se debe este giro de la política de Pekín? Además de los motivos concretos que pueda tener Li Peng para hacer ahora un gesto amistoso hacia Japón, la decisión china debe relacionarse con la toma de conciencia que se produce en todo el mundo del problema gravísimo de la posible extensión de las armas nucleares. No es casual que Francia, también contraria desde los tiempos de De Gaulle al Tratado de No Proliferación, haya decidido firmarlo hace apenas dos meses. La causa de estos cambios es que la guerra del Golfo -y la posguerra de manera aún más clara- ha hecho ver el peligro extraordinario que supone la proliferación del arma nuclear. Si Sadam Husein la hubiese tenido cuando agredió a Kuwait, ¿qué hubiese ocurrido? Cualquier hipótesis que se maneje es horrorosa. Pues bien, eso estuvo a punto de ocurrir, como lo han demostrado las recientes inspecciones en Irak, después de que la ONU obligara al dictador iraquí a desvelar sus secretos militares.
Por otra parte, el principal compromiso que van a adquirir Francia y China al firmar el TNP es el de no suministrar a ningún país material. susceptible de facilitar la producción de armas nucleares. No es gran cosa, sobre todo porque, en esta materia, la política de los Gobiernos es fácilmente sorteada por los traficantes. El problema fundamental es el control. Y en ese orden, el TNP ha funcionado hasta ahora de manera absolutamente insuficiente. El caso de Irak lo demuestra: país firmante del tratado, sus instalaciones debían ser vigiladas por el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), de Viena; pero esa vigilancia resultó ser inoperante. Con la mayor sensibilidad que existe hoy en cuanto al tráfico de armamentos, el tratado debe entrar en una fase de mayor eficacia: lo primero para ello es dotar al OIEA de reales poderes de inspección. Urge a la vez presionar sobre los países no firmantes (Pakistán, India, Israel, entre otros) para que, como mínimo, se sometan a las inspecciones del OlEA. Poner fin a la hipocresía de países que fabrican armas nucleares y no lo dicen es una condición esencial de la seguridad internacional.
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