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El juego del avestruz

Antonio Elorza

Por una suma de circunstancia favorables, el PCE ha estado en condiciones de emular al personaje de Edgar Allan Poe, anunciando sosegadamente a quienes le rodean que su propia muerte había tenido lugar. A borde de un congreso donde es taba prevista una reelaboración programática y con Izquierda Unida en situación relativa. mente próspera tras las última, elecciones, no hubiera sido muy complicado tomar nota del desplome general del comunismo en la URSS y fundir la propia disolución en tanto que partido comunista con la reactivación de IU. Pero no ha sido así. Nadie duda de que los comunistas españoles tienen derecho a decidir por sí mismos la conservación o el cambio de las propias siglas. Ahora bien, no tienen razón en la misma medida al juzgar que el tema les concierne sólo a ellos. Los demás componentes de IU deberían sentir cierta preocupación ante el empecinamiento del partido eje en mantener la adscripción a un referente hoy impresentable. Tampoco muchos electores tendremos motivo para sentimos satisfechos al comprobar que a la izquierda del PSOE el voto va a parar a un partido comunista no sólo encubierto, sino que acaba de ratificar sus señas de identidad, y con ellas, toda su carga de rigidez mental.Para empezar, la denuncia de la amalgama, punto en que coinciden Marchais, por un lado, y Anguita-Frutos, por otro, resulta una justificación falaz. Tanto los neoestalinistas dirigentes del PCE como los del PCE protestan vivamente contra toda asimilación entre sus respectivas organizaciones y el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). "Es la diferencia entre la noche y el día", proclama L'Humanité. "Desde hace 20 años hemos criticado al PCUS y nada tenemos que ver con él", secunda el coro del PCE. Es una buena defensa de superficie, pero sus soportes son muy débiles, ya que todo el mundo conoce la peculiaridad histórica de los partidos comunistas, por encima de las diferencias tácticas de los últimos años. Todo pecé es, en su génesis, una rama que emerge del tronco común, el partido mundial de la revolución, con objetivos, símbolos comunes y, lo que es más grave, una matriz orgánica común: el estalinismo. Han sido la proyección histórica en los diferentes países del sistema configurado en Rusia tras la Revolución de Octubre de 1917, y el sentimiento de comunidad, con el referente principal del PCUS (incluso para las confrontaciones, como en el caso chino), se mantuvo hasta el final. Sólo hace un par de años que el secretario general del PCE hablaba tranquilamente de la familia para designar al conjunto de partidos hermanos. En la historia del PCE ni siquiera faltaron las simbólicas vacaciones en el mar Negro, y basta un repaso a la colección de Mundo Obrero para pensar que las diferencias en la línea política no equivalían a la ruptura del cordón umbilical.

Por añadidura, nada hay en el pasado reciente del PCE que indique una rectificación de las prácticas estalinianas que salpicaron su vida política. Carece de memoria histórica, no ya para la guerra civil, sino para la larga clandestinidad y la propia represión interna de comienzos de los ochenta. No en vano aquellos que quedaron dentro del PCE, con su actual grupo dirigente a la cabeza, secundaron sin rechistar a Santiago Carrillo, también hoy desmemoriado, en la barrida de 198 1. Arrojado de] poder por sus propios desastres, el ex secretario general tuvo aún tiempo en 1984 de consagrar todo un libro a proclamarse comunista a pesar de todo, entregando de paso la clave de lo ocurrido al designar a Stalin como antecedente del eurocomunismo y definir éste como política adaptada a la democracia y el fin de siglo a cargo del partido de siempre. No es, pues, casual que la actual dirección del PCE prefiera el cuento de hadas de una oposición pertinaz al modelo soviético, valiéndose de un nosotros del todo inmerecido. Fueron los renovadores luego expulsados, con Manuel Azcárate a la cabeza, quienes profundizaron en esa crítica, mientras otros se ocupaban de tranquilizar a los partidos hermanos dentro de un cuadro de relaciones preferentes con Ceausescu y Kim-II-Sung. Carrillo ejercía así de Jano, en tanto que el actual número dos del PCE era cabeza visible del leninismo. No hay, pues, mucho de qué enorgullecerse, y acontecimientos recientes, que llegan hasta la misma caída del muro, tales como las estrechas relaciones con las embajadas, RDA y Checoslovaquia en primer término, prueban que ese divorcio es sólo una ficción interesada. Unos como dirigentes de partido en democracia, otros ejerciendo dictatorialmente un poder estatal, todos eran comunistas. Diversos, es cierto, pero con un referente común que es el que ahora convendría eliminar para disipar innecesarias asociaciones. Hacerlo apoyándose en una precisa mirada hacia atrás sería tanto como declarar que por fin se ha resuelto positivamente la tensión entre estalinismo y democracia que dentro de los pecés surge en tiempos de los frentes populares y que casi siempre ha acabado resolviéndose a favor del primer término.

Ahora bien, el debate habido en la dirección del PCE no ofrece espacio para la esperanza. Tiene razón el profesor Aranguren al presentarnos una carrera de resistencia entre Anguita y Castro (habría que añadirles Curihal y Marchais) para ver quién es el último en abandonar los principios, término que por sí mismo evoca más el tradicionalismo que el legado teórico de Marx. Y no es sólo cuestión de fidelidad a las siglas. Aprovechando el debate, Anguita ha procedido a efectuar una señalización muy nítida de cuál es su lugar ideológico al declarar a El Correo Español, de Bilbao, que, respecto de Fidel Castro, es crítico, pero "estamos en la misma trinchera". No resulta menos claro su análisis de Achille Occhetto, el líder del ex PCI: "Occhetto es un pobre hombre. Es un vendedor de corbatas", sentencia, dando pruebas de su finura analítica. El que quiera, que entienda.

Lógicamente, este bloqueo del cambio ha de incidir sobre Izquierda Unida. Conviene recordar que, desde su nacimiento hasta el calor de la campaña anti-OTAN, IU ha sufrido el estrangulamiento derivado de su composición heterogénea, sin llegar a constituir el agregado, la nueva formación de que hablaban sus textos fundacionales. En la práctica, la desigualdad de peso específico entre sus miembros llevó a una siatuación muy próxima a la que generó reiteradamente la política de alianzas de los partidos comunistas en los años treinta: un sistema solar con una clara -centralidad del PCE, micropartidos como satélites e independientes jugando a meteoritos o asteroides. El modo de adopción de decisiones, por consenso, reforzaba ese papel dirigente de la única fuerza política efectiva: el PCE. Así las cosas, poco importa que el doble secretario general, del PCE y de IU, se llame coordinador, consiliario o tribuno de la plebe. Las insistencias sobre su liderazgo indiscutible alejan toda sombra de pluralismo. Las presiones hacia una nueva formación política existen efectivamente en la base, pero el centro de poder reproduce la fórmula tantas veces ensayada y que no va a alterarse por traer a destiempo invocaciones al intelectual colectivo u orgánico de Gramsci. De ahí que si el PCE opta por no transformarse es toda IU la condenada al anquilosamiento.

Entre otras cosas, porque, como recuerdan las declaraciones de Anguita, no se trata sólo de siglas o de fórmulas orgánicas. El coordinador tiene razón al expresar por su parte la conservación de una determinada concepción del mundo. A este respecto, los fragmentos publicados en la prensa del próximo programa del PCE son asimismo reveladores. Sigue la búsqueda de una alternativa frontal al capitalismo: no ha fracasado el ideario comunista, sólo su aplicación en la URSS. Así que adelante. La lógica de inversión se mantiene, a pesar de las contradicciones que pueda engendrar la práctica de apoyo al PSOE en comunidades y ayuntamientos, sirviendo de apoyo al denostado reformismo. La solución, por atenernos a este ejemplo, es esquizofrénica: dentro y fuera, a un tiempo. Programas comunes y promociones personales, sí; gestión : política, no. Más allá de la subalternidad asumida, el numaninismo revela su carácter de callejón sin salida político.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense.

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