Tratamientos con café y galletas
Es una habitación relativamente amplia, luminosa y limpia. En el hospital de día de la unidad de sida del Doce de Octubre, siete sillones vacíos esperan la llegada de los pacientes. Se sentarán, recibirán el tratamiento y luego podrán marcharse a su casa o a su trabajo.La asiduidad ha hecho que los enfermos consideren esta sala como algo suyo. En ella han colgado carteles y en ella charlan sin tapujos, con la camaradería de un equipo de ciclistas y con la lucidez de los que saban que han perdido la etapa.
A primera hora de la mañana, F. G., de 33 años, ex toxicómano, está enchufado a su medicación. "Vengo todos los días dos horas", dice con resignación. Ha perdido mucho peso y la visión de un ojo, pero no el optimismo. "Aquí me siento ayudado y protegido. Cada vez que te surge un problema los médicos se vuelcan. No hay conductos reglamentarios", dice.
Demasiados pinchazos
Como un vendaval, María J. irrumpe en la habitación. Tiene 28 años, pero podría aparentar 14. Trae una caja de galletas. Pone en marcha la Melitta y prepara café para todos los presentes. Luego se sienta y extiende su brazo delgado, castigado por las agujas desde hace años. "Llevo 18 meses con este equipo. En junio tuve un problema respiratorío y desde entonces vengo cada 15 días. Cogemos infecciones continuamente, y el poder tratarnos así, sin ingresar en el hospital, nos permite hacer una vida normal. Aquí se toman mucho interés por ti". María J. y su madre planean ahora un viaje a Roma. "Ya veremos de dónde saco el dinero", dice riendo, y se vuelve zalamera al doctor Rafael Rubio. "Podré ir, ¿verdad?".
El tiempo ha creado vínculos sólidos entre el personal sanitario y los pacientes. "Es una gente que se esfuerza mucho, a cualquier hora que les molestes", dice la madre de María J., veterana luchadora contra la droga.
"Hablamos de todo. La última discusión gorda se montó con la ley Corcuera", dice María J. "Por cierto, que en un suplemento de la sexualidad de EL PAÍS que hablaba del sida sacabais una foto de una pareja con mascarilla. A ver cuándo os aprendéis las vías de contagio", protesta con vehemencia. "La enfermedad a veces sale en las conversaciones, aunque procuramos no dramatizar. Pero hay días malos".
F. interviene en la conversación: "El fantasma del final siempre lo tienes encima. Pero aquí nos damos apoyo unos a otros, porque tratas unos temas que fuera no los hablas con nadie. Es nuestra seguridad dentro de la incertidumbre". "Ahora la prensa se ocupa mucho del sida", añade. "Pero, cuando pase lo de Magic Johnson, nadie se acordará de nosotros".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.