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Tribuna:LAS RUINAS DE LA U.R.S.S.
Tribuna
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La responsabilidad de EE UU

El secretario de Estado, James Baker, ha propuesto cuatro criterios para que las nuevas repúblicas situadas en el territorio de la antigua URSS sean admitidas en la comunidad de naciones democráticas: valores y prácticas democráticas, protección de los derechos humanos y de las minorías, respeto de las fronteras y transición pacífica, y cumplimiento de las obligaciones internacionales.Nadie puede discutir estos principios. Sin embargo, es posible que estos objetivos no se alcancen hasta dentro de muchos años, o quizá nunca. Si EE UU condiciona su política al cumplimiento de estos puntos, correrá dos riesgos. Uno es que nos esforcemos en imputarles virtudes democráticas a líderes cuya retórica democrática no es más que palabrería. En ese caso, nuestra política perderá credibilidad. Otro, que al ver que nuestras esperanzas no se cumplen, nuestra política de "compromiso constructivo" se convierta en una vía de alejamiento. Pronto descubriríamos que el territorio de la antigua URSS es demasiado importante para la paz como para permitirnos ese alejamiento.

La evolución de la nueva Comunidad de Estados Independientes (CEI) está condenada a ser larga, dolorosa y quizá violenta. Las distintas repúblicas estuvieron unidas a la fuerza a lo largo de más de cuatro siglos bajo la égida de Rusia, que reprimió las iniciativas locales y llenó los puestos clave de los Gobiernos con rusos.

La mayoría de los líderes rusos ve la CEI como una vía para mantener con vida lo que se pueda salvar de la unión tradicional y quizá de la histórica dominación rusa. Las repúblicas más grandes, como Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán consideran que se queda a mitad del camino hacia la independencia total. Las más pequeñas, especialmente las asiáticas, la ven como una modesta mejora respecto a la antigua Unión y como algo que les concede cierta capacidad de maniobra frente a las intenciones de turcos e iraníes.

La ambigüedad del documento institucional refleja estas corrientes opuestas. No han sido concretadas ni las competencias ni la composición de los comités ministeriales de la CEI que se supone deben coordinar a las repúblicas, y el Consejo de Jefes de Estado de las repúblicas está obligado a tomar sus decisiones por consenso.

Política ambigua

La política económica de la CEI es igual de ambigua y potencialmente más explosiva. Las diferentes partes han declarado tener interés en crear un "espacio económico" y se han comprometido a no ejercer ningún tipo de presión económica entre ellas, aunque no han definido lo que significa aquel término ni han puesto en práctica lo que implica.

El acuerdo de la CEI declara la inviolabilidad de las fronteras de las repúblicas. Pero no explica cómo demarcarlas ni quién es el responsable de la seguridad.

No existe consenso sobre cómo hay que definir la ciudadanía dentro de la CEI. Si las economías de las diferentes repúblicas no crecen al mismo ritmo, la ciudadanía se convertirá en un privilegio crucial. También será fundamental para definir lo que constituye una minoría.

Incluso los acuerdos militares -comparativamente los más claros- continúan siendo controvertidos. Bielorrusia y Ucrania han declarado que sólo abandonarán las armas nucleares tácticas situadas en sus respectivos territorios para facilitar su destrucción. Pero los mecanismos para la transferencia o para la destrucción no han sido claramente definidos.

¿Cuál debería ser la actitud norteamericana frente a estas amenazadoras polémicas? Los principios formulados por Baker se refieren principalmente bien a los procedimientos para resolver las disputas, bien a la evolución de las diferentes repúblicas. No aluden al interés norteamericano en la estructura que emerge a partir del área de la antigua URSS. Y sin embargo, el imperio ruso bajo las órdenes de zares o comisarios ha sido el más agitado de todos los países europeos.

Los imperios zaristas y soviético se convirtieron, por un lado, en una amenaza permanente para el equilibrio de fuerzas en Europa, Oriente Medio y Asia. Por otro lado, salvaron en dos ocasiones la independencia de las naciones europeas, ya que sin su contribución, Napoleón y Hitler habrían triunfado. Por consiguiente, a EE UU le interesa que emerja una confederación lo suficientemente fuerte para garantizar la seguridad de sus pueblos, pero no lo bastante cohesionada como para iniciar una agresión.Si ésto se lograra, cambiarían los esquemas deja política mundial. Por primera vez en los últimos dos siglos, Europa del Este, el Báltico y los Balcanes quedarían aislados de la presión militar de Rusia y ésta tendría un cinturón de seguridad frente a invasiones desde Europa. Dentro de una confederación flexible, la gran cantidad de recursos sacrificados hasta ahora para las aventuras en el extranjero podrían ser destinados al bienestar de la población. El progreso interno de los habitantes de la CEI podría entonces sincronizarse con el resto de Europa, quizá en asociación con la CE.

Pero las frases pronunciadas por los líderes rusos sugieren que la propensión hacia la dominación no ha sido totalmente erradicada. Ahí está la advertencia de que las repúblicas secesionistas no pueden llevarse sus poblaciones rusas, una alusión a potenciales conflictos étnicos que recuerda a Yugoslavia. Hay una parcialidad manifiesta en la política económica, que utiliza el control de Rusia sobre recursos como el petróleo para forzar a las demás repúblicas a seguir su línea o sufrir las consecuencias.

Siento el mayor de los respetos por el valor de Yeltsin al oponerse al establishment comunista y por su energía y habilidad para dar forma a la CEI, pero no deja de ser un hecho que el espinoso nacionalismo de Rusia es una fuerza perenne. De hecho, es probable que reemerga una vez que el desmantelamiento de la era Gorbachov haya sido completado y el nacionalismo pueda verse corno una tentadora fuerza unificadora en el inevitable periodo de austeridad que se avecina.

EE UU se enfrenta a dos retos que sólo en apariencia pueden parecer contradictorios. En el escenario internacional, debería colaborar estrechamente con Rusia, porque una Rusia no expansionista no tendría intereses opuestos a los de EE UU. Pero la agradable perspectiva de una estrecha colaboración en el escenario internacional no debería inducirnos a apoyar inadvertidamente la dominación rusa sobre los restantes pueblos de la antigua URSS. Una estructura de paz duradera requiere una estrecha colaboración entre Washington y Moscú, capital de una potencia nuclear que se extiende a lo largo de 11 husos horarios. Pero esto solamente funcionará si se hace compatible con la existencia de países independientes dentro del territorio de la antigua URSS. Porque los intentos de volver a centralizar aquel enorme territorio requerirían métodos y políticas condenados a provocar tensiones que recuerdan a la guerra fría.

Esperanza y realidad

Los funcionarios norteamericanos podrían contribuir sin quererlo a una peligrosa recentralización. A menudo, cuando califican de democráticos a ciertos líderes, reflejan más una esperanza que la realidad. Casi sin excepciones, dichos líderes tuvieron altos puestos dentro del aparato del partido comunista y lo mismo es válido para la mayoría de los empresarios. Sería un error tratar el antiestalinismo como una conversión fundamental a la democracia.

Todas las fracciones de la antigua URSS afirman que luchan, tanto dentro como entre las repúblicas, en nombre de la democracia. Que EE UU apoye a las fuerzas democráticas es natural. Pero, ¿sabemos lo suficiente acerca de los jugadores como para tomar partido en todas las disputas que se desarrollan en esas lejanas repúblicas? ¿Cuántos conflictos civiles son fomentados desde el exterior, por partidarios del centralismo de la vieja guardia?

Asimismo, cualquiera educado en la tradición norteamericana apoyará el principio de la protección de las minorías. Pero en el contexto soviético, el tema de: las minorías se mezcla con reivindicaciones territoriales. Debemos procurar que un valioso principio no legitime la anexión por la fuerza de territorios en disputa siguiendo el modelo yugoslavo.

Las oportunidades para apoyar el pluralismo en la antigua URSS pueden resultar sumamente efímeras. Por consiguiente, aparte de impulsar las relaciones con Rusia, deberíamos acelerar nuestros contactos con al menos las más grandes de las nuevas repúblicas.

Estados Unidos debería comportarse con las repúblicas de la nueva CEI igual que lo ha hecho con la CE. EL UU ha sido meticuloso a la. hora de evitar el principio de un país europeo dominante. La república rusa, como el más poderoso de los países sucesores de la URSS, tendrá siempre un papel internacional más importante y una posición de líder dentro de la CEI. Pero debería ser animada a ejercer ese papel desde dentro de sus fronteras y en concordancia con el espíritu de las instituciones que: ha ayudado a crear.

A veces se a Firma que el hecho de que Rusia posea un gran potencial estratégico nuclear impone la necesidad de darle un trato favorable. Pero si esto fuera verdad estaríamos fomentando la proliferación nuclear como una manera de conseguir una relación especial con EE UU.

Existen tres aspectos del problema del control nuclear: las garantías técnicas, de quién es el dedo que aprieta el gatillo, y el contexto político internacional en que puede tomarse la decisión de utilizar las armas nucleares. En lo que respecta a las garantías técnicas, todo el mundo está. de acuerdo en que sería deseable la destrucción de las armas nucleares tácticas en lugares convenidos. Lo que no está claro es el procedimiento para hacerlo. La cuestión de quién debería ser el encargado de apretar el gatillo en la CEI ha quedado resuelta, al menos temporalmente, al cederle el control al, presidente ruso, siempre y cuando estén de acuerdo los líderes de las restantes repúblicas nucleares. No obstante, esta disposición sólo tiene sentido si existen medios técnicos a través de los cuales los presidentes no rusos puedan ejercer su veto. Los norteamericanos han ofrecido asesoramiento técnico pero debemos procurar que nuestra insistencia en que haya un mando y control central no sea utilizada como un pretexto para la recentralización a la fuerza, ya que la resurrección de un imperio altarmante centralizado representará un gran peligro para la paz mundial.

La gran oportunidad histórica reside en el pluralismo dentro de las repúblicas de la antigua URSS, así como en una relación muy estrecha de EE UU con una Rusia que, por primera vez en su historia, no es expansionista. Una construcción arquitectónica de estas características abriría perspectiva sin precedentes para todos los pueblos del mundo y, sobre todo, para las resignadas poblaciones de la antigua Unión Soviética.

fue secretario de Estado de Estados Urtidos.

Copyright 1991, Los Angeles Times Syndicate.

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