Una OTAN europea
Mientras los dramáticos acontecimientos en la antigua Unión Soviética están siendo el centro de la atención, la relación atlántica -piedra angular de la política exterior norteamericana durante una generación- se está erosionando por dejadez. Sus instituciones se dan por supuestas al mismo tiempo que las premisas en que se basaban se están hundiendo; la adaptación a la nueva realidad está todavía por iniciar.La Alianza Atlántica se creó en 1949, cuando los ejércitos soviéticos se hallaban a orillas del Elba y una invasión de Europa occidental parecía inminente. Alemania estaba dividida y desmilitarizada, y Europa apenas estaba comenzando su recuperación económica. La importancia de la OTAN creció con la necesidad de incluir el rearme alemán en un marco más amplio que el del Estado nacional.
De modo similar, la Comunidad Europea, concebida como una estructura colateral de la Alianza Atlántica, trataba de hallar- un lugar para la Alemania que rebrotaba y restaurar un sentido de identidad en la Europa sacudida por la guerra, superando antiguas rivalidades.
Hoy, los ejércitos soviéticos están 1.500 kilómetros más al Este y la cantidad de tropas norteamericanas en Europa está siendo drásticamente reducida. La unificación de Alemania y su creciente poder han acabado con la premisa no expresada de las instituciones atlánticas. Mientras existían dos Estados alemanes, el acuerdo implícito era que la República Federal no convertiría su poder económico y militar en moneda política a cambio de que sus socios le concedieran un status más elevado que a su rival alemán oriental. El así llamado liderazgo francés de la Comunidad dependía de que Bonn renunciara a desafiarlo.
Una Alemania reunificada ya no necesita que Francia certifique que es un buen europeo. Europa oriental y la antigua Unión Soviética dependen de Alemania para la asistencia económica. Sus socios europeos occidentales conocen de sobra su poder económico, financiero y militar. En estas circunstancias, la Comunidad Europea (CE) podría pasar de ser un freno para Alemania a convertirse en un mecanismo para hacer más aceptable la dominación alemana en Europa. Esto explica por qué la integración europea, alabada en principio, encuentra una resistencia creciente en la práctica. El punto de vista de la antigua primera ministra británica Margaret Thatcher, es decir, que Europa debería construirse sobre los Estados nacionales y no sobre instituciones supranacionales, puede acabar imponiéndose a pesar de las críticas.
Influencia alemana
En los años que vienen, Europa no verá tan obvia la necesidad de protección norteamericana: EE UU no se sacrificará tanto por la seguridad europea; en su momento, Alemania insistirá en obtener la influencia política a la que le da derecho su poder militar y económico; la CE ya muestra todos los síntomas de guiarse por sus propios intereses económicos, incluso arriesgando la cohesión atlántica. Sería un error desastroso sacar la conclusión a partir de estos hechos de que la misión de la relación atlántica ya ha terminado. Las nuevas condiciones la hacen más necesaria que nunca, aunque no puede continuar con los antiguos esquemas.
Para empezar, el colapso soviético no ha acabado con todas las amenazas potenciales desde el Este. Incluso aunque la antigua Unión Soviética se fragmentara en sus 15 repúblicas constituyentes, la República Rusa sería mucho más extensa y tendría muchos más habitantes que cualquier otro Estado europeo. Y seguiría en posesión de miles dé cabezas nucleares, más que cualquier potencial europeo concebible.
Alemania se ha hecho tan fuerte que las instituciones europeas existentes no pueden por sí mismas establecer un equilibrio entre ese país y sus socios, y todavía menos entre Alemania y la antigua Unión Soviética. No va en interés de nadie que Alemania y Rusia se consideren mutuamente como sus principales opciones políticas.
Sin Norteamérica, Reino Unido y Francia no pueden mantener el equilibrio político en Europa occidental; Alemania carecería de un ancla para evitar tentaciones nacionalistas y presiones externas; Rusia no tendría una pareja a largo plazo en asuntos mundiales. Y Norteamérica necesita a Europa para evitar convertirse en una isla frente a las costas de Eurasia y transformarse poco a poco en una potencia económica de segunda categoría.
Enfrentarse a esta realidad ha sido dificil a causa del eterno conflicto entre las visiones norteamericanas y francesas de las relaciones atlánticas. Norteamérica ha dominado la OTAN bajo el estandarte de la integración. Francia, defendiendo la independencia europea, ha dado forma a la CE. El resultado de esta situación de tablas es que el papel de EE UU es demasiado importante para la cohesión de la OTAN y demasiado poco para la vitalidad de la CE. El papel de Francia es demasiado pequeño para la OTAN y demasiado intervencionista para la Comunidad.
Si entienden sus intereses reales, Estados Unidos y Francia reconocerán que no queda alternativa, sino reconsiderar sus puntos de vista. Para Norteamérica, el mando unificado de la OTAN ha sido el símbolo de la unidad aliada, mientras que Francia siempre ha desconfiado de él.
Mando nacional
En algunos niveles la discusión es fundamentalmente de carácter bizantino. Las fuerzas asignadas a la OTAN siempre han estado bajo mando nacional en tiempos de paz, y, por tanto, estaban a disposición de cada aliado individual, derecho que ejercieron Francia en la guerra de Argelia, Estados Unidos en la guerra del Golfo y el Reino Unido en el conflicto de las Malvinas, entre otros muchos ejemplos.
La visión francesa de la estructura política de la Comunidad -es decir, que Norteamérica debe ser mantenida lejos de la toma de decisiones comunitarias- ha sido aún más superada por los acontecimientos. Está basada en tres premisas, las cuales son en su totalidad cada vez menos relevantes: mantener un liderazgo franco-alemán de la Comunidad para dar a Francia un derecho de veto sobre la política nacional alemana; tener a Norteamérica como reserva si falla la apuesta por el condominio franco-alemán, pero sin permitir la intervención norteamericana hasta que Francia la solicite, y, finalmente -o simultáneamente-, la opción rusa como último recurso en caso de que fallaran las relaciones alemana y norteamericana.
Se necesita a la OTAN porque continúa siendo el único lazo institucional entre Europa y Norteamérica y la mejor protección contra el chantaje nuclear. Pero Estados Unidos debería aceptar una identidad europea dentro de la OTAN; Francia debería abandonar sus continuos esfuerzos para constituir una estructura de defensa europea fuera de la OTAN; la CE debería potenciar un mayor papel político de EE UU en sus deliberaciones y habría que llegar a un acuerdo económico entre Norteamérica y la Comunidad para evitar que las relaciones atlánticas se disuelvan en las discusiones por intereses particulares.
Es deseable una estructura de la OTAN más flexible porque los peligros más probables son conflictos étnicos, como en Yugoslavia, o crisis entre las repúblicas de la antigua Unión Soviética, o una crisis en el mundo musulmán. Con respecto a estas cuestiones, los esquemas de la guerra del Golfo, en la que Estados Unidos llevó el peso del esfuerzo mientras nuestros aliados europeos -con la honrosa excepción del Reino Unido y, en menor medida, Francia- se limitaron a un apoyo político y económico, bien podrían invertirse. Así ocurrió de hecho en el caso de Yugoslavia. Una estructura de seguridad más flexible sólo es posible, sin embargo, si Francia y los países europeos liderados por ella abandonan la búsqueda de identidad en oposición a Estados Unidos. Francia no debe bloquear un mayor papel de Norteamérica en las consultas políticas. Con los procedimientos actuales, Estados Unidos no tiene un papel formal hasta que las decisiones ya han sido tomadas. Esto apenas es tolerable cuando se trata de cuestiones económicas, pero resulta inaceptable ante los desafíos políticos venideros o en el tema de la identidad europea en el campo de la defensa. Lo que se necesita entre Estados Unidos y Europa occidental no son más estructuras, sino algo intangible como la relación especial que siempre ha existido entre Norteamérica y el Reino Unido.
Un diálogo político revitalizado en el área atlántica tiene sobre todo que esbozar una visión de futuro común. La política norteamericana con respecto a las relaciones atlánticas ha sido demasiado reactiva y tendente a evitar controversias mediante la aceptación de las iniciativas multilaterales de todos los aliados. Irónicamente, la sopa de letras de las instituciones -la CE (Comunidad Europea), CSCE (Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa), UEO (Unión Europea Occidental) y el candidato más reciente, aún sin bautizar, la Europa que va desde VIadivostok en el Este hasta Vancouver en el Oeste- contribuye a un aumento del nacionalismo. Esto es así porque proporcionan a cualquier país un menú en el que elegir aquella institución que más favorezca sus metas nacionales inmediatas en cualquier cuestión dada, como de hecho ocurrió en el caso de Yugoslavia.
Cada lado del Atlántico tiene que ir más allá de consideraciones tácticas. Al reducir sus fuerzas, Estados Unidos deberá explicar por qué las que quedan son importantes, en relación con qué peligros y en combinación con qué fuerzas europeas. Europa debe definir dónde considera que están sus fronteras y cómo reaccionará ante la evolución de los acontecimientos en la antigua Unión Soviética, incluyendo un' enfoque común de la ayuda económica.
Nuevos socios
No hay cuestión más urgente que la de relacionar los antiguos satélites soviéticos de Europa oriental con Europa occidental y la OTAN. Habría que permitir la rápida entrada en la CE por lo menos a Polonia, Checoslovaquia y Hungría. No habla en favor de Occidente el que, después de hablar durante toda una generación de libertad para Europa oriental, ahora se haga tan poco por apoyarla. Además, si se quiere evitar una tierra de nadie en Europa del Este, la OTAN no debería dejar ninguna duda de que las posibles presiones sobre estos países serán tratadas como un desafío a la seguridad occidental, sea cual sea el aspecto formal de este compromiso.
En el antiguo mundo comunista están teniendo lugar cambios históricos. Su amenaza unió en su día a los países ribereños del Atlántico; su disolución los desafía a articular nuevos objetivos a la altura de su victoria en la guerra fría.
Copyright 1992, Los Angeles Times Syndicate. (Extracto del artículo).
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