La política sin la izquierda
Italia, los länder alemanes, y ahora el Reino Unido: en la política europea están pasando cosas extrañas. Si nos atenemos a las elecciones de los últimos días, tenemos que llegar a la conclusión de que al electorado le encantaría deshacerse de los que están en el poder, pero no sabe cómo. En consecuencia, debilita al Gobierno sin destituirlo, y al mismo tiempo desmoraliza a la oposición tradicional. En el caso de que exista alguna alternativa, ésta se encuentra fuera de los partidos conocidos. La única fuerza que parece estar tan lejos de lograr mayorías como lo ha estado siempre es la izquierda. En el Reino Unido hay quienes la han tildado de "inelegible"; en efecto, su única esperanza de llegar al poder es como parte de coaliciones que podrían difuminar sus rasgos específicos hasta hacerlos irreconocibles. ¿Qué ha pasado?Por supuesto, hay respuestas obvias. Uno puede incluso preguntarse si la izquierda ha sido capaz alguna vez de reunir mayorías electorales; los ejemplos no abundan. El derrumbamiento del comunismo ha extendido su mal olor a todos aquellos que de alguna manera están relacionados con el socialismo, o incluso con las políticas que han sido descritas como sociales. Y lo que es más grave, el final de la política de clases -y tal vez de las clases- significa que no hay un electorado natural para un programa de reformas. Los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) están dominados por una clase mayoritaria que abarca a ese 60%, tal vez 70% o incluso 80% que, en conjunto, tiene la sensación de que la mayoría de sus aspiraciones podrán cumplirse si las cosas siguen más o menos como están. No necesitan ninguna reforma importante; todo lo que necesitan, por el contrario, es seguridad,un poco de suerte y un Gobierno que sonría a los bolsillos y cuentas bancarias que no dejan de crecer.
Huelga decir que esto no es todo. Hay quienes permanecen fuera del círculo. encantado de la clase mayoritaria: la clasebaja, los inmigrantes, las regiones desatendidas. También es
e*dente que los Gobiernos de
vi la clase mayoritaria pueden hacerse demasiado cómodos. Aparece la corrupción, corrupción a causa de un poder indiscutido, pero también por tentaciones muy comunes en todo el mundo. Los que están en el poder no son inmunes a los valores de la sociedad del bolsillo a la que se han adherido; sus carteras y sus cuentas bancarias también se llenan, y mientras lo hacen, aumentan las dudas acerca de las instituciones que son una condición necesaria para un progreso estable.
De hecho, ésta es la razón por la que la izquierda está desorientada. La política dominante de la época es la política del monedero. Enrichissez- vous, messieurs! (Y ahora las damas están definitivamente incluidas). Por mucho que los sondeos de opinión hayan podido equivocarse en el Reino Unido, un factor que ha influido en el regreso del Gobierno conservador ha sido con toda seguridad que, de camino hacia los coleglos electorales, mucha gente miró a ver cuánto dinero tenía en su monedero, y decidió que, por mucho que le preocuparan los servicios sanitarios, el tránsporte y la educación, no quería que menguara su fortuna. El Partido Laborista, con su "presupuesto en la sombra", cometió un error fatal, aunque absolutamente característico, al proponer medidas fiscales que afectarían sobre todo al 20% de arriba y dejaría a casi todo el resto en mej9res condiciones económicas. Este era un planteamiento estático y bastante poco imaginativo, dado que una gran parte del 80% restante espera poder alcanzar en algún momento de su vida las categorías impositivas más altas. El Partido Laborista defraudó las esperanzas de los aspirantes, y de esa manera no sólo perdió el futuro, sino también al electorado.
Mientras siga prevaleciendo la política del monedero, la izquierda tendrá problemas. Porque la izquierda trata de las prerrogativas, de los derechos civiles, de la ciudadanía. Ambascosas no son incompatibles. En los grandes momentos de la historia, los derechos de la gente y la riqueza de la gente han prosperado a la vez. Pero desde principios de los años ochenta vivimos en unas condiciones en las que el proyecto de ciudadanía se ha visto superado por el deseo de prosperidad, por lo que J. K. Galbraith llamó hace muchos años "riqueza privada", que incluso entonces era bastante compatible con la "miseria pública". Algunos partidos de la izquierda tradicional se han adaptado a este nuevo talante. Han ocupado la presidencia durante periodos de milagro económico en sus países, como es el caso de Portugal, tal vez España e incluso Francia. Entretanto, han perdido su alma. Puede que esto no sea un desastre; en efecto, España y Francia (y Australia y Nueva Zelanda) han prosperado bajo un Gobierno socialista. Pero deja un vacío en el caso de que y cuando los derechos de ciudadanía, y de hecho las instituciones de la libertad, sean de nuevo el tema central.
La vieja izquierda ya ha pasado de moda. El socialismo ha muerto; seguirá siendo el coto de los restos de la nomenklatura en el Este y de unos cuantos inveterados creyentes en la refundación en Occidente. La izquierda domesticada, a la que ya no hay quien distinga de la derecha, o más bien de las ideas mayoritarias de los años ochenta, deja poca huella. En cierto modo curioso, era insustancial, un mero vehículo del poder sin objetivos. La nueva izquierda apenas ha empezado a hacerse una composición de lugar. Necesita un análisis claro de dónde estamos y un sentido adecuado de sus objetivos, así como, sin duda, paciencia.
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