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Tribuna:
Tribuna
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Son, libres

Les educamos en el vacío más puro y perfecto de la odiosa educación. Les dijimos que no hay nada que valga algo fuera del dinero. Hay que comprar cosas, cambiar cosas, romper cosas y volver a comprar mas, cosas. Crecieron oyendo que la familia es un fracaso. Que no hay Dios ni representante suyo en la tierra. Que no hay ley porque nadie la acata. Que la moral es un estorbo y la ética es otro. Que hay que ser despiadado y divertirse a expensas de los demás. La dictadura fue una mierda y la democracia es un asco, aunque tiene el aliciente de permirtirlo todo. El mundo está podrido. Nadie dice la verdad porque la verdad no existe. Vivimos en el reino de la corrupción y del egoísmo. Y ellos lo comprendieron sin demasiada dificultad. A la edad de 12 años, a veces incluso antes, irrumpen en el caos triunfante ufanos de su condición.Aquí están. Visten de marca. Huelen a litrona, escape de velomotor, porro y nicotina. Su aspecto es de ejecutivo precoz y de estrella rockera, a partes iguales, si son machos. Y una mezcla sugestiva de modelo de alta costura y de viciosilla barriobajera, si son hembras. Al rozarles en cualquier esquina pueden escupirte, ponerte la zancadilla o hacerte la reverencia del humilde servidor. Cuando esto último acontece, las carcajadas restallan estruendosas sirviendo de aviso para que, más allá, otros sujetos de la misma tribu se alerten y puedan completar su misión. Entonces insultarán a la anciana, increparán al mendigo atacarán al inválido, o, si ello no colma aún sus ansias de regocijo, lanzarán botellas contra tu pescuezo. Y uno dirá: "¿Pasa algo, tío?".

Sería injusto regañarles. Aprendieron la lección. Tampoco debemos sentirnos defraudados. ¿Acaso no son hoy tan libres y dichosos como anhelábamos que fueran?

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