Más seguridad
LAS IMÁGENES terribles ofrecidas por la televisión desde poco después del accidente de Castellón son suficientemente expresivas: a veces el horror se concentra en la mano inerte de una niña, el cuerpo mutilado de un adulto que en un instante ha pasado del ser al no ser. La cuestión es siempre la misma: cuántas de esas vidas podrían haberse salvado. Mejor dicho: cuántas muertes podrán evitarse en el futuro si ese horror incita a las personas responsables empresas de transporte de viajeros, pero también administraciones públicas- a adoptar, mejor hoy que mañana, medidas suficientemente experimentadas en otros países y de las que se sabe estadísticamente que contribuyen a reducir los riesgos potenciales.Todo accidente es el resultado de la confabulación en un instante dado de varios factores potenciales de riesgo. Pero en los relacionados con los autobuses de pasajeros, en aumento en España en los últimos años -ya van 85 víctimas mortales desde el pasado 1 de enero-, vienen apreciándose algunas constantes que parecen aconsejar ciertas iniciativas para reducir el espacio en que se alían el azar y la muerte. Desde luego, el exceso de velocidad aparece casi siempre, y en Castellón resulta más evidente que nunca. Si el tacómetro no miente, el autobús circulaba a 105 kilómetros por hora en una curva con límite de 40, algo parecido a jugar a la ruleta rusa con el tambor lleno de balas. Pero el gran número de accidentes, no sólo de autocares, que se produce justamente en esas zonas en las que es preciso desacelerar rápidamente para pasar de una vía de circulación rápida -una autopista- a una lenta, podría aconsejar señales de alerta más eficaces y, quiza, con una mayor antelación. Y aunque el factor humano haya sido decisivo en el accidente, nada nos obliga a creer que fuera inevitable el número de muertos.
En los últimos años ha mejorado considerablemente la puntualidad y atención al usuario en general por parte de las líneas regulares de viajeros por carretera (aunque quizás no tanto entre las que realizan viajes discrecionales). Ello ha influido seguramente en el fuerte incremento del número de usuarios que ahora prefiere ese sistema para sus desplazamientos. Pero también ha crecido considerablemente el número de accidentes en los que se ven implicados autobuses, así como el de víctimas registradas en los mismos: 333 muertos desde 1986. Se ha comprobado que gran parte de las víctimas de esos accidentes perecen por aplastamiento tras volcar el vehículo. Un informe técnico, de la CE aconseja la instalación de cinturones de seguridad en los autobuses, uno de los pocos medios de transporte en los que su uso no resulta obligatorio.
Los expertos consideran que en ese tipo de accidentes, un turismo normal resulta más seguro que los autocares. Ello es consecuencia en buena medida del diseño de estos vehículos, en los que, como reconoció el director general de Tráfico hace año y medio, "se otorga prioridad a la comodidad sobre la seguridad". Esto se traduce en unas carrocerías de techo y laterales muy ligeros, en gran parte acristalados y cuya resistencia en caso de vuelco es mínima. No es un problema exclusivamente español, sino más bien europeo: en Estados Unidos, por ejemplo, prima la seguridad sobre el diseño y las estadísticas demuestran lo acertado de la elección.
El aumento de la siniestralidad inspiró la redacción de una normativa específica sobre resistencia mínima necesaria para la homologación de los autobuses, que ya es exigible en varios países, pero no todavía en España, pese a que existen estudios técnicos sobre las modificaciones que habría que introducir en las carrocerías para cumplir la normativa. Tales modificaciones supondrían un gasto adicional de no más de 2.00.000 pesetas por vehículo. Y, según los expertos, podrían reducir a un tercio el número de víctimas en accidentes como el de anteayer. Es duro decirlo, pero tal vez 30 de las personas que el miércoles perdieron la vida podrían haberla conservado. Tal vez.
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