Una fuente de conflictos para gobernar
Los independentistas de Quebec, principales beneficiados
¿Qué van a hacer ahora de su victoria los partidarios del no? Apenas conocido el resultado del referéndum, los canadienses se plantean ya esta pregunta. Con su voto negativo, los electores han rechazado una solución, tal vez discutible, pero que tenía por lo menos el mérito de la coherencia. No han elegido, en cambio, opción alguna de recambio. En el frente del no se daban cita fuerzas irreconciliables por naturaleza. El referéndum ha sido sólo una excepción. Su victoria no es trasladable. En el rechazo del acuerdo de Charlottetown se han unido noes de muy distinta procedencia.
El no más claro es el de los independentistas quebequeses, para quienes cualquier acuerdo basado en el principio del federalismo es rechazable. No quieren ejercer más poder en Ottawa ni recibir más transferencias de competencias para su provincia. Quieren ejercer la soberanía política plena. El rechazo al acuerdo de agosto les otorga en este sentido más fuerza, al dar la impresión de que ninguna solución es hoy viable en el marco de la federación canadiense. Pero los nacionalistas quebequeses saben que no pueden atribuirse todo el mérito de la victoria, y que sus tesis no convencen a la mayoría de la población de su provincia.En el Canadá anglófono se mezclaron muchos factores para explicar la victoria del no. Uno de ellos es la voluntad de dar un toque de atención a la clase política en general, cuyo desprestigio ha ido creciendo conforme iba agudizándose la crisis económica, con una recesión que se traduce hoy en una tasa de paro del 11% de la población activa. Este fenómeno es especialmente perceptible en las ricas provincias del oeste del país, productoras de petróleo o de materias primas, cuyo nivel de renta es superior al promedio nacional y que se quejan de la voracidad fiscal de la capital federal.
Quebec empieza a cansar
Empieza también a surgir en varias provincias anglófonas un sentimiento de hastío frente a las pretensiones de Quebec. Muchos vieron en el acuerdo de Charlottetown una especie de prima a la insolidaridad, tanto más inaceptable cuanto que los mismos quebequeses favorables al sí afirmaban que se trataba sólo de un primer paso. Los anglófonos podrían a lo mejor haber votado positivamente si este referéndum hubiera permitido cerrar el capítulo de la crisis constitucional En estas condiciones, muchos prefirieron decir que no.
Cuesta creer, sin embargo, que estos noes dispares, e incluso contradictorios, puedan convertirse mañana en un sí común a un proyecto alternativo. Todo hace pensar que el debate constitucional quedará, por tanto, aparcado hasta las próximas elecciones y que los políticos volcarán su atención en los problemas económicos.
Parece así que el país entra en una moratoria constitucional, sin que esta situación parezca por lo demás provocar la inquietud en el seno de la población, que ya se ha acostumbrado a esta situación, de interinidad permanente. Ya en 1971, Quebec y las provincias anglófonas habían alcanzado un acuerdo constitucional que fue denunciado en el último momento por la provincia francófona, que reclamaba más poderes. En 1980, los independentistas quebequeses intentaron forzar una solución por la vía de la separación al convocar en su provincia un referéndum sobre la "soberanía-asociación", pero el 60% de los electores rechazó su propuesta. Dos años más tarde el Gobierno federal decidió "repatriar" la Constitución canadiense, hasta entonces bajo control del Parlamento británico, Y. aprovechó para introducir en ella enmiendas que fueron rechazadas por Quebec. Y en 1987, las 10 provincias llegaron a un acuerdo, llamado del Lago Meech, que dos gobiernos anglófonos se negaron, sin embargo, a ratificar después. Este nuevo fracaso, por tanto, no es sino uno más en una larga serie de intentos fallidos. Lo que no impide que Canadá, a pesar de sus interminables discusiones lingüísticas y étnicas, siga siendo uno de los países más tolerantes del planeta, y que mejor trata a sus minorías.
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