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Crítica:OTOÑO EN CONDE DUQUE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La carpa de los pies felices

El regreso de los cantantes veteranos está provocado, en gran parte, por la inconsistencia de los nuevos, apenas bisoños aspirantes que las grandes empresas discográficas calan superficialmente y empujan al circuito sin demasiada convicción. Por más que se busca y se rebusca no aparece artista que pueda hacer sombra a los de antaño, curtidos a la intemperie de la vida y no al aséptico vacío de laboratorio en que se ha convertido el estudio de grabación.Ante este panorama en que nadie destaca sobre nadie, Charles Brown ha vuelto aconsejado por la recientemente premiada Bonnie Raitt. En su caso no estamos hablando de un veterano cualquiera. Gigantes como Ray Charles, Fats Domino y Little Richard han confesado en más de una ocasión gran admiración por su estilo y músicos de talento, como Dr. John, le han expresado agradecimiento en las carpetas de sus discos. Recientemente, el grupo The Eagles rescató su canción I'll be homefor Christmas y Bruce Springsteen hizo lo propio con Merry Christmas baby. Como se puede ver, Brown es un hombre para quien las navidades han sido constante fuente de inspiración aunque, por fortuna, también los blues primitivos y descarnados de Blind Lemon Jefferson y de la gran Bessie Smith le han dejado huella perenne. Si a esto le sumamos la devoción que ha sentido hacia el estilo pianístico del insuperable Art Tatum, nos encontramos con que Brown es el paradigma del músico completo, bendecido por el buen gusto y perfectamente pertrechado para enfrentarse a cualquier exigencia.

Charles Brown Blues Band

Charles Brown (piano y voz), Clifford Solomon (saxo tenor), Danny Caron (guitarra), Ruth Davies (contrabajo) y Gaylord Birch (batería). Carpa del Conde Duque. Madrid, 30 de octubre.

El tejano ha hecho muy bien en volver porque muy pocos hacen hoy lo que él hace. Nada más observar la disposición de los instrumentos sobre el escenario se comprueba que su forma de entender el blues poco tiene que ver con la que reina ahora en manos de los cultivadores de las exageradas formas urbanas. Brown sale pausadamente con aires de hombre de mundo, vestido con un impecable traje blanco y tocado con una reluciente gorra de capitán de barco a lo Count Basie. A su lado se sitúa Ruth Davis, una dama de larga cabellera rubia que se abraza a un contrabajo serio y fondón, como los de toda la vida; más allá, el guitarrista Danny Caron porta instrumento de caja grande y tiene la decencia de improvisar sujeto a canon, algo que se agradece entre tanto creativo insulso; el batería Gaylord Birch es tan discreto que seguro que hasta le daría vergüenza que se hablara de él; finalmente, el histórico saxofonista Clifford Solomon es un caballero de fina estampa que sopla y pulsa llaves con pleno conocimiento. Todos juntos forman un cuadro encantador, quizá de otra época pero encantador.

Se lanzaron sobre el blues como tigres. Hicieron blues lentos, como Black night o Early in the morning, y blues trepidantes, como Bad bad whiskey. La carpa se llenó de pies felices. El líder cantó con una voz sobria con influencias de Joe Turner, sin su rotundidad, de T. Bone Walker, sin su cavernosidad y, esto es lo más sorprendente, de Mose Allison. El Brown pianista destacó en un Round midnight, interpretado en trío con cautivadora tosquedad, y en un Some one to love, en diálogo íntimo entre piano y voz.

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