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El Chico de la Moto no aprendió la lección

Mickey Rourke rompió en el Palacio de los Deportes de Oviedo el viejo pacto que los literatos y los cineastas de su país tienen con las sangrientas leyes del boxeo, para extraer de ellas una metáfora de las malas calles de estos malos tiempos.Este pacto lo firmaron personajes de la talla de John Huston y su padre, Walter, John Garfield, Broderick Crawford, Carl Sandburg, Robert De Niro, Martin Scorsese, Ernest Hemingway, Jack London, Norman Mailer y otros genios vulnerables, escandalizados por la violencia pero fascinados por la metáfora de la violencia en cuando espejo del suelo que pisaron en vida y en muerte.

Rourke se ciscó sobre las cláusulas de este pacto y, con su bofetada asturiana a un soñador de filetes de 250 gramos, contribuyó al sesteo sobre el temblor de Parkinson que hoy padece, a causa de bofetadas como las suyas, aquel Cassius Clay, el hombre que ganaba combates sin hacer ni un solo rasguño en el rostro del otro, y que supo desterrar la violencia de la salvajada y, por un instante la convirtió en humana.

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Engolado y sin brújula

Una mala, rastrera, madrugada la de Oviedo anteanoche. El cine captura del boxeo lo que tiene de expresión límite de un estado de necesidad. Pero un actor engolado y sin brújula, convirtió este esfuerzo de ennoblecimiento en un impresentable estado de arbitrariedad, de moral de garito, ese garito donde Rourke presume de haber aprendido a comportarse como un hombre. El golpe que Rourke propiné al pobre Terry Jessmer, iba probablemente dirigido a Robert Redford, o quizá más atrás, al padrastro policía que Rourke padeció en su infancia y cuyas palizas le condujeron cuando tenía 14 años a un gimnasio de Miami en busca de la ciencia de la revancha del débil contra el fuerte.

Allí es donde Rourke vio bailar sobre la resina de un ring de entrenamiento al legendario Cassius Clay y sus pequeños ojos negros se agrandaron por el asombro de la delicada belleza que emanaba de los movimientos del muchacho loco de Louisville, antes de secarse su bautismo y convertirse en Muhammad Alí. El Chico de la Moto sin embargo no aprendió nada de él y se marchó a Hollywood "para purgar", son palabras suyas de anteayer en Oviedo, "mi conciencia haciéndome un impostor profesional. En Hollywood hay mucha más violencia que en el ring, y ahora, cuando no boxeo y me aburro, salgo a la calle a espantar farsantes".

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