El coladero de la calle Xátiva
Jandilla / Joselito, Litri, Ponce
Toros de Jandilla (2º, sobrero, en sustitución de un inválido), discretos de presencia, inválidos, manejables. Joselito: estocada corta caída (petición, gran ovación y salida a los medios); dos pinchazos -aviso-, media delantera y descabello (ovación y salida al tercio). Litri: estocada -aviso- y tres descabellos (ovación y salida al tercio); primer aviso antes de entrar a matar, estocada corta, rueda insistente de peones, tres descabellos -segundo aviso- y descabello (ovación y salida al tercio). Enrique Ponce: estocada corta ladeada (ovación y salida al tercio); aviso antes de entrar a matar y estocada baja (oreja).
Plaza de Valencia, 20 de marzo. l0a corrida de Fallas. Lleno.
El histórico coso de la calle Xàtiva; así se viene mencionando a la plaza de toros de Valencia, que está en la céntrica calle dicha, tiene historia antigua y ha sido escenario de grandes acontecimientos taurinos. Algunos de ellos posiblemente no hubieran sido considerados tanto acontecimiento en otros coliseos, donde ponen mayor rigor en los juicios, pero su refrendo tenía mucho que ver con el hiperbólico y vitalista temperamento mediterráneo, que gusta de manifestarse festivo y generoso.
Sin embargo, ahora esta plaza se ha convertido en un coladero, donde todo vale, el toro nada importa, y no es seguro que importe algo el arte de torear.
Viendo las reacciones desmedidas del público, las ovaciones disparatadas, los gritos y los vítores con ocasión de que un coletudo pega dos trallazos, se duda también de que le guste el toreo bueno.
Viendo el entusiasmo que le provocaba la costalada de un toro inútil al salir de un vulgar pase de pecho, daba pie a pensar que toro, toreo, lidia, fiesta les trae absolutamente sin cuidado a los espectadores del coladero de la calle Xátiva; y lo único que pretenden en medio de la diversión es dar orejas, fabular triunfos, proclamar ídolos -mejor si son de la tierra-, todo lo cual sirve para marcharse calle Xátiva arriba presumiendo de que se ha visto la corrida del siglo.
Lo que se cuece en los reconocimientos veterinarios de la plaza de Valencia, donde la tónica es aprobar reses impresentables, constituye un verdadero misterio. Sin ir más lejos, no hay equipo facultativo de plaza de primera categoría capaz de aprobar el novillote inválido al que cortó dos orejas Enrique Ponce la tarde anterior.
Y las ruinas que han estado saltando a la arena cada tarde, tampoco. En los corrales no es fácil saber si un toro de normal apariencia se llegará a caer en el ruedo, por supuesto; mas lo que ha estado saltando a la arena cada día en el coladero valenciano, llevaba en la cara el estigma de la invalidez, y apenas la asomaba por el portón de chiqueros ya podía afirmarse sin ninguna duda que, al par de trancos, sus huesos, sus cuernos y su divisa caerían como fulminados en la arena.
Los toros Jandilla de esta corrida triunfalista fueron tal cual. Todos se derrumbaban, algunos ni siquiera pudieron soportar en sus débiles lomos la rozadura de la puya.
Y daba igual: los tercios de la lidia seguían adelante, en franquía para que los diestros pegaran derechazos bajo un chaparrón de aplausos y aclamaciones. Por supuesto, los pegaron, a cientos. Ahora bien: ajustados al canon y con sentimiento artístico, aunque fuese remoro, eso ya no.
Lejanos horizontes
Joselito, que es de suyo un excelente muletero, toreaba relajado, abierto el compás, las zapatillas asentadas en la arena, y en cuanto había marcado el segundo tiempo del pase, ya estaba corriendo en busca de nuevos terrenos, lejanos horizontes, desde donde volver a citar. Le aclamaron por eso, naturalmente.
A Litri, que pegaba mantazos, aún le aclamaron más, sobre todo al final de sus trasteos, cuando miraba al tendido, regateaba manoletinas frenéticas y se ponía de rodillas -¡fuera trastos!- dando a entender que aquello era un conato de suicidido. Enrique Ponce, a quien recibió el público con una ovación de gala y le obligó a saludar tras el paseíllo, no cogió el ritmo torero en toda la tarde, ni con el capote ni con la muleta.
Instrumentaba los derechazos (muchos) y los naturales (pocos) con académica postura, aunque sin temple y con alivio de pico. Este joven no parecía el mismo de la tarde anterior, gloriosa donde las haya.
Una orejita
Tras larguísima faena al sexto, Enrique Ponce dio unos pases de rodillas, que provocaron el frenesí de los tendidos, y el público tuvo la inmensa alegría, ¡al fin!, de ver una orejita.
Si no llega a ser por esa sublíme decisión del indiscutible ídolo valenciano en el último minuto, menuda frustración. Porque una corrida sin orejas en el coso de la calle Xátiva es como un jardín sin flores.
Babelia
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