La campaña en las tabernas
Los candidatos buscan por los bares el voto rural gallego
¿Quién dijo que la campaña era un espectáculo? Lo serán los duelos televisivos, las fiestas de Aznar con sus jóvenes cachorros o los chistes de Alfonso Guerra. En las zonas rurales de Galicia los candidatos tienen que recurrir a bares, tabernas, mercados o viejos tele-clubes para tratar de convencer a sus votantes. Allí no hay lugar para los shows electorales, a no ser que al futuro parlamentario le sucedan cosas como verse de repente en medio, de un banquete nupcial.En Arzúa, un municipio coruñés situado casi en el centro geográfico de Galicia, todos los mítines se celebran en el mercado, una vieja y fria nave de cemento que saluda al candidato con el mejor recordatorio de cuál es su destino: las cabinas que se usarán para votar en el pueblo. Sobre una viga descansan cajas de fruta abandonadas, en una esquina hay una escalera de mano junto a las banderolas que debieron engalanar alguna romería reciente y en un extremo yace el gran cartel de madera que anunció la última fiesta del queso.
Los oradores aguardan su turno de pie, a unos metros de la tribuna que se ha instalado al fondo del local. Los asientos para el público -no más de 30- son sillas de plástico, de terraza de bar. En primera fila, escuchan las intervenciones un grupo de ancianos con boina que pestañean menos que el perro que dormita a sus pies..
Son casi las once de la, noche de un día invernal, aunque sea mayo, y unas 150 personas han acudido a escuchar a los candidatos del PP por La Coruña. Sobre todo quieren ver al cabeza de lista al Congreso, Augusto César Lendoiro, recibido con gritos de "Depor, Depor". Más que como político, la gente le conoce como presidente del club de fútbol.
Lendoiro se ha impuesto a sí mismo visitar durante la campaña los 94 municipios de la provincia. Hasta el pasado domingo llevaba ya 77. Al final de cada jornada ofrece dos mítines, después de haber consumido el día en un interminable recorrido por tabernas y restaurantes, donde se habla poco de política. La gente obtiene un autógrafo de Lendoiro y se toma un vino con él.
En Boimorto, un municipio de 1000 habitantes -la población está tan dispersa que practicamente no existe un pueblo- no ha habido ningún mitin y no parece que vaya ha haberlo: un par de carteles de Felipe González, otro del Bloque Nacionalista Galego (BNG) y una pancarta del PP abatida por el viento son la única prueba de que van a celebrarse elecciones. El alcalde, Luis Verea, del PP, aguarda la llegada de Lendoiro en un bar sin nombré que sirve también como expendeduría de pan.
Llega Lendoiro, se toma un agua, saluda a la gente, reparte pins a los niños e inicia con el alcalde la peregrinación por las tabernas del pueblo, en un ambiente distendido y sin discursos.
La siguiente cita es en un restaurante de Toques, uno de los municipios más pobres de la provincia. El establecimiento está atestado porque se celebra una boda y todos quieren saludar al candidato: primero los camareros, luego la: cantante de la orquesta, más tarde las cocineras y, por fin, los novios, felices por tan inesperada aparición.
Y la jornada termina en el mercado de Arzúa, donde alguno de los asistentes parece haber ido a darse un paseo y charlar con los vecinos. Sobre todo, los ancianos que forman corrillos sin prestar atención. En la puerta corretean tres chiquillos de entre 12 y 13 años que desconciertan con un avasallador discurso político: "Venimos a ver a Lendoiro porque es del Depor, pero somos del Bloque".
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