Su Santidad
El poder judicial andaba tras una supuesta corrupción del hijo de intocable general Pinochet y papá montó un sarao militar disuasorio para que constara quién lleva las botas puestas. Quiso la Providencia, supongo, que el ruido de sables casi coincidiera con la celebración de las bodas de plata del matrimonio Pinochet, los padres de la criatura perseguida por el poder judicial. Juan Pablo II envió una cariñosa felicitación al matrimonio, felicitación que el invicto militar puede administrar según su gusto: por ser constante como violador de derechos humanos y como marido.El general Pinochet no tiene pelos en la conciencia y así ha podido declarar, no hace mucho, que las fosas comunes fueron más económicas que las sepulturas individuales, mientras por todo el Cono Sur se van descubriendo las conexiones de secuestradores y torturadores establecidas en los tiempos de aquella solución final urdida por Henry Kissinger. Era el mercado común del golpe de Estado y la inhumanidad, con crímenes políticos de la estatura del general Prats o de Orlando Letelier, puntas de iceberg de asesinatos y desapariciones de opositores con menos nombres y apellidos. Apoyado por el Opus Dei y censurado por parte de la Iglesia chilena convencional, Pinochet ha sobrevivido con toda clase de indulgencias. Las unas las impone él mismo con la punta de sus bayonetas y las que le faltan le llegan periódicamente recién cocidas en el confuso horno del pensamiento de Su Santidad, tan suya, tan suya la santidad que bienaventurado aquel que se la vea y avispado el patrocinador que le prepara las tournées de Dios, esas en las que ve la corrupción en país ajeno para no ver las de Marcinkus y el Banco Ambrosiano con la P2 incluida. Totus tuus.
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