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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Una cuestión de decencia

Ya resulta tópico afirmar que una de las consecuencias indeseada de la llamada civilización de la imagen es la de que el poderoso atractivo de aquélla, su presencia compulsiva que entra por los ojos, tiende a relegar el ejercicio de la razón. Ante la fuerza de la imagen, de la visión, y la comodidad que su percepción significa para el espectador, quien puede instalarse en una actitud pasiva de mera recepción, aquél cae, casi . insensiblemente, en la aceptación crítica de la realidad, sin someterla al previo análisis racional. Como semejante comportamiento es malo, importa reaccionar y esforzarse por comprender la realidad, especialmente cuando, de entrada, esa realidad -o parcela de ella- se estima indeseable y nociva. Sólo se podrá rectificar o corregir aquélla si se ha comprendido adecuadamente.Este fenómeno de los travestis es otra manifestación más de la degradación moral pública que se advierte en las grandes ciudades. Sin embargo, no es difícil señalar una nota característica de aquel fenómeno de los travestis: acontece que estos individuos se ven en la necesidad de hacer alarde externo y ostensible de sus preferencias. Y esto ya es otra cosa, porque ningún travesti tiene el menor título moral o jurídico para exhibir sus genitales en plena calle y a la vista de cuantos ciudadanos -mayores o menores de edad- se vean precisados a pasar por las calles elegidas para semejantes inmundicias.

Importa, pues, distinguir bien los dos aspectos que siempre van implicados en este tipo de cuestiones. Una cosa es la libertad de conciencia, de pensamiento y de comportamiento, en el fuero interno, y otra muy distinta la manifestación externa de las ideas y creencias de cada cual. No se trata, por ende, de enjuiciar moralmente la conducta de esos individuos, sino de exigir que sean expulsados de esas calles. En sus casas o lugares alejados, no frecuentados, hagan lo que les parezca, pero en lugares transitados no se puede consentir su presencia. (Me concreto a las calles de Pinar, Álvarez de Baena y Pedro Valdibia: son centro y escenario de una insostenible situación la invasión de esas calles por travestis).

Si estoy en lo cierto en cuanto antecede, estamos ante una cuestión de moralidad pública cuya custodia incumbe insoslayablemente a la autoridad. Y si ésta no se ocupa o lo hace deficientemente, está incumpliendo con su deber. Es menester, por tanto, excitar el celo del señor alcalde de Madrid y del señor delegado del Gobierno en Madrid para que velen, en este aspecto tan cardinal, por el bienestar de los ciudadanos que viven en las citadas calles. Y no se diga que tal tarea es inabarcable o de imposible cumplimiento. Sin ir más lejos, el pasado mes de septiembre, en las representaciones diplomáticas de la Embajada de Eslovaquia y de los Estados Unidos Mexicanos se celebraron determinados actos oficiales. Pues bien, esos días una numerosa vigilancia policial motivó la desaparición de los travestis. ¿Resultaría excesivo que las medidas adoptadas para ese día se extendieran a todos los días?

En cualquier caso, parece indeclinable que la autoridad -y antes, y además, la sociedad misma se niegue a aceptar como inveitables hechos intrínsicamente perversos. El pasotismo, el relativismo, la inhibición, son manifestaciones evidentes de que se ha perdido la capacidad de distinguir el bien del mal o de que se opta por el egoísmo, en la medida en que comportamientos que se reconocen inmorales no se atienden porque, no afectan a los que no los sufren.-

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