Negociación, negociación, negociacion
Los damnificados de la PSV están en pie de guerra, de guerrilla, más bien: lo mismo aparecen cortando el tráfico en Ferraz, donde son tratados sin contemplaciones por la poli, que interrumpiendo la entrada al palacio de la Moncloa, donde nos les recibe ni un conserje, con lo fácil que es, por Dios, salir a recoger un escrito y prometer que se va a abrir un expediente. También los hemos visto dentro de una iglesia, cocinando fríjoles con el nihil obstat del cura, que actuaba con la complicidad de un teólogo de la liberación. Ya digo, parece que siguen una táctica como de guerra de guerrillas, y yo, que de mayor quiero ser igual que Octavio Paz, me apresuro a comprender su indignación, pero a condenar sus actitudes. Es muy fácil dejarse atrapar por soflamas demagógicas felizmente enterradas baje¡ los cascotes del muro de Berlín, sobre todo cuando se advierte que el rosario de escándalos financieros no recibe otra sanción que la apertura de expedientes informativos. Pero estamos en un Estado de derecho y, aunque uno tenga la tentación de llamar estafa al escándalo financiero, debe morderse la lengua hasta que el expediente haya sido cerrado y la auditoría rubricada.Además, si los movimientos de los damnificados de la PSV fueran espontáneos, uno podría contemplarlos con cierta benevolencia, con simpatía incluso, pero tanto por las declaraciones de sus cabecillas, algunos de los cuales han aparecido ya en televisión, como por la inteligencia de sus acciones tácticas podemos advertir una planificación que resta fuerza al argumento de la espontaneidad. Por otra parte, del análisis de sus rostros y actitudes podemos deducir sin género de dudas que entre los manifestantes no hay indígenas. Muchos de ellos, incluso, se expresan correctamente en inglés. A pesar de ello, no soy partidario de las soluciones de fuerza: creo que se debe negociar desde una posición equilibrada. Es cierto que hay que condenar con energía que se haya escandalizado financieramente a miles de trabajadores que confiaron sus ahorros a la central socialista, pero también es verdad que la democracia ofrece cauces para la protesta mucho más civilizados que los cortes de tráfico o los encierros eclesiásticos. Nuestra democracia es joven, y sólo desde el diálogo moderado y las. actitudes serenas contribuiremos a su desarrollo. Algo de razón, sin duda, tienen los cooperativistas que se han quedado en la calle, pero tampoco hay que despreciar los argumentos de Carlos Sotos. En cuanto a la aparente lentitud de las autoridades, que quizá contrasta con la velocidad con la que han hecho frente a otros escándalos, hay que apuntar que los problemas complejos exigen soluciones complejas. Es comprensible, desde luego, la ansiedad de los escandalizados, pero conviene conciliar esta ansiedad con la presunción de inocencia de la Esfera Armilar, que tan injustamente ha sido denostada, y con la lentitud inherente al curso de toda investigación procesal. Sólo desde la tolerancia, que pasa por reconocer que en todas las partes implicadas anida un punto de razón, alcanzaremos un acuerdo satisfactorio sin que se hayan puesto en peligro los pilares de la convivencia democrática.
Madrid, escaparate de España ante el mundo bursátil internacional, no puede ofrecer esta imagen de inestabilidad, que ni siquiera la celebración de los carnavales justifica. Seamos capaces, pues, de apreciar la diferencia entre la careta y el rostro, entre el disfraz y el traje, para denunciar a quienes bajo la capa de la justa indignación no buscan otra cosa que retrotraernos a situaciones felizmente superadas por la historia. Negociación, sí, pero sin posiciones previas, sin chantajes.
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