Furia y amor fueron sus drogas
Aunque pregonara lo contrario, estaba segura de que antes llegaría ella al Olimpo que los frisos del Partenón retenidos en el Museo Británico a Grecia. Pero esa justísima reclamación le daba no sólo fuerza para luchar contra la enfermedad, sino también una meta extraordinariamente patriótica en su cargo político.Tuve oportunidad de comprobarlo durante la entrevista que mantuvimos en Atenas poco antes de Navidad. Naturalmente, Melina Mercuri esperaba la pregunta, que era obligada, para desatar su furia contra la rapiña británica. En tono jocoso le sugerí que propusiera un canje para recobrar los mármoles. Ella podría exhibirse en el Museo Británico como una diosa griega (lo es para su pueblo) y los frisos regresarían al lugar del que nunca debieron salir. ¿Estaba de acuerdo? Su respuesta, entre gestos desmesurados y bocanadas de humo, fue ésta: "Imposible. Soy demasiado horrible. Soy muy fea. Pero los mármoles vendrán aquí, se lo juro. Tengo una sala preparada en la Acrópolis".
Enfado
En otro momento de la entrevista, durante la que me obsequió tantas caricias como arañazos, siempre de afecto, me interesé por su salud. ¿Iba algo mejor? "¡Irá bien! ¡Irá muy bien porque cuando estoy cabreada todo marcha!". Y estaba enfadada, añadió, por todo el mal que el Gobierno conservador le había hecho a su país.
El enfado, la vehemencia y el amor fueron las únicas drogas que en los últimos meses mantuvieron en pie a esta mujer a quien la enfermedad ya devoraba los pómulos y cubría de llagas la boca. También entonces Mercuri habló del amor, y lo hizo con la pasión y el orgullo de una adolescente.
"Después de 35 años sigo locamente enamorada del mismo hombre, que es maravilloso: de mi marido, Jules Dassin. Cuando le conocí, le dije: ven a Delfos, seré tu guía. Pero luego mi guía ha sido siempre él".
Babelia
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