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¿Por qué sonríe la ministra de Cultura?

¿Por qué sonríe Carmen Alborch? Se lo han reprochado y además le han dicho que no tiene motivos. Todo lo contrario, dice la ministra de Cultura: "Estoy llena de motivos". Le alucina, explica, que se utilice su sonrisa "como un intento de descalificación: es el machismo de los adjetivos, que sirve para criticar rasgos de la fisonomía de las mujeres que quizá no se usan igual para hablar de los hombres". Además, afirma Carmen Alborch, "cada persona tiene sus características. Yo vengo del Mediterráneo, y sonrío. Si una persona tiene una actitud dialogante, sonreír favorece sus gestiones. Por otra parte, la gente siempre te ve al final del día, después de nueve o diez horas de trabajo, y te ven inaugurando exposiciones, presentando libros, asistiendo a conciertos, y eso gratifica y mueve a la sonrisa. Por eso sonrío: porque me nace". Pero, ¿hay motivos para sonreir en el mundo de la cultura, cuando se asegura, como nos decía esta misma semana el pintor Eduardo Urculo antes de irse con sus maletas a Nueva York, que en este universo español "sólo hay motivos de encogimiento", porque la cultura "es pedigüeña, sometida y servil, y ha abandonado ya todos los símbolos de la rebeldía"?

Eso se dice mucho y se lo han dicho a Carmen Alborch para atenuarle su optimismo, pero ella asegura que hay argumentos "para estar equilibradamente optimistas". Cuenta, por ejemplo, y esto se dice por primera vez, que en el mes de julio se firmará un pacto del Estado central con las autonomías y los municipios para introducir racionalidad en el gasto cultural de este país. Ese es un plan que se efectúa para que rija durante 10 años; tratará de administrar de modo adecuado los 180.000 millones de pesetas que hoy gastan al año y de manera dispersa las distintas instituciones españolas. Esa cantidad triplica el presupuesto propio del ministerio.

Mientras tanto, ¿se van a seguir cayendo los monumentos? En ese diálogo con las autonomías se estudia otro plan, éste a 20 años vista, para conservar y mantener entre todos el patrimonio nacional; y como si fuera un símbolo de esa solidaridad que trata de trabarse, el 9 de abril próximo, los coros del devastado Liceo de Barcelona actuarán en concierto en la catedral de Burgos para ayudar a que esta joya no se caiga. Estarán los presidentes catalán y castellano, y se quiere que esta metáfora oficial acabe con la famosa y mezquina polémica sobre la ayuda estatal a uno u a otro monumento de acuerdo con la riqueza o el poderío político de la autonomía en que está ubicado.

Ahora es el cine la niña de los ojos de los españoles, y en esta semana del Oscar de Trueba -el otro Oscar, el Oscar Garci, estrena en los próximos días-, la ministra firmó con el presidente del banco estatal Argentaria un acuerdo para dotar a la industria cinematográfica de créditos blandos, "que pueden contribuir a que en efecto sea posible una industria". Es un motivo para sonreír, sobre todo ante Argentaria, que se estrenó diciendo que iba a ser el banco de la cultura y lo primero que hizo fue tratar de embargar por cuatro duros el empobrecido edificio del oficialmente abandonado Círculo de Bellas Artes.

Ha sido también la semana del teatro, que parece que no está para sonrisas. Carmen Alborch se reunió con sus representantes para ver qué les pasa. Uno de los que hablaron con ella, Adolfo Marsillach, cree que en este universo "no hay nada peor que transmitir una idea de tristreza, porque si de veras todo está mal, decirlo mucho lo hace peor. El humor no oculta la dureza de las cosas; pero, por otra parte, hay motivos para cierto optimismo: por ejemplo, yo vengo de Londres, donde La gran sultana, de Cervantes, con subtítulos, ha tenido un enorme éxito. ¿Cómo no voy a sonreír? Lo que pasa en este país es que hay una tendencia enorme al masoquismo cultural". En estos tiempos de penitencia, lo que echa de menos Carmen Alborch, contra ese masoquismo, es autoestima y el convencimiento de que la seriedad no tiene nada que ver con la tristeza".

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