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Machismos sumados

Sólo con medidas de desigualdad puede llegarse a la igualdad. Ésa es la tesis que sirve a la autora para responder a un artículo de Javier Marías sobre la cuota femenina.

Hace unos días, Javier Marías publicó en este periódico un artículo del que nos advierte que es políticamente muy incorrecto. Sin embargo lo escribe, él sabrá por qué. Pero como además de políticamente incorrecto incurre en confusiones de fondo, presentadas en este tono jacarandoso y descalificador tan frecuente cuando se comentan las reivindicaciones de las mujeres, me parece que no es inútil tratar de puntualizar en relación a algunos de los argumentos que utiliza.Se llama el artículo Ministras sumadas y se refiere a la reivindicación de democracia paritaria que realizaron recientemente 21 ministras de 17 países en Bruselas, y que ha tenido un elevado eco en España. También la señora Consuelo A. de Toledo nos ha obsequiado en El Mundo con un artículo de corte similar, que no deja de recordamos las habituales opiniones del PP en tomo a la cuestión de las cuotas.

Los principales argumentos que se han usado para descalificar la fijación de cuotas en relación a la representación de determinados colectivos, y especialmente de las mujeres, en algunos ámbitos de la sociedad, como el político, se basan en dos ideas. ¿Por qué hay que pedir el 25, el 30 o el 50% e impedir con ello que se pueda llegar al 70 o el 80%? Y en segundo lugar, ¿por qué hay que promocionar a personas incompetentes, por el sólo hecho de ser mujeres, haciéndolas pasar con ello por la vergüenza de ser "mujeres cuotas"?

La primera idea apenas merece que nos detengamos en ella. Pretender que se fije una representación máxima es simplemente carecer de argumentos sólidos. Pero vayamos a la segunda idea.

Para ello hay que remontarse al análisis que se encuentra en el origen de las medidas de acción positiva, medidas iniciadas en los años sesenta en EE UU y que constituyen inequívocamente la única forma de pasar de una democracia formal a otra real. Expuesto de una forma simple, puede decirse que la democracia formal establece un sistema de igualdad con un mismo rasero de medir las capacidades individuales, sin tener en cuenta las diferencias de las que parten los individuos en razón de las oportunidades educativas, económicas, de relación, etcétera, que han tenido como miembros de diversos grupos sociales. Puestas así las cosas, lo que se reproduce es la desigualdad real de oportunidades. Lo han dicho hombres que no son precisamente sospechosos de izquierdismo ni de feminismo. Aristóteles, por ejemplo: "No hay peor injusticia que tratar igualmente cosas que sabemos que son desiguales". O Lindon B. Johnson, en su célebre metáfora fundadora de las políticas de acción positiva: "Pensemos en un hombre que ha estado encadenado durante años. Lo liberamos y lo conducimos a la salida de una carrera diciéndole: eres libre de participar con los otros; ¿podemos considerar que hemos sido perfectamente equitativos?".

Así pues, con un mismo rasero de medir nunca se llegará a una democracia real, en la que individuos pertenecientes a grupos sometidos a diversas condiciones puedan tener capacidad decisoria en la sociedad. Para llegar a una igualdad real hay que establecer condiciones distintas para grupos distintos. Como ocurre siempre en la vida social, rige la paradoja también en este caso: sólo a través de medidas de desigualdad puede llegarse a la igualdad, y hay que hacerlo a través de la ley, porque entre el fuerte y el débil, la libertad oprime y la ley iguala.

Hay otra cuestión que debe ser tenida en cuenta. El planteamiento de diferentes raseros de medir podría sugerir que, simplemente, hay que bajar el listón cuando se trata de que salten las mujeres o los individuos de grupos situados en inferioridad de condiciones, con lo cual estaríamos abonando la idea de la "mujer-cuota". La argumentación real es mucho más sofisticada y sociológicamente más profunda: los grupos dominantes han instaurado determinados valores, determinados puntos de vista y forma de actuar igualmente válidos, si los contemplamos desde el conjunto de la sociedad, sólo que menos valorados por ser propios de grupos oprimidos. Y estos puntos de vista son socialmente necesarios; es más, son hoy incluso indispensables desde el interés colectivo. Las mujeres deben estar en los Parlamentos, en los Gobiernos, en las alcaldías, no sólo porque es justo que así sea, dado que contribuyen con la mitad -y más, sabemos hoy- del trabajo común, sino sobre todo porque aportan un punto de vista nuevo, una sensibilidad distinta al mundo público.

Estamos hoy en un proceso intenso de cambio social, en que las formas tradicionales de organización de la vida cotidiana dejan de ser útiles; hay que repensar cosas como la organización de los tiempos de trabajo pagado y no pagado, de los horarios de las ciudades, del cuidado de las personas mayores, de la importancia de la paternidad y la maternidad para nuestra continuidad colectiva, del balance entre lo que estamos dispuestos a dar y tomar en nuestras relaciones mutuas. Hay que establecer nuevos equilibrios entre vida pública y vida privada, entre producción y reproducción. Rotundamente afirmo, como socióloga, que sólo desde una mayor incorporación de las mujeres a la vida pública tendremos la oportunidad de solucionar estos problemas al coste social lo más bajo posible.

Las políticas de acción positiva, así como la idea de la democracia paritaria, tiene por tanto otro calado, y también otros problemas en los que no voy a entrar ahora, distintos a los que se han manejado en su contra en estos días. Invito a los hombres a que consideren en serio los cambios que proponemos. Nos jugamos mucho en una buena resolución de estas cuestiones; nos jugamos no sólo una mejor organización de la vida colectiva, sino también una buena porción de la felicidad personal. E invito a las mujeres no sólo a considerar en serio la necesidad de políticas de acción positiva, sino sobre todo a no dejarse llevar por la facilidad de una demagogia que no tiene finalmente otro objetivo que tratar de que nos mantengamos en el discreto segundo plano tradicional y que proclamemos, además, que estamos tan a gusto.

es socióloga y directora del Instituto de la Mujer.

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