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Y despues ¿que?

El autor analiza los orígenes del apartheid en Suráfrica y esboza los complejos problemas que deberá afrontar dicha sociedad tras el fin del régimen de discriminación racial, uno de los cambios decisivos en el panorama internacional

¿Qué quedará de la sociedad surafricana del apartheid, qué le sustituirá, de qué forma, cómo, a través de qué procesos? Éstos son los temas que se abren ante los actores de uno de los cambios más decisivos en el panorama mundial; también de retos dominados por la incertidumbre.De hecho, el apartheid, que encerraba a la sociedad en dilemas sin solución, convocaba a la catástrofe, reducía a la humanidad, jibarizaba las mentes, convertía en culpable a la felicidad individual, torturaba a las conciencias, y demostraba la inoperancia de la ética internacional frente a los factores de interés económico o de visión geopolítica que había ido superándose formal y juridicamente de 1990 1 1993 y había perdido ya desde fines de los años ochenta toda posibilidad de presentarse como una solución.

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En marzo de 1992, para asistir a la celebración de un referéndum en que la población blanca -solamente ella había sido convocada- habría de sancionar con el 67% de su voto proseguir hacia una Constitución multirracial y democrática, volví a Suráfrica, en donde había residido cuatro años en la década de los sesenta. El apartheid ya estaba entonces muerto como doctrina, como política, como ética aprobada y explicada por las Iglesias Reformadas Holandesas, calvinistas; pero todavía no como reflejo social, como refugio frente al temor de la incertidumbre del futuro, como asidero catastrófico y tanático, como estructura psicológica que compensaba la propia inferioridad individual, ni como negación -tan común en los pueblos y en los individuos- de asumir los riesgos del futuro.

Para entender la dimensión que representa la superación de la situación creada por el apartheid, para poder alentar el proceso, disculpar errores y alentar iniciativas conviene bucear en la radicalidad de la versión segregacíonista surafricana, resaltar su novedad, pero también entender que el apartheid fue una versión ideológica, completa, profunda, total y patética de un largo proceso de segregación racista anterior al Gobierno nacionalista de Malan en 1948, y que, sobre todo, subsumió en una dialéctica patética, agónica y excluyente a los elementos, variados, contradictorios, que habían ido apareciendo a lo largo de la historia surafricana, algunos desde la mitad del siglo XIX. El apartheid creó dos mitos operativos que impedían acercarse a la variedad de la constitución racial, social, histórica, de Suráfrica. Creó, sobre realidades, dos alegorías excluyentes; la de la nación blanca homogénea y fundada en un Convenant con el Creador, y la de la nación negra, encarnación concreta de los valores universales de los condenados de la tierra, de los excluidos. De ahí dos legitimidades morales que conducían a la exclusión y a la lucha.

En los años sesenta, cuando ve la luz un célebre informe sobre la viabilidad o imposibilidad de la separación territorial -el Tomlinson Report-, las prácticas de discriminación y las estrategias de dominación blancas habían alcanzado ya la categoría y perseguían la eficacia de una verdadera doctrina: la del desarrollo separado. Conviene conocer la racionalización de los intelectuales al servicio del Gobierno de Verwoerd y de quienes en Europa y en América la presentaron; cuando dos culturas -decía la versión- en diferente nivel de avance económico, y con estructuras originarias no comunes, entran en contacto, si no se mantiene una separación sanitaria, la menos desarrollada económicamente se somete a la otra, se mediatiza, deviene sierva, pervierte sus tendencias, se orienta en una adaptación mi mética. Del contacto nacerá inevitablemente la sumisión o el conflicto, o más probablemente la sumisión y el conflicto, alternativamente.

La moral era, pues, no la integración, ni mucho menos la ficción de una ciudadanía común, sino la relación exterior, la canalización de los contactos y el desarrollo separado.

Sin necesidad de recurrir a las construcciones basadas en la desigualdad natural de las razas humanas de los pensadores europeos del linaje e Gobineau o Chamberlain, ideas semejantes bundaban antes el apartheid en luchas de las conepciones eurocéntricas.

Pero lo que caracterizaba a la doctrina del desarrollo separado fue su carácter radical y su pretensión de justificarse en una moral. Su operatividad como destino histórico de una nación se asentó en una mitificación de un pueblo, el afrikáner; su. fuerza para llegar a inspirar una política en la situación de clase de parte esencial de este pueblo; su voluntad para no adaptarse al cambio; en el talante religioso de elegidos del mismo, y en la propensión calvinista al carácter ineluctable, en su caso, de la condenación.

Fue la primera aventura migratoria, el primer trek, la que les llevó desde El Cabo al interior a partir de la tercera década del siglo XIX. Toda una épica y toda una -mitificación, toda una identidad heroica. La segunda gesta fue la lucha de comandos en las guerras anglobóers y los campos de concentración británicos.

Y el más largo, sostenido, matizado trek, la penetración de un pueblo rural, de mitos patriarcales, en la sociedad industrial, bursátil, de los extranjeros, sobre todo británicos -su actor emblemático, Cecil Rhodes-; de los uitlanders (de tierra ajena); de quienes no podían resistir el sol de África, los "cogotes rojizos", los rednecks.

En mi época se desarrollaba este gran viaje. Su adelantado, su símbolo, era un hombre de negocios bóer, A. Rupert. Su estrategia la definían el partido nacionalista y las Iglesias; la contabilidad de los avances la realizaba el Broderbund, la sociedad secreta afrikáner que dominaba la política en el campo y en los villorrios, en los dorps.

Hacia principios de los ochenta los afrikáner habían llegado. La mayoría vivía en las ciudades, prosperaba en ellas; planeaba el destino de sus hijos en una sociedad industrial donde era necesario trabajo permanente y no inmigrante temporal; donde había que hablar con los dirigentes sindicales negros, incluso con los dirigentes del Congreso Nacional Africano (CNA).

Cuando en 1988 leí que el Broderbund había matizado la conveniencia del apartheid territorial, concluí que el penúltimo trek había terminado y que el pueblo bóer aceptaría el fin del apartheid, y con él colocaría a sus mitos, patriarcales, rurales, bíblicos, en el altar de los recuerdos. En cierto modo, que laicizaría su visión.

El movimiento político negro tiene su centro, desde los años cincuenta, en las ciudades. Más precisamente, en los suburbios de las grandes urbes blancas. Su cultura política, su movilización, su legitimidad heroica en Soweto, en Durban, en las locations de El Cabo, en East London, en Port Elisabeth. Sus líderes crecieron políticamente con los liberales blancos, o con los contados, pero activos, miembros del partido comunista surafricano. 0 en las cárceles, donde se produce una síntesis intertribal y donde se segrega una visión nacional africana.

Los afrikáners, -los anglosajones irán pivotando sobre ellos o apoyarán minoritariamente al Congreso Nacional Africano (ANC)- se nutren de una cultura mítica patriarcal, pero están al frente de una sociedad en parte industrial y cuyo destino inmediato es industrial y la apertura al mercado mundial.

Cuatro grandes cuestiones, cuatro haces de problemas de dificilísima solución se abren ante la nueva clase política negra y blanca. Problemas para cuya solución las dos grandes identidades mitificadas por la dialéctica reduccionista más estorba que ayuda: la del pueblo elegido blanco incontaminado y natural; y el de la homogeneidad de la nación de color hecha una por la dominación blanca. Cuatro temas para la agenda inmediata: a) el del sistema constitucional que se base en el Gobierno de mayoría, pero que garantice a las minorías; b) la organización como Estado unitario o federalizado; c) el de las autoridades tribales, y d) el de que dependerá una posibilidad de un desarrollo económico autónomo, el de la tierra.

La complejidad y la dificultad de su resolución es enorme,. Veamos como ejemplo el tema de la tierra. Éste, más complejo no ya de lo que pretendía la ideología paternalista blanca, sino de la visión de la primera plataforma económica del ANC, la Carta Económica. Más de 20 millones de africanos de color viven en las zonas rurales. Ocho millones tribalizados. Los otros, subsistiendo con contratos de aparcería -prohibidos desde los años veinte para no secar el ejército de reserva para las minas-, de las remesas de los que viven en las áreas blancas, del trabajo manual de las mujeres en granjas y villorrios.

La tierra se la quitó el Estado, la Corona, a los nativos en, 1913; expolio que formó parte del gran trato entre el liberal y partidario del Imperio Smuts y el nacionalista Herzog en los años treinta, acuerdo que es en realidad la base de la Unión (bien se ve que todo no habría de nacer con la instauración de la política de apartheid a partir de 1948).

La tierra es un problema claro, urgente; sin abordarlo, un Gobierno en el que el ANC sea hegemónico se enfrentará con la oposición en el seno de su partido y tal vez con la violencia. Pero la tierra, como todo lo esencial, es un tema complejo. Por una parte, está moviendo a los coloured (mulatos) de la provincia de El Cabo a votar al Partido Nacional (PN), tal vez a elegir a un presidente provincial blanco; y también su tratamiento influirá en los. pequeños propietarios y en los comerciantes que forman en buena medida el voto hindú en Natal.

Lo que se dibuja tras la simplificación reduccionista de la cultura del apartheid y de la contracultura negra -con la mutua pretensión a la homogeneidad de sus bases- es la complejidad.

¿Qué seguirá al apartheid? En un excelente informe que ha servido de base a la plataforma económica del ANC -ya tan alejada de las nacionalizaciones de la, Carta Económica-, Making democracy work, se dice que seguirá una urgente redistribución, gradual pero clara, y una extensión de la justicia social que haga soportable la situación. Aparecerán, sin duda, unas relaciones de clases más variadas que las que dominaron la visión bajo el apartheid. Y unas formas varias de lucha de clases.

Suráfrica ha salido de los mitos alienantes y ha entrado en la historia, con todas sus inseguridades y con toda la amplitud de su horizonte.

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