"Todavía estan ahí"
Sarajevo recupera la normalidad ciudadana mientras los serbios siguen apostados en las montañas
"Todavía están ahí". La lacónica frase de una mujer aludiendo a los serbios mientras mira a las vecinas montañas explica cabalmente por qué en Sarajevo se acoge con indiferencia el compromiso de alto el fuego en todo el país alcanzado en Ginebra y que hoy debe entrar en vigor durante un mes. Las montañas, en las que el verde ha sustituido a la nieve, están limpias ahora de la artillería serbia que ha desfigurado la ciudad, pero los habitantes de la capital bosnia viven como un paréntesis esta tranquilidad, desconocida en otras partes del país, que les permite disfrutar de la calle en vísperas del verano.Muchas cosas han cambiado en los cuatro meses transcurridos desde que el ultimátum de la OTAN consiguiera levantar el férreo asedio serbio. La más importante para los vecinos de Sarajevo es la tímida apertura por parte de las fuerzas de la ONU de cuatro rutas, dos en el interior de la ciudad y dos hacia poblaciones cercana5, que permiten ahora el abastecimiento terrestre y con él una caída en picado en los precios de artículos básicos.
Cuarenta camiones diarios están entrando en la ciudad de 300.000 habitantes, antes avituallada virtualmente por el aire. Y con ellos han vuelto a aparecer las frutas y las verduras, olvidadas por todos, y el azúcar, la harina o el café que se adquirían en el mercado negro a precios exorbitantes. El kilo de azucar ha pasado de casi 15.000 pesetas a 160; el café vale 10 veces menos que hace tres meses, cuando se cotizaban a más de 10.000 pesetas por kilo, y lo mismo sucede con la harina. Todo se anuncia y se paga en marcos alemanes, la auténtica moneda nacional.La estrella indiscutible de esta bonanza alimenticia son los huevos, un manjar prohibido (300 pesetas cada uno) y que ahora, a poco más de 200 pesetas la docena, los vecinos de Sarajevo cargan emocionados para desayunar, comer y cenar, hasta el punto de que algunos médicos comienzan a temer que las dolencias de hígado empiecen a hacer la competencia a las depresiones y los infartos.
La suavización de las dramáticas y pasadas restricciones de agua y electricidad, la tienda de ropa que reabre sus puertas aunque nadie pueda pagar sus precios, la frutería abastecida de plátanos o tomates o la proliferación de heladerías forman parte del lado amable de la nueva normalidad de Sarajevo.
Como la ilusión de creer recuperada cierta libertad de movimientos y viajar a la cercana Visoko en autobús escoltado por los cascos azules, que será milimétricamente registrado en los controles serbios.
Pero los habitantes de la vieja ciudad, inoculados de un estupor y un relativismo insuperables a estas alturas del conflicto, confiesan no apreciar suficientemente este lado nuevo y bueno de las cosas y dicen sentirse a años luz de la piel de esos otros millones de personas, ciudadanos europeos como ellos, pero con mejor suerte, que estos días eligen a, sus representantes en un Parlamento.
A poco que se rasque es dificil verlo de otra manera. Si no fuera porque antes se ha conseguido el milagro en otras partes, es dificil imaginarse Sarajevo como una ciudad normal, a pesar de que los tranvías ruedan ya hasta las seis de la tarde y el toque de queda se ha retrasado a las 10 de la noche. Fuera de media docena de calles céntricas, la capital bosnia, donde algún francotirador sigue cumpliendo esporádicamente con su trabajo, es un mar de escombros y de tristeza.
Los bloques nuevos de apartamentos de tres y cuatro plan tas en el barrio de Dobrinja, junto al aeropuerto, invisibles hace unos meses por ser línea de combate entre serbios y bosnios, parecen quesos de gruyére. Paredes reventadas o calcinadas, agujeros de un metro de diámetro. Deshabitados la mayoría, cubiertas con plásticos las ventanas de otros pisos igualmente destruidos, en alguno de ellos alguien ha plantado unas macetas.
Centenares de coches despanzurrados, alineados cuidadosamente, barrican las calles de la zona, en las que algunos niños juegan entre cristales como cuchillos y algunos viejos se sientan en la tierra a ver caer el largo sol de estos días. El escenario se repite por otras muchas partes de una ciudad que sigue dominada por los convoyes de la ONU y en la que milicianos con brazalete paran a los escasos automóviles en controles de seguridad.
Y la reconstrucción, según confiesan los expertos, es más que improbable a medio plazo, porque faltan los dos elementos fundamentales: el dinero y los materiales. No hay madera, no hay hierro, no hay cristal.
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