Linchamiento en Katale
Una multitud mata a golpes a un soldado zaireño que entró a robar en un campo de refugiados
Cede el cólera, pero la disentería gana empuje. Y, peor aún, la violencia empieza a adueñarse de los campos de refugiados. La muerte sigue venciendo a la vida en Goma, el paraje más atormentado del. planeta. Ayer murió un soldado zaireño en Katale, linchado por la multitud tras intentar un robo, lo que hace temer represalias de los militares locales y dificulta aún más la tarea de las organizaciones humanitarias.El linchamiento sucedió poco después de mediodía. Un grupo de cuatro soldados zaireños, armados con subfusiles y, pistolas, se adentró en el campo de Katale "para robar, como cada día", según la explicación del sanitario de Médicos Sin Fronteras (MSF), demasiado atemorizado para dar su nombre a la prensa.
Los soldados vieron una motocicleta y se hicieron con ella. Pero el vehículo, un cacharro lleno de remiendos, pertenecía a un antiguo soldado de las fuerzas armadas ruandesas (FAR) que se encaró con los zaireños. Los militares ladrones sacaron sus pistolas y dispararon al aire.
Nunca debieron hacerlo. Una multitud de miles de harapientos se abalanzó inmediatamente sobre el grupo, en un movimiento instintivo de pánico y odio. Un médico y dos sanitarios de MSF tuvieron que salir a la carrera. Dos voluntarias y un médico de Médicos del Mundo, los tres españoles, se arrojaron al suelo de su vehículo mientras a su alrededor se formaba una ola gigantesca de palos, machetes y cuchillos.
Tres de los soldados lograron meterse en su coche y huir con algunas contusiones. El cuarto recibió un disparo, efectuado con su propio subfusil y quedó en el suelo. Cinco minutos más tarde, no era más que un bulto irreconocible, un muñón de carne arrojado a una cuneta. Le habían quitado todo. "Estamos hartos de que los zaireños vengan a robamos. Tenemos derecho a defendemos y a quedamos con lo suyo como compensación", explicó uno de los agresores, un muchacho que apenas cuenta con unos 20 años.
Anoche, patrullas zaireñas armadas hasta los dientes, con. camiones y ametralladoras, se adentraron en Katale. "Las represalias son inevitables y, si somos testigos, nos harán callar para siempre. Esto es insoportable", gimió el sanitario de MSE
Katale es el más siniestro de los campos de Goma. Unas 350.000 personas se hacinan en un paraje indescriptible, permanentemente semiasfixiadas por el hedor de los cadáveres el humo de miles de hogueras. No se entierra a los muertos en Katale: la tierra volcánica es demasiado dura. Lo más que puede hacerse es cubrirlos le piedras y arena. Las montañas fúnebres, nenas de piernas y brazos que sobresalen, crecen sin cesar. Los niños juegan sobre ellas.
El horror parece invencible, pero la humanidad logra abrir brechas. La epidemia de cólera se dio ayer oficialmente por finalizada. El trabajo de los médicos y de miles de voluntarios empieza a notarse, así como los millones de dólares donados por ciudadanos de todo el mundo. Por segundo día consecutivo se redujo el número de nuevos casos. "Sigue habiendo enfermedad y seguirán las muertes, pero consideramos que la epidemia de cólera ha pasado ya", informó un portavoz de la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR).
La tasa de mortalidad entre los refugiados, que era de 2.000 personas al día hace una semana, es ahora de 500. Pero queda la disentería, más peligrosa que el cólera. Y va en aumento. Por cada caso de cólera, hay dos de disentería. "Hay que seguir trabajando. Trabajar y no desanimarse", repetía Pierre, de MSF, en el campo de Kibuma.
A veinte metros apenas, al borde del camino principal, se amontonaban los cadáveres del día. Sólo siete -buena señal- esperando el camión de recogida. Una mujer amamantaba a su hijo sentada junto al montoncillo. Mientras. tanto, el niño jugueteaba con una mano muerta.
Pero hay que seguir, como repetía Pierre. El envío inicial de MSF de España aterrizó en Goma el miércoles por la noche y ayer estaba ya en los hospitales. 23.500 kilos de suero, 1.300 kilos de sales de rehidratación, 6.000 kilos de galletas alimenticias y 100 kilos de inyectores para el suero.
Ocho pequeños cadáveres
En un saco de basuras tirado en la cuneta de la carretera, a unos diez kiIómetros al norte de Goma, hay ocho pequeños cadáveres. Georges recoge la bolsa y la lanza en su camioneta a me dio cargar. "¡Con estos son 25!", exclama. Son las diez de la mañana y el recorrido ha comenzado a las 7.45."No son muchos", dice Georges, "antes recogíamos más de 60 por día". Georges es zaireño y manda un equipo de seis personas. Al final de cada día, inscribe en un registro el número de cadáveres y los lugares donde los ha recogido.
Sus compañeros no muestran emoción alguna bajo las máscaras quirúrgicas. "Ya estamos acostumbrados. Hacemos esto todos los días desde el 23 de julio. Es un buen trabajo", asegura Georges orgulloso.
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