Trabajo doméstico
Hemos leído en EL PAÍS del 20 de octubre la información acerca de la iniciativa Convive en igualdad de la ministra española de Asuntos Sociales, de la que también han hablado los medios de comunicación italianos: 100 millones de pesetas gastados en anuncios de televisión para inducir a los hombres a compartir con sus mujeres las tareas doméstico-familiares.Es más que sabido que la ingente masa de este tipo de trabajo, después de décadas de la llamada emancipación femenina, la realizan todavía casi en su totalidad, ¡y gratuitamente!, las mujeres, tanto en Estados Unidos como en Japón, en los países mediterráneos como en los escandinavos y en los de la antigua Unión Soviética.Y, lamentablemente, es también muy viejo el remedio, hasta ahora intentado en vano, de fomentar la colaboración de los hombres.
Dejando al margen que el rechazo hacia el trabajo doméstico-familiar no es patrimonio exclusivo del sexo masculino (no se cuentan las mujeres que, pudiendo, se lo dejan a otras mujeres, a la familia o a asistentas), es una verdadera pena que también la batalladora y feminista ministra Cristina Alberdi haya creído que puede resolver el problema afrontándolo "desde abajo" en vez de preguntarse "desde arriba" por qué dichas tareas todavía se consideran "femeninas".
La emancipación conquistada hasta ahora por las mujeres, basada en la práctica en un segundo trabajo añadido a sus espaldas, ha demostrado todas sus contradicciones. Nadie puede creer ya en el cuento de la "plena ocupación"., ni siquiera en nuestro opulento Norte: sólo en Europa hay 20 millones de parados, y otros 80 son amas/os de casa (casi todos de sexo femenino).
Era inevitable encontrarse ahora en este callejón sin salida al seguir una cultura que ha querido considerar como trabajo sólo el "que produce" algo, poco importa si útil, inútil o incluso nocivo. Habría sido mejor no rechazar a priori otras posibilidades, quizá más sabias y clarividentes. Ya a principios de los años setenta, feministas históricas (Malarosa Dalla Costa, Selma James y muchas otras) emprendieron la batalla por el "salario por las tareas domésticas", fuera quien fuera quien las realizara, hombre o mujer. Para poner fin a la tenaz feminización de este trabajo a causa de su gratuidad, el reconocimiento monetario era precisamefite lo que debía representar el punto de partida para la verdadera igualdad de derechos y deberes entre los sexos. Una igualdad basada en el carácter intercambiable de sus papeles laborales y en la independencia económica de cada persona, obtenida precisamente mediante la distribución equitativa de las rentas del trabajo llamado "productivo" y del "doméstico-familiar", no menos indispensable para la vida sana y armónica del individuo y de la sociedad. Integrantes de Wages for Housework (Campaña Internacional por el Salario por las Tareas Domésticas).
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