Distinción entre enemigos y adversarios
La distinción y oposición de ambas categorías es sobradamente conocida. Los adversarios concurren en la búsqueda de objetivos comunes y por eso se enfrentan, ya sea en el mercado, ya sea en las elecciones, ya en cualquier otro tipo de conflicto que tienen mucho de agonal. Los enemigos se enfrentan porque el objetivo de cada uno de ellos es la destrucción del otro. De agonal, el conflicto se vuelve existencial.Los adversarios, como en la guerra clásica, saben que su conflicto tiene reglas y límites infranqueables. Y saben que su solidaridad de fondo impide buscar alianzas más allá de otros adversarios igualmente homogéneos y, por ello, moderados. Si la frase "el adversario de mi adversario es mi aliado" puede considerarse expresión de un principio estratégico fundamental, hacerse amigo del enemigo de mi adversario supone la quiebra de todo principio. ¡Ay de los griegos que frente a otros griegos trataron con los persas, ejemplo clásico de lo que hoy se llama pinza!
Ciertamente, sólo el contiguo es verdadero rival, pero como método de resolver conflictos, el cainismo no es el paradigma de la madurez.
Sin embargo, es más que posible llegar a tan crítica situación -¡que lo cuenten los griegos antiguos y modernos!- cuando el conflicto se agudiza de tal manera que, en frase de Churchill, incluso el diablo resulta un aliado conveniente. Cuando un país, pero también un partido, su grupo dirigente, o su líder, se encuentra acosado por la opción entre victoria o desaparición, elige la primera a cualquier precio.
Y ese precio resulta ser la destrucción total del adversario que, por ello mismo, convierte en enemigo. La guerra total está servida y para ello cualquier estrategia, cualquier alianza, cualquier instrumento, son buenos.
Fuerza o astucia, ¿qué importa, si se trata de enemigos? El sistema político o internacional, según el marco de referencia, salta por los aires, pero eso no parece importar.
Un enfrentamiento como el, descrito utiliza, entre otras armas, los valores. Ya vaciándose de ellos, para que nada empañe la nuda voluntad de poder; ya inventando valores al servicio de esta voluntad. Valores duros y aristados como las piedras, puesto que de tirarlas a la cabeza del prójimo se trata.
La experiencia histórica muestra dos tipos de reacción ante una situación como la descrita.
Por un lado, la resignación bienpensante que confía en la autolimitación de la agresividad de quien se ha declarado enemigo, o que a la vista de su agresividad opta por someterse. Antes rojos que muertos, decían los pacifistas de los años sesenta ante la amenaza soviética.
Pero también cabe la alianza de todos aquellos que rechazan la voladura del sistema. ¿Para qué? ¿Para resolver el conflicto? No, porque, incluso, es esencial al propio . sistema. Nada más y nada menos que para impedir la radicalización estableciendo sus reglas y rechazando a quienes las rompen y defraudan.
La comunidad política admite que la rivalidad y el pluralismo competitivo son inherentes a la sociedad democrática. Pero se trata de un benevolente certamen y nada más. Porque allende el conflicto está el servicio a lo que es común. Quienes olvidan el servicio, dramatizan el conflicto y exigen prejuzgar sus resultados, se autodescalifican para participar en él.
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