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Después de la reforma penitenciaria / I

-Buenos días, ¿me da cuarto de sardina?-Es que mi marido está en un juicio y no ha podido ir a por el pescao. Si quiere, me queda boquerón.

-No sabía que su marido tuviera estudios.

-No, que más quisiera, no está de acusao, está de juez.

-Andá, ¿le ha tocado?

-Por tres años, mire usted. Y menos mal que donde le han mandao sólo se dedican a cosas de delincuencia tradicional, de choris y eso, que por lo visto, si te mandan a cosa de políticos, echas todo el día.

-Pues a mi marido no le ha tocado, pero en su oficina hay tres. Y una prima de mi cuñada que también. Y digo yo, ¿esto va a durar mucho?

-Pues vaya usted a saber, porque cuando se liaron entre ellos, ¿se acuerda?

-No me voy a acordar si fue cuando nació mi Carlitos, que empezaron metiendo en la cárcel banqueros, luego políticos, y al final los jueces se metían a sí mismos.

-A ver, y dónde van a estar niejor... Pues eso, que desde entonces, como se llevaron todos los papeles y las cosas para dentro, los asuntos ya los hacen desde allí. O sea, que para entendernos, esta justicia de ahora es sólo para los que estamos fuera, como ellos ya están juzgaos y condenaos...

-Que eso de estar fuera es muy relativo, porque hay que ver, después de la reforma, esa penitenciaria, las fincas que se adjudicaron para las prisiones. Vamos, que antes no dejaban salir, y ahora, lo que no dejan es entrar. Ni de visita, que tengo yo un pariente que lleva seis años dentro y va para cuatro que mi marido y yo hemos echado la instancia para ir a verlo, y nada, que no hay manera.

-Y es que siempre se las componen para salir ganando, mire usted. Al final, la gente honrada y decente siempre lleva la peor parte.

-Perdone que se lo diga, pero de siempre ha vivido mejor el delincuente.

-Sí, pero antes, perdone usted también, no eran convictos. Si te pillaban se te acababa el chollo. Ahora el chollo está dentro..

-Pues mire usted que en todo esto hay una parte que me parece muy bonita. No me diga que el caso del último juez, que como no quedaba ninguno en la calle se tuvo que juzgar él solo... Donde mejor aplicados los estudios. Debe ser tan emocionante juzgarse en público. Se imagina usted contando su propia vida y toda la sala llena.

-Quite, quite, que para eso hay que ser muy profesional. Yo, cosas así sin importancia, bueno, pero acusándome a mí misma, no me veo, francamente.

-Sí, pero es que lo está viendo desde el punto de vista negativo, piense en el servicio que se hace a la sociedad. Tú acusas, pero ¿y lo que acusas a los otros? Imagínese contando reuniones, conversaciones de portal, y dando nombres de todas las que estaban, y lo, que decían... Por favor, se me está poniendo la carne de gallina sólo de pensarlo.

-¡Uy!, pues si yo hablara. Aquí en el mercado sí que se saben las cosas interesantes. No tiene usted más, que ver que en cuanto quieren hablar de la economía, ya están aquí con las cámaras. A mi puesto han venido un montón de veces. Y siempre sacan un poco de la caja ésta de sardinas y otro poco de las cigalas. Debe ser para comparar.

-¿Quién es la última?

-Véngase pa'ca, señora Remedios, que estamos aquí hablando de cosas importantes. Es que al marido de esta señora le ha tocao de juez.

-Y mal preguntado, ¿su marido qué era?

-Banderillero.

-Bueno, por lo menos era un hombre viajao, porque anda que el mío que hace zambombas en un cuarto de mi casa y no ha salido del barrio ende que nació, y le ha tocao en un banco.

_Es que hay que ver cómo está la gente con estudios.

-Imprescindible. A ver, si yo tuviera estudios, a buena hora iba a estar en la calle. Por lo menos me metía seiscientos años y un día.

-Me parece que a partir de los cien años, lo del día ya no vale.

-Bueno, pues seiscientos años.

-Es que, ¡cómo se come dentro! Un hermano de mi padre ha estado unos días por cosa de un accidente y me ha dicho que dan dos platos.

-Y lo que se aprende, que es que queramos o no, está dentro toda la inteligencia, y esas cosas se pegan.

-Vamos, que mi marido tiene un amigo que entiende de política y le ha dicho que las cárceles ya no son para protegernos a nosotros de los que están dentro, sino al revés.

-Que es lo que venía yo sospechando desde hace tiempo.

-Usted y mucha gente. Porque ya me va a contar usted si lo de los puertos esos deportivos era necesario hacerlo. ¿Cuándo se han visto celdas con derecho a amarre?

-Mucho entiende usted de eso.

-Nos ha jodio, como que soy pescadera.

-Y anda que tardaron en hacerlas mixtas.

-¡Uy!, las dos. Póngame el cuarto de boquerón que tengo prisa.

-¿Qué lo quiere? ¿de la parte de la cola o más bien de la cabeza?

-Me es igual, es para una sopa.

-Hay que ver cómo se ha puesto la cosa.

-A mí me va usted a contar que despachaba los boquerones a puñaos.

-Adiós y gracias.

-Adiós, adiós. ¿Quién era esa señora?

-Nada, una lista que se cree más que nadie. Porque mucho largar, pero a la hora de la verdad, cuarto de boquerón. Vamos, yo seré menos ilustrá, pero, en mi casa, mi medio salmonete no ha faltao nunca.

-Ni en la mía, pero ¿y en casa de la Mariana?, la del tercero, vamos, que eso ya es...

-A, ver, cuente, cuente...

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