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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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Amanece el error

Juan Cruz

Llegará un momento en que en esté, país no haya nada; al menos llegará un momento en que no haya nada en el mundo de la cultura. El Reina Sofía es un desastre que quizá nunca debiera haber sido inaugurado. El Prado es un esqueleto cubierto de los ropajes de la burocracia. El cine es cutre. La literatura está cubierta por la bruma de las lista s y sólo hay algún que otro novelista: los demás existen sólo porque lo quiere La Moncloa, que aparen temente les envía argumentos y vituallas.El teatro se hunde, verdaderamente, a pesar de Narros, Pasqual, Espert, Marsillach, Sacristán, Plaza, Cabal, Gas, Gómez, Nieva, López,, a pesar del público. El Círculo de Bellas Artes no tiene luz ni teléfono. El Instituto Cervantes es un barco a la deriva. Y así sucesivamente. El tono no es el del noventa y ocho, o al menos no el del noventa y ocho de hace un siglo, sino que el tono es regocijado: como si nos gustará que todo eso fuera así. Y mientras decimos que todo lo que está fuera de nosotros es, en efecto, un desastre, los que lo decimos parecemos estar a salvo. No nos equivocamos nunca y cuando nos equivocamos es porque también se equivocan los otros.

Siempre amanece el error en los demás: en nosotros florece la moral del acierto. Por ejemplo, por citar uno de los casos más subrayados de la semana: nuestralista de escritores para ir a París -o a cualquier sitio- se ría mejor que cualquier otra lista. ¿Y cuál hubiera sido la nuestra? Ah, déjame ver la tuya. Esta es una modesta proposició para acabar con las aristas de la polémica: las listas podrían hacerse por orden alfabético, de modo que si a Francfot van aquellos escritores cuyas iniciales están entre la ele y la eñe, a París han de acudir aquellos con apellidos de las iniciales restantes; a lugares donde sólo pueda ir un grupo muy reducido se enviará a los creadores cuya inicial sea la zeta; a Lleida los que empiecen por elle, como Llamazares y, Lledó, y a Xauén probablemente no podría ir nadie, aunque pudiera pensarse en Bernardo Atxaga, porque al menos tiene la equis entre sus letra. A Melilla irían casi todos, desde Marsé a Muñoz Molina pasando por Mendoza, Millás, Merino, Mateo, Marías y Molina Foix que también podría ir a Xauén, por cierto. Y así sucesivamente. Es el bonito juego de las listas que podrían ponerse en marcha de nuevo en cuanto tengamos otro salón del libro en Londres o en Tegucigalpa donde. quizá habría que aplicar, también, el orden alfabético, el más perfecto.

El esfuerzo inútil conduce a la melancolía y esa es la sensación que produce todo;, menos mal que, además de París, nos queda la realidad. Y entre las cosas más terribles de la realidad que pasa está, estos días y para siempre, la contundencia brutal de la muerte de Perich, filósofa anarquista que hizo de centrocampista risueño en la generación cabreada. Una alineación de lujo que halló en Por favor uno de los mayores triunfos de Aquella época en que, como decía Manuel Vázquez Montalbán, contra Franco vivíamos mejor: era otra melancolía. Eran -son- como una piña extraña en este equipo de individualidades que suele ser la cultura española, y si había que haberlo demostrado con palabras baste la esplendorosa y dolorida nota necrológica que sobre Perich escribió precisamente M. V. M. en este periódico.

La generación cabreada también estuvo en Madrid, claro. Y algunos de sus supervivientes plásticos han abierto estos días exposición, a las puertas de Arco, que por cierto supongo que debía haber estado en las lista de desastres.Con estos pintores -Luis Fernando Aguirre, Juan Genovés, de uno de cuyos cuadros es el título de esta crónica, José Hernández y Cristino de Vera- podría hacerse una excursión por la melancolía contemporánea: desde la ironía animada de los cuadros de Águirre a la introspección religiosa, y musical, de Cristino, de Vera, pasando por la excursión rabiosa por la soledad que sigue retratando Genovés hasta la alucinante peregrinación onírica de Hernández, hay en estos cuadros una imagen de la vida del arte, de la consecuencia que tiene aún sobre la pintura, pese a la celebración del error, la historia plástica de España. Cuando uno apaga la radio, cierra los periódicos y se queda solo con su propio error debe salir a la calle a ver que la realidad también está en los sueños.

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