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Plano secuencia

De tiempo en tiempo algún director o algún intérprete abre el libro del cíne por una de sus páginas siempre inconclusas: la lejana e inabarcable deuda de la pantalla con la escena. Y vuelve a oirse el disparate consistente en despachar las películas que tienen raíz escénica explícita y no disfrazan, sino que funden en la pantalla la evidencia de su teatralidad, diciendo despectivamente de ellas: "Teatro filmado"; y a otro asunto, como si éste quedara zanjado. Hay ahora dos películas que resucitan esta impostura: Vania en la calle,12 y La reina Margot, formalmente magistrales, pero en las que la miopía seudopurista sólo ve, en la primera la mecánica de filmación de un ensayo teatral; y en la segunda una obra elaborada para la pantalla por gentes de teatro viciada. por esa su procedencia, como si esta les incapacitara para hacer buen cine, cuando hay evidencias abrumadoras de que rasgos esenciales de la identidad de este arte son obra precisamente de gente de escena, ya que este'es el mejor -y en ciertos aspectos único- ámbito donde es posible dar al intérprete, al que da la cara, la réplica que necesita desde detrás de la cámara: la dirección de actores, talón de Aquiles de muchos cineastas que nunca han convertido en plenitud el vacío de la escena. Del teatro proviene la obra de Orson Welles, Rouben Mamoulian, George Cukor, Joseph Losey, Ingmar Bergman, Otto Preminger, Ernst Lubitsch, Anthony Mann, Charles Chaplin, Nicholas Ray, Serguei Eisenstein, Luchino Visconti, Robert Rossen, Arthur Penn, Wilhelm Murnau, Douglas Sirk, Buster Keaton, Fernando Fernán-Gómez, William Dieterle, Elia Kazan y muchos más con lugar propio en la historia del cine. ¿No son puro cine Historias de Filadelfia, Un tranvía llamado deseo, King and Country, La ruta del tabaco, Luna nueva, Campanadas a medianoche y otras muchas películas de procedencia escénica? Carl Dreyer realizó La palabra sin omitir un signo de su origen teatral y este filme está siempre en los recuentos de las, mejores películas de la historia e incluso en una ocasión ocupó el primer puesto, seguida por Ciudadano Kane (donde la huella del teatro es vital) y El acorazado Potemkin, inconcebible sin el ritmo que sobre sus escaladas de imágenes proyecta la dinámica escénica de Vsevolod Meyerhold, maestro de Eisenstein. Tres ejemplos de cine puro inimaginables sin el polvo de la escena sobre su celuloide.

Eva al desnudo no procede del teatro, pero Joseph Mankiewicz encontró en la teatralidad el verbo y el estilo de esta incomparable película. La misma raíz escénica alimenta la obra de Kenji Mizoguchi, Akira Kurosawa, Stanley Donen, Andrei Tarkovski y otros hombres de escena, que convirtieron a ésta en antesala de dos zonas insondables de la pantalla: la del continuo interpretativo y esa quintaesencia del cine llamada plano secuencia. Pocos afrontan ahora este gran test, pero sólo de él brota el misterioso pulso y la exquisita contención que permite, a unos pocos intérpretes y directores de rango superior, crear esas complejas sintésis que encierran un transcurso secuencial completo dentro de un único encuadre ininterrumpido.

Es lo que llena la escena del parto en La palabra, el inicio de la caminata de los soldados en La marsellesa, los casi ocho minutos de donde arranca Sed de mal, prodigios sólo posibles en quienes (Dreyer, Renoir, Welles) dominan los entresijos de la escena y se saltan los encadenamientos de tomas parciales en el interior de un plano general, convención que está en la mano de cualquier director vulgar que cuente con un fotógrafo y un montador competentes. Los planos secuenciales genuinos son cada vez más escasos y esto indica que el cine se degrada en busca de líneas de menor resistencia y que la mayor parte de quienes se mueven detrás de una cámara huyen aterrados por la dificultad de este Everest cinematográfico, porque escalar uno de esos instantes sostenidos, milagros del cine segregados del teatro, no está a su alcance.

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