Hace 10 años Móscu, era comunista
Gorbachov inició en 1985 la 'Perestroika', un proceso que liquidó a lá Unión Soviética
El reto que la URSS había demorado llegó por fin el 11 de marzo de 1985. En la superpotencia que quería conservar su paridad nuclear con EE UU había sonado la hora del cambio, la hora de la perestroika, que apareció de la mano de Mijaíl Gorbachov, un funcionario dispuesto a recoger la antorcha de otros intentos fallidos para renovar el socialismo.Gorbachov era el depositario de una herencia conflictiva, que había sido introducido en la alta política por el austero Yuri Andrópov, antiguo jefe del KGB. El nuevo líder se movía en un terreno resbaladizo, que por un lado tendía hacia la regeneración de un orden erosionado y por el otro hacia la libertad. Tenía junto a él a un grupo de camaradas que le apoyaban. Entre ellos estaba Edvard Shevardnadze, un georgiano con quien se había sincerado en las playas del mar Negro: todo estaba podrido. Y podrido estaba verdaderamente.
Con comunistas como Shevardnadze, Alexandr Yákovlev, Yegor Ligachov y Borís Yeltsin, Gorbachov comenzó a jubilar a quienes gozaban del inmovilismo en las altas esferas del PCUS. Declaró la guerra al alcohol y quiso reformar la economía centralizada y planificada que había heredado. Hubiera sido sacrílego hablar de propiedad privada. Tampoco se le ocurría.
Para que el impulso dinamizador "desde arriba" se contagiara a los ciudadanos, era necesario que éstos superasen el terror que el estalinismo había dejado y volvieran a ser seres de carne y hueso. Gorbachov supo utilizar las grandes mentiras y los criminales silencios (como el que siguió al accidente en la central nuclear de Chernóbil en abril de 1986) para impulsar la glásnost o transparencia informativa y, poco a poco, los tabúes fueron cayendo uno a uno, dejando al descubierto los esqueletos que el armario soviético contenía.
Pero no era suficiente, porque la savia del sistema que Gorbachov quería reformar discurría por una red de capilares cuidadosamente jerarquizados y aislados de la sociedad. Y la sociedad quería que se abolieran los privilegios de la casta que constituía la nomenkloatura, la clase dirigente que se apoyaba en el PCUS. La primera gran crisis de la perestroika llegó en 1987. Borís Yeltsin, exjefe del PC en la provincia uralense de SverdIovsk, captó antes que nadie lo que la sociedad pedía y comenzó a amasar su capital político con consignas de lucha contra los privilegios,. los conservadores y los burócratas. Gorbachov, que se había concentrado en la revisión de la historia, no estaba preparado para asumir aquellas causas, que dividieron al equipo inicial de la perestroika.
Las diferencias, vistas hoy, tal vez no fueron exactamente las que percibimos cuando Ligachov aparecía como el jefe de los conservadores, YákovIev como el cerebro de los reformistas, Gorbachov como el fiel conciliador de la balanza, y Yeltsin, cesante de sus puestos de suplente del Politburó y de jefe del PC de Moscú, como revolucionario y mártir.
Cuando la reforma económica se atascó en la burocracia, Gorbachov emprendió la reforma del sistema político en la XIX Conferencia del PCUS en 1988. Aquel foro dio a Yeltsin una gran oportunidad, al despreciar su petición de ser rehabilitado. Cuando llegaron las elecciones al Congreso de Diputados, los primeros comicios democráticos de la URSS, Gorbachov no se sometió al voto popular, y aquél fue su gran error, porque permitió a Yeltsin legitimar su posición de líder popular votado por millones de personas en Moscú, mientras Gorbachov hacía equilibrios en la cima de un partido que le percibía como el enemigo-liquidador que efectivamente era.
Con la reforma democratizadora, Gorbachov perdió el control de los acontecimientos y su pugna personal con Yeltsin tuvo extraordinaria importancia en el conjunto de erosiones que finalmente destruyeron el PCUS y la misma URSS, después de que Yeltsin se apoyara en Rusia para dar la puntilla final a su rival.
Y a fines de 1991, sin intentar recurrir a la violencia para perpetuarse en su cargo, Gorbachov cedió a Yeltsin su sillón en el Kremlin, mientras los camareros vendían a los corresponsales las tazas de café con el escudo soviético que acababan de dar de baja. Pero el rencor de Yeltsin no se ha agotado, como lo demuestra el hecho de que a Gorbachov le hayan quitado el coche oficial a su regreso de Novosibirsk, donde despertó gran fascinación entre jóvenes que cuando comenzó la perestroika eran niños.
Desde hace 10 años, la URSS primero y Rusia después, están en un proceso de transición de destino incierto. La trayectoria no es lineal, sino zigzagueante e incluso retorcida. La travesía fue dirigida inicialmente por Gorbachov, que *reclama los derechos de autor del concepto de perestroika, y después por Yeltsin, poco interesado en la paternidad de un término que él asocia a momentos de humillación.
La perestroika no era un plan coherente, pero con el tiempo adquirió rasgos de un proyecto socialdemócrata vinculado a la Primavera de Praga y capaz de despertar simpatía en la izquierda europea. El proyecto que Yeltsin inició en 1992 era muy distinto, y consistía en construir el capitalismo liberal en las ruinas del Partido Comunista y de una Rusia Iiberada" de su carga imperial, es decir, de los lazos con las ex repúblicas soviéticas. Sin embargo, Yeltsin y su equipo no han logrado erigir otro sistema coherente con su propia lógica, sino sólo fragmentos inconexos.
Hoy, los residuos del mundo antiguo y los cimientos del "capitalismo a la rusa" coexisten en una interacción explosiva, y se comportan de forma imprevisible, por no estar sometidos a las reglas de un sistema, llámese URSS o sociedad burguesa establecida.El equipo de Gorbachov era romántico y poco eficacia la hora de resolver problemas,pero actuaba en nombre de unas ideas -civilización, progreso, nuevo pensamiento, los intereses de la humanidad-, y sus posibilidades de lucro y beneficio personal estaban limitadas por el sistema. En relación a Gorbachov, Yeltsin representa un mundo más provinciano, con dificultades para desarrollar un pensamiento global, pero sin escrúpulos para repartir prebendas y sin oídos para los medios de comunicación que denuncian escándalos.
Con Yeltsin el mecanismo de dirección. política ha, sufrido una regresión en total desfase con el desarrollo de la sociedad civil que se forma en Rusia, desfase especialmente obvio desde que el Parlamento fuera disuelto a cañonazos en octubre de 1993 y se aprobara una Constitución que prácticamente convierte al presidente en un monarca absoluto.
En épocas de confusión, los valores claros son los de la tribu y el clan. El líder se ha rodeado de los viejos amigos de la organización provincial del PC -el obkom de SverdIovsk- y entre ellos y otros allegados reparte favores por decreto. El. mecanismo del poder se ha hecho más opaco. En las cavernas del Kremlin sigue el viejo "tío Fedia", el casi octogenario Fiódor Morshchakov, que tuvo a su servicio a Alexéi Vedenkin, hoy en la cárcel por sus declaraciones fascistas. Y los periodistas rusos reciben respuestas mentirosas cuando investigan la presencia en el Kremlin de este viejo amigo de Yeltsin, que ha recurrido a sus conexiones en las organizaciones de construcción de los Urales para edificar dachas a los privilegiados de Moscú. A fines del siglo XX, en la época de la alta tecnología, el Kremlin es escenario de un- esperpento, y en Moscú los es padachines del alcalde * se baten con los del monarca, quien debe superar aún la prueba de fuego de la perestroika: ceder el poder si no es elegido en las urnas. Pero los nuevos rusos, los beneficiados en el proceso de privatización de los bienes estatales, no quieren más democracia, sino más orden y más policías para librarse de los ladrones, aunque no tienen claro dónde están los límites entre los primeros y los segundos.
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