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¿Qué hacemos con la UNED?

En 1972, cuando nació la UNED, ningún responsable de la administración educativa tenía conciencia clara de cuál iba a ser su dinámica. Había en su creación una vaga referericia a la necesidad de que una parte de la población española, trabajadores principalmente, pudiera acceder por primera vez a los, estudios universitarios sin tener que asistir a una universidad presencial. No ocurrió en la Open University, que fue una oferta del líder laborista Harold Wilson, en la campaña electoral de 1963. Después, una comisión estudió el tema durante algún tiempo hasta llegar a concretar qué tipo de universidad se pretendía y cómo había de organizarse. En España, la UNED fue introduciéndose en la sociedad sin un perfil determinado de funcionamiento. La organización fue improvisándose en la propia práctica. Con su sede central en Madrid, tendía a configurarse como el resto de las universidades españolas y sus profesores accedían a los departamentos sin una idea precisa sobre qué suponía la enseñanza a distancia.Surgieron, en paralelo, centros regionales o instituciones apoyados por diputaciones, ayuntamientos o cajas de ahorro, que se hicieron cargo, al principio, de todo el presupuesto. Nacían más de las tramas políticas y sociales locales que de una decisión controlada desde la propia universidad. Los patronatos, creados para respaldar a los centros, no tenían un perfil jurídico claro. Estas entidades locales o provinciales firmaron convenios con la UNED y se propusieron directores y profesores tutores cuya misión era asesorar a los alumnos. En muchos casos, esta función tutorial se transformó en una enseñanza tradicional a imitación del resto de los centros universitarios, probablemente para suplir las deficiencias o carencias del material didáctico. El sistema fue creciendo ante el propio escepticismo de la administración educativa y el sarcasmo de muchos profesores de universidades presenciales que pensaban -¿piensan todavía?- que la UNED era un buen lugar de trabajo porque no se tenía la carga de las clases periódicas y el contacto directo con los alumnos.

La consolidación de las comunidades autónomas y el crecimiento espectacular de nuevas universidades han provocado una crisis de modelo. La mayoría de las cajas de ahorro se han ido retirando de la financiación, y diputaciones y municipios han congelado sus aportaciones.

En este estado de cosas se hace necesario introducir tecnologías de comunicación -videoconferencias, correo electrónico, ordenadores, etcétera- para transformarlos en centros de servicios y no en lugares que intentan reproducir, en miniatura, las universidades presenciales, de ahí la importancia que tiene redefinir la función de los profesores tutores y su ubicación en la enseñanza universitaria.

Todo esto, además, ha de inscribirse en saber cuál es el papel de una universidad que mantiene un ámbito estatal en medio de comunidades autónomas que pueden crear, como en Cataluña, su propia universidad abierta. En una hipótesis máxima tendríamos 16 universidades a distancia, y una en Madrid que abarcaría toda España. ¿Qué pasaría, entonces, con los centros regionales? ¿Qué ocurriría con las subvenciones? ¿Podría plantearse una transferencia, de la UNED a las comunidades autónomas? Es fundamental que esta universidad no esté permanentemente psicoanalizándose intentando averiguar cuál es su papel en la enseñanza universitaria. Por encima de su inestabilidad y sus carencias es evidente su éxito entre la población española.

Javier Paniagua es profesor titular de la UNED y diputado en las Cortes Generales.

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